Cotidianidades... 34
31/diciembre/2013
Cotidianidades…
Al
parecer, durante las fiestas decembrinas ponen de oferta a la histeria y el mal
humor, aunque no por ello dejan de ser divertidas, pues repetimos situaciones y
costumbres, si no cotidianas, al menos anuales.
Con
asomarse unos minutos a una calle concurrida, podemos ver a varios especímenes
humanos furiosos contra el tráfico, las plazas y tiendas a reventar, el
“gentío” que inunda las calles con tanto entusiasmo que no caben en las aceras
y se bajan a las avenidas a torear la vida, y ni hablar de las largas colas en
los bancos, supermercados y jugueterías. Muchos aseguran esperar estas fechas
con entusiasmo, aunque éste se esconda a la hora de afrontar la realidad
tumultuaria.
Es
una época de paz, donde después de escuchar villancicos en las escuelas de los
niños, con los cláxones entonamos sonoras mentadas y más de uno amaga con
terminar de educar a los otros, pues se atreven a interponerse en su carrera
por gastarse —a como dé lugar y sin tregua— todo el aguinaldo.
Por
supuesto que nunca faltan los previsores, quienes con antelación compran
regalos, envolturas, dulces y hasta se abastecen de los víveres suficientes
para afrontar tan comilona época. Es a ellos a quienes los imprudentes les
piden ayuda para sus compras de última hora y, ¿cómo negarse en esta temporada
de unión y fraternidad?, así que pasando por sobre su paciencia y tragándose su
cólera, salen a engrosar las masas de compradores histéricos, todo por culpa de
los irresponsables de siempre.
Al
final, después de comprar, cocinar, limpiar, barrer, trapear, terminar de
colgar los arreglos y colocar las mesas, descubrimos que hemos crecido. No me
refiero al espíritu, sino al cuerpo, que gracias a las preposadas llega al 24
con algunos kilitos de más y ya no nos acomodamos con tanta facilidad dentro de
nuestra ropa seleccionada para la Noche Buena.
“Y
pensar que esto apenas está comienza”, nos decimos al espejo, decepcionados,
pues desde ese momento tenemos los primeros atisbos de que las crudas en enero serán
etílicas, económicas y en millares de gramos.
Nos
consolamos con un “pos ya ni modo”, y nos lanzamos al desenfreno calórico hasta
el día de reyes, cuando nos despachamos un buen trozo de rosca con un tazón de
chocolate, bajo la confianza de que en nuestros propósitos de año nuevo, en un
lugar prioritario, se encuentra el bajar de peso.
Esto
no quita que sean días de verdadera reflexión, donde analizamos qué hicimos
bien, dónde la regamos y cómo queremos seguir por el camino de la vida. Además
solemos procurarnos buenos momentos con la familia y amigos, y hasta nos consentimos
regalándonos algo material que creemos merecernos.
También
se presta para tener epifanías, en las que nos vemos emprendiendo actividades,
viajes y alcanzando objetivos durante el año que apenas comienza, es decir, nos
atrevemos a soñar.
Así
pues, si bien estas fechas pueden sacar nuestro lado más irritable y
refunfuñón, también nos invita a aprender de nuestros yerros y éxitos, y sólo
por eso, vale la pena vivirlas con todo el estrés que conllevan.
Por
cierto, esas reflexiones implican una enseñanza que por trillada no deja de ser
interesante, y es la de darnos cuenta que para ser felices, debemos disfrutar
tanto el camino como el final del camino. Es decir, no podemos creer que seremos
felices cuando tengamos novi@, después del matrimonio, con la jubilación, si
ganamos un premio, gracias al ascenso, cuando los hijos crezcan, etc., sino que
debemos aspirar a ser felices todo el tiempo y no sólo en el breve momento en
que alcanzamos un objetivo.
Como
decía, un símil ocurre con la fiesta de año nuevo, en tanto nuestra felicidad
no puede depender sólo del festejo en la noche del 31, sino de lo que hemos ido
tejiendo a lo largo de 365 días o, viéndolo desde una perspectiva mucho más amplia,
no podemos pasarnos la vida creyendo que únicamente seremos felices cuando ya
no tengamos necesidades ni aspiraciones, porque es probable que para entonces ya
estemos muertos, y por muy alegre que sea nuestro velorio, nadie nos garantiza
que podremos presenciarlo.
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