Cotidianidades... 40
11/febrero/2014
Cotidianidades…
Pareciera que por cotidiana, nos estamos acostumbramos
a la violencia y ésta nos va volviendo un tanto insensibles.
Es muy probable que ante la
ola informativa de guerras y asesinatos a la que solemos exponernos a diario,
hechos comunes nos empiecen a parecer cosa menor, así vamos aceptando como pan
de todos los días los agresivos cerrones de autos, trampas en el trabajo, el
bullying escolar o que nos pintarrajeen las bardas de nuestras casas. Son actos
a los cuales no siempre se contesta “como se merece”, en un afán de no agrandar
los problemas.
En ese proceso de no hacer
más grave la vida, también pretendemos ignorar la violencia que no tiene que
ver directamente con nosotros, así esté ocurriendo a un metro de distancia. No
importa si están golpeando a la vecina o asaltando a un chico que bien podría
ser nuestro hijo, pretendemos no ver y ni en broma denunciamos.
Aunque no es excusa, quizá
lo anterior esté relacionado con la impunidad en la que vivimos y que deja sin
castigo a los responsables de verdaderas masacres. Digamos que desanima a los
potenciales denunciantes. Halando de impunidad, a mí me sigue perturbando la
muerte de tantos niños en la guardería ABC, los muertos de Acteal y las decenas
de personas buenas, trabajadoras, preocupadas por su familia, que mueren sólo porque
así se le ocurre a un delincuente que, a la hora del asalto, quizá esté drogado.
Me cuesta más aún entender
las muertes provocadas por comunidades, que vierten todo su enojo en personas
que si bien cometieron un error o un delito, reciben un castigo injusto.
La semana pasada fueron
quemadas vivas dos personas en la comunidad indígena de Chacté, en San Juan
Cancuc, Chiapas. Se trataba de un taxista y su copiloto que atropellaron a un
niño de doce años, quien sufrió fractura de brazo. La comunidad exigía cien mil
pesos de indemnización, y como no fue pagada tal cantidad, mataron de esa forma
tan cruel a dos seres humanos.
Sobre el asunto se ha
comentado que los taxistas, y especialmente los taxistas que van de un
municipio a otro, corren sin precaución ni respeto por nadie. También se ha
dicho que es un nuevo abuso de las comunidades indígenas, quienes escudados en
“el respeto a los usos y costumbres”, actúan como si fueran políticos
encumbrados o empresarios transnacionales y saltan por sobre la Constitución
para hacer valer sus propias leyes. Se dice, asimismo, que este hecho es parte
de la escalada de violencia en la zona, donde en los últimos meses han sido
linchadas más de nueve personas. Otros, por supuesto, señalan la
ingobernabilidad evidente e incluso algunos teóricos hablan de la psicología de
masas.
Más allá de todos estos puntos,
queda preguntar por quienes quemaron vivas a estas dos personas y los valores
bajo los que se rigen. Porque usted o yo podemos estar muy enojados con la
situación económica, con las políticas estatales y nacionales —que además de
ser leoninas, cada mes nos presionan más el cuello— e incluso contra todo aquel
que ose ofendernos, humillarnos o violentarnos, pero no sé si usted esté
dispuesto a desquitar ese enojo vapuleando a alguien —que no necesariamente es
el responsable de todos sus males—, amarrándolo a un poste y luego prendiéndole
fuego.
Independientemente de las circunstancias,
creo que se debe tener muy pocas entrañas para hacer algo así.
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