Cotidianidades... 220
Mi hijo acababa de
cumplir tres años cuando nos habló por primera vez del “tío Kassam”. Se trataba
de un adulto que, según el niño, lo acompañaba a todos lados y en cualquier
circunstancia, aunque de manera especial durante sus juegos más divertidos.
La
presencia de amigos imaginarios no es un fenómeno extraordinario ni reconoce
límites geográficos o temporales; muchos los han tenido en la infancia y de
distintas maneras los conservan incluso hasta la madurez. Sin embargo, tanto mi
esposa como yo nos encontrábamos por primera ocasión ante la presencia de un
ser inmaterial de —por ponerle etiqueta— “esa especie”.
De
a poco el tío Kassam fue tomando forma: tenía más de cuarenta años, de tez
oscura y cabello rizado, había vivido en Francia una larga etapa de su vida,
hasta que su hija Clodette se vino a vivir a América (específicamente a Chiapa
de Corzo). Fue entonces cuando el tío Kassam se mudó a Hawái, donde vendía
equipos de surf. No obstante, la tarea más fantástica que pudo realizar ese
hombre que existió en un tiempo no muy lejano, fue amar y cuidar a su sobrino,
quien desarrolló hacia él una fidelidad y un cariño capaz de trascender a la
muerte para seguir existiendo hasta la siguiente vida.
—Siempre
se preocupa por mí —nos contó mi hijo varias veces—. Me quiere muchísimo.
Cuando
le preguntamos qué había pasado con él, recibimos una respuesta corta y sin
emociones: “Se murió”.
Una
tarde, mientras íbamos en auto hacia la casa, el niño nos avisó que se acercaba
el momento en que debía despedirse de nosotros, pues el tío Kassam lo extrañaba
demasiado y estaba considerando regresar junto a él.
¿Cómo
compartirles esa mezcla de miedo, sorpresa, risa y escalofríos que nos recorrió
el alma durante varios segundos?
Para
ese entonces mi hijo ya tendría cuatro o cinco años, así que era más preciso en
sus explicaciones, por eso le pregunté a dónde debía regresar, pero sólo me
respondió: “Junto a mi tío”.
En
cambio su mamá se avocó a explicarle lo importante que era él en nuestras
vidas, que seguramente lo íbamos a extrañar más que cualquier tío de este y
otros mundos, y que con mayor seguridad todavía, nadie en el universo podía
amarlo como lo amamos nosotros.
—Está
bien —dijo un tanto molesto—, me voy a quedar más tiempo con ustedes. Le diré
al tío Kassam que tendrá que esperarme.
A
partir de entonces la presencia del famoso tío (que según mi hijo podía ser
confundido con Barack Obama) se fue desvaneciendo, y aparecía apenas en
momentos en que el niño se sentía solo o cuando vivía algún momento estresante,
hasta que, como todo amigo imaginario, desapareció por completo.
O
eso creímos.
Hace
poco fuimos al mar. En distintos momentos noté a mi hijo retraído, pero en
cuanto descubría mi mirada fisgona, esbozaba una de sus sonrisas mágicas e
inventaba una broma para también hacerme sonreír.
—Sólo
pienso cosas —respondió cuando le pregunté si le ocurría algo.
Un
día antes de volver a casa, sentado frente a su mamá y a mí, ese niño que ya
tiene siete años nos dijo que se había despedido del tío Kassam, que ya no lo
acompañaría más. También nos confirmó que sí había existido y que era (o estaba
en) la naturaleza.
—Él
está ahí… siempre estuvo ahí… siempre
estará ahí —dijo un par veces, como si él mismo necesitara creer su explicación.
El
niño seguía serio, y volteó la vista al mar para repetir solemne: “Ya me
despedí de él… se va a quedar aquí”.
Respetamos
su silencio unos minutos, hasta que a su mamá se le ocurrió invitarnos a jugar
billar. Al niño le brillaron los ojos y sonriente fue el primero en saltar de
la silla para ir en busca de una mesa libre.
Decidí
quedarme sentado un rato más. Mientras los veía alejarse me pregunté de quién
se había despedido mi hijo, si de un ser que habita un plano que no alcanzo a
ver, o de un amigo imaginario que en esta nueva etapa de su vida poco puede
hacer para seguirlo acompañarlo.
Hay
preguntas que sólo pueden responderse desde la fe o desde la ilusión del
conocimiento, y esa tarde no encontré una respuesta que me satisficiera por
completo. De lo que sí estoy seguro, es que él, su mamá y yo nos despedimos de
una época, cerramos un ciclo en el cual hubo una vez un ser fantástico e inasible,
que en ocasiones pareció materializarse ante nuestros ojos e incluso fue capaz
de hacernos sentir miedo.
Hasta
la próxima.
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