Cotidianidades... 39
03/febrero/2014
Cotidianidades…
Todo parece indicar que la Virgen de la
Candelaria le va a los Halcones Marinos de Seattle, quienes el domingo pasado
se echaron unos ricos tamalitos de Potro Salvaje de Denver, durante el Súper
Tazón.
Nunca jugué fútbol americano,
al menos no con la disciplina que requiere este deporte, y no tomo en cuenta
algunas cascaritas con los primos, en aquellos lejanos tiempos en que podías correr
en la calle sin el temor de que un colectivero te dejara convertido en pomada.
Sin embargo, desde hace mucho disfruto de ver los partidos profesionales en
televisión.
Claro que para hacerlo, debo
luchar a brazo partido con mi hijo por la posesión del control de la tele,
ignorar el gesto de aburrimiento de mi esposa quien ve arruinadas dos horas —mínimo,
aclara ella— de su domingo y hago caso omiso de comentarios de otras mujeres de
mi familia: “Ese tu juego, ni se le entiende”, “pura violencia quieren ver los
hombres”, “¿no será que sos gay, con eso de que te gusta andar mirando cómo se
encima la hombrada uno sobre otro?”
Yo, por supuesto, con gesto
aristocrático trato de responder a algunas preguntas sensatas, aunque en no
pocas ocasiones le hago caso a ese refrán que dice que a palabras embarazosas,
oídos anticonceptivos.
La verdad es que el fútbol
americano me representa una alegoría de cómo deberíamos abordar la vida y, a
veces, en tiempos difíciles, lo veo incluso como un video motivacional.
Para empezar, más allá del
castigo físico que habrán de recibir, los jugadores entran corriendo a la
cancha, disfrutando del momento en que están por empezar a realizar su chamba. Se
les nota contentos, haciendo movimientos extraños y dispuestos a demostrar su
poder, ese poder que en ese momento los hace sentir invencibles. ¿Se imagina
que así abordáramos cada día del año?
Otro momento que podemos
extrapolar a nuestra vida, es cuando un corredor con la pelota entre las manos
es detenido por una jauría de jugadores contrarios. El corredor, siguiendo las prácticas
y enseñanzas del entrenamiento, no deja de mover las piernas. Tiene un muro
humano, no enfrente, sino encima suyo, pero no deja de moverse, de intentar dar
un paso más hacia su objetivo, y a veces, así logra avanzar un poquito más
hacia la meta.
¿Y qué tal cuando entre
diversas manos y brazos tienen atrapado al jugador?, en esos casos se revuelve
como gusano con sal, brinca y corre como animal salvaje e intenta escapar del
agarre para avanzar hacia ese punto al que se aspira a llegar con el esfuerzo
de todo el equipo.
Ahí hay otro elemento que
podemos aprender e incorporar a nuestra vida. Ellos juegan sin preocuparse porque
el compañero haga su tarea, pues saben, tienen la confianza, en que todos harán
su chamba y estarán dónde les corresponde, aunque para ello deban saltar de
frente contra diez obstáculos.
También considero que
debemos aprenderles cómo aun perdiendo mantiene una actitud que parece no
rendirse nunca, cómo están buscando nuevas jugadas y estrategias que mejore su
posición, haga más decoroso el marcador o le dé la voltereta al partido. Claro que para hacerlo se han preparado
durante años, van al gimnasio, estudian al contrincante, se revisan médicamente,
se enfocan en sus objetivos y luego, con cuerpo, mente y alma, salen a ganar.
No importa que el favorito y poderoso sea el otro, ellos van a intentarlo.
Capaz lo logren.
Un amigo me argumentó que
por eso les pagan tanto dinero, para hacer todo esto que acá describo y además no
se anden quejando. Yo lo veo al revés: porque son capaces de hacer esas
proezas, es que les pagan esas grandes cantidades de dinero, pero ni el dinero
en exceso garantiza dicha actitud en el juego; una prueba de ello son nuestros
futbolistas profesionales, quienes a veces terminan en el pasto sólo porque
alguien los quedó viendo feo.
Disfruté esta temporada y
disfruté el súper tazón a pesar de que terminó en paliza. Algo tiene que ver
que la paliza no me la dieran a mí. Además empieza a crecer la ilusión de que
en agosto podré ver los juegos de pretemporada. Entre tanto, yo estaré lanzando
mis propios pases, corriendo con el balón en manos y tratando, cotidianamente,
de entrarle con alegría a cada una de mis mañanas.
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