Cotidianidades... 74
13/octubre/2014
Cotidianidades…
Déjenme presumirles que tengo una sobrina encantadora, quien a pesar de tener sólo once años, ya pinta para tocar el arpa como los ángeles, disfruta mucho la lectura y además adora a la quincuagenaria Mafalda.
Déjenme presumirles que tengo una sobrina encantadora, quien a pesar de tener sólo once años, ya pinta para tocar el arpa como los ángeles, disfruta mucho la lectura y además adora a la quincuagenaria Mafalda.
Hace poco anduvo de visita por estas tierras y
juntos nos sentamos a ver algunas tiras de Quino, ella me mostró sus
preferidas, yo se le señalé alguna que podría gustarle y entonces me topé con
una que si bien ya conocía, ahora la comprendo más.
En la imagen se ve a Mafalda observando el aparador
de una tienda, donde están apretujados y muy sonrientes varios muñecos. La niña
los observa, luego voltea a ver a su alrededor y, palabras más o menos, les
dice: “ustedes saben algo y no nos lo quieren contar”.
Si bien cuando leí por primera vez esa tira me
pareció simpática, ahora, si volteamos a ver las distintas situaciones que nos
circundan, no me quedó más que reinterpretarla, pues de pronto me he
descubierto preguntándome si en México se puede uno reír de algo.
Estamos viviendo en un país que se desgarra en la
violencia y donde las muertes masivas son más frecuentes de lo que imaginamos.
Varias decenas de migrantes han sido masacrados por grupos criminales en
distintos lugares del país en los últimos años; medio centenar de niños de una
guardería ―inolvidable por dolorosa― murieron de forma atroz y otros tantos
quedaron marcados de por vida, feminicidios casi a diario, ahora desaparecieron
cuarenta y tres normalistas de Ayotzinapa y, como si estudiar fuera delito,
apenas fueron baleados otros estudiantes del Tec de Monterrey en Guerrero (a
los que habría que sumar tres estudiantes muertos de esa misma institución en
Nuevo León, en el sexenio anterior, y quienes en un principio fueron señalados
por la autoridad como delincuentes).
Al mismo tiempo, y aunque el gobierno diga lo
contrario, se sigue viviendo una crisis económica que pone histéricos y al
borde de la desesperación a muchos. Las micro y medianas empresas están
haciendo malabares y actos de resistencia para sobrevivir, y la falta de
circulante que se nota en los negocios establecidos, repercute de manera
inmediata en los taxis, los changarros de la calle y en los resultados de
quienes venden casa por casa o a través de catálogos.
De acuerdo a La jornada del 23 de agosto, hasta esa
fecha la deuda pública en México venía creciendo, con Peña Nieto, a un ritmo de
$1,622 millones de pesos diarios. Ese dinero se supone serviría para reactivar
la economía nacional y, permítame suponer, ha sido utilizada para las caóticas
reconstrucción de calles y avenidas en distintos estados (y que al menos en
Chiapas ha llevado a la quiebra a muchos empresarios), para repartir despensas
de hambre, pagar shows relaja tensiones y para seguir alimentando el culto a la
corrupción.
Es así como cada mexicano debe un poco de 55 mil
pesos, y ahí cobra mucho más sentido el decir popular “nada es gratis” o “lo
barato sale caro”, y mientras una señora recibe un beneficio gubernamental que
poco ayuda, hay quienes están asegurando económicamente a varias generaciones
de su familia. Y si no, volteen a ver a varios presidentes municipales que
justo antes de irse, están pidiendo préstamos millonarios sobre los cuales
(¿alguien lo duda?) deben estar considerando un 10% de ganancia en forma de
diezmo. Total, acá no pasa nada, a nadie se le pide cuentas y si algo abunda es
la impunidad, ¿verdad, tuxtlecos?
Un grave problema derivado de lo anterior, es que
el hartazgo social ha encontrado un desfogue en la agresión o la simple
descortesía hacia los demás, lo cual genera más tensión, descontento y
malestar.
Iba a ponerme a reflexionar sobre la forma en que
el crimen organizado se ha ido haciendo de puestos de elección popular, cuando
mi sobrina comenzó a tocar el arpa, me sacó de mi ensimismamiento e incluso
terminamos riéndonos con las risas de mi hijo.
Comprendí que el devenir cotidiano sigue dándonos
motivos para sonreír, que reírnos es una forma de resistencia diaria ante
quienes mal manejan los destinos del país, o de lo contrario estaremos
perdiendo mucho más que bienestar material.
Eso no significa conformismo y aceptación. Al
contrario, como sociedad debemos encontrar los modos de organizarnos, comenzar
a pedir cuentas, evitar atropellos, combatir la corrupción y ver si de una vez
por todas dejamos de vender nuestro voto y elegimos a quienes sí amen esta
tierra, y un principio para lograrlo, creo, es no perder el gusto de sonreír y
festejar la vida, porque es desde ahí que se construyen grandes sueños.
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