Cotidianidades... 37
21/enero/2014
Cotidianidades…
El fin de semana pasado tuve la oportunidad
de ir de Tuxtla Gutiérrez —donde tienen su casa, faltaba más— a Villahermosa.
Es un recorrido de casi cuatro horas que te vuelve al pasado, te enfrenta a tu
realidad presente y te augura por dónde puede ir el futuro. Como quien dice, es
una carretera con aspiraciones a oráculo.
Como no me tocaba manejar,
decidí hacer dos cosas: dopar a mi hijo para que durmiera todo el trayecto y
aprovechar ese tiempo precioso para dormir yo también. Lo primero me lo impidió
mi esposa; lo segundo, las circunstancias.
En realidad sí dormí los
primeros kilómetros, incluso soñé que viajaba en carreta al pueblo de mi papá,
a donde hace muchos años llegábamos por un camino de terracería lleno de saltos
y socavones. Desperté cuando mi cabeza rebotó contra el cristal, sólo para
descubrir que en esta parte del mundo te cobran por viajar en autopistas mal
parchadas, con baches y que desembocan en carreteras federales en similares
condiciones, nomás que más angostas.
En estas carreteras, al
igual que en muchos pueblos de México, parece que el tiempo no pasa, que se ha estancado,
y así como en los pueblos al pasar de los años sigues encontrándote a las
personas de siempre, en nuestras carreteras benditas acabas tomándole cariño a
los baches de toda la vida, a los cuales algunos hasta les dan el estatus de
persona, pues sólo así se explica que más de un conductor los mande a practicar
actos incestuosos con su progenitora.
Este tipo de carretera,
además, atrae a vivales y a personas bien intencionadas. Entre los primeros
están los que simulan que tapan los baches con tierra de un montículo más o
menos a la vista, luego toman escobas y palas para pretender que trabajan y un
vasito desechable para pedir una cooperación. Yo, la verdad, sí les coopero. No
porque crea que su labor de tapa baches funcione, sino por la función de teatro
experimental que ofrecen y por su capacidad de fingir durante horas, con gesto
solemne y de franca preocupación, que realmente están resolviendo el problema,
aunque en realidad permanezcan en el mismo sitio quitando y volviendo a poner
polvo, no se les vaya a acabar el negocio.
Poco después encontramos a
otro grupo, quienes también voluntariamente se organizaron con radios y
banderas para organizar el paso vehicular, ya que la mitad de la carretera —en
curva y en ascenso— se hundió, y ninguna autoridad de cualquier tipo está
haciendo algo al respecto. Imagino que dichas autoridades pensarán algo así
como: “total, si alguno se desbarranca, el hoyo no está tan profundo... podemos
sacarlos”. Ellos también piden cooperación y al ver las condiciones del
terreno, sientes que no te queda de otra que dar una moneda.
Más adelante encontramos a varios
migrantes. Estaban parados cerca de las vías del tren y aprovechaban que al
cruzar por ahí le bajas a la velocidad, entonces se acercaban a pedir “una ayudita”.
Ahora, a la distancia, comprendo cómo el miedo los acompaña, los rodea, lo
transpiran y lo transmiten. En tanto latinos nos parecemos mucho, algunos de
nosotros venimos de la necesidad y la migración, igual que ellos, y conocemos y
comprendemos las razones de su viaje, pero nuestros ojos captan pequeñas
diferencias y los etiquetamos como “otros” muy distintos a “nosotros”. Nos dan
miedo porque además de ser “otros”, hemos escuchado historias terribles sufridas
y ejecutadas por migrantes, y nadie quiere estar cerca de la desgracia. El
temor se impone a la razón, la solidaridad se empaña, subes las ventanillas,
pones los seguros y pasas de largo.
Mi esposa me hace notar que
entre ellos hay mujeres y que la mayoría comienza el viaje sabiendo que serán violadas.
Me remuerde la conciencia, creo que con algo pude ayudarlos, sin embargo no sugiero
que regresemos.
Todavía pensando en ellos
llegamos a Villahermosa. La entrada es a vuelta de rueda gracias a una
construcción que, unos dicen, servirá para aliviar el tráfico, pues el parque
vehicular crece imparable mes con mes (en Chiapas hay unos 18 mil automóviles
más por año). Otro comenta que es por el cambio climático que necesitamos
puentes más grandes, para que los ríos pasen con mayor libertad y causando menos
estropicios. En realidad es un ejercicio de adivinación, no sabemos qué pasa,
sin embargo ahí están dos temas con los que lidiaremos de aquí para adelante.
Bien mirado fue un viaje
corto, pero me mostró esos rostros cotidianos del sureste de México que no
suelen estar presentes en mi día a día y que me hacen recordar que por el sólo
hecho de estar sentado acá en mi casa, tomando un café y escribiendo estas
líneas, soy un hombre afortunado.
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