Cotidianidades... 42
24/febrero/2014
Cotidianidades…
En días pasados, junto con un grupo de
amigos, tuvimos la ocurrencia de ir a charlar un rato al café de siempre, en la
zona poniente de la capital chiapaneca. Con tal suerte que, a la hora en que
decidimos estar ahí, a un par de tipos se les ocurrió asaltar el lugar.
Benditas coincidencias.
Yo los vi llegar, iban con
paso decidido y gesto tenso. Las palabras utilizadas por el líder fueron
groseras pero convincentes y, después de un primer momento de incredulidad, los
clientes de la terraza nos lanzamos pecho tierra y tratábamos de descifrar qué
seguía, pues al parecer los mismos asaltantes no lo tenían tan claro y gritaban
órdenes encontradas. Habría que aclarar que más allá del tono utilizado, el
cortar cartucho frente a todos fue lo que les dio un resultado indiscutible y
les obedecimos lo suficiente como para que medio alcanzaran sus objetivos.
Nos quitaron los celulares,
algunos clientes entregaron sus carteras y uno bastante atrevido activo la
alarma de su auto. Esto asustó a los asaltantes que salieron corriendo como si
el miedo que nosotros sentimos se les hubiera traspasado a ellos.
Apenas me levanté vi a dos
clientes correr hacia sus autos. Uno intentó seguir a los criminales, el otro
regresó al café con una laptop bajo el brazo.
La verdad es que en esta
ocasión la policía llegó bastante rápido. En algo así como diez minutos tuvimos
a tres patrullas frente a nosotros. Además el cliente de la laptop estaba
rastreado el recorrido del GPS de su celular por la ciudad y así nos enteramos
que, en menos de quince minutos, nuestros asaltantes habían recorrido algo así
como ocho kilómetros y ya hasta estaban pidiendo de cenar en una taquería.
A los veinte minutos del
asalto fueron detenidos por la policía municipal. Tanta eficiencia les daría
envidia a varios repartidores de pizza.
Siguieron cinco tediosas
horas de espera para supuestamente identificar a estos delincuentes (digo
supuestamente porque nunca los volvimos a ver). Fueron horas que nos ayudaron a
relajarnos y hasta a bromear entre los afectados, y así, de pronto, uno fue
acusado por los demás de haber permanecido durante el asalto con las pompas
apuntando al cielo, pues estaba dispuesto a entregar todo con tal de que no le
dieran un balazo.
Entre tanto, un policía nos
confesó que interrogar a estos bandidos les llevó mucho tiempo, debido a que
tenían una larga cadena de asaltos en su haber.
—Sin ir más pa’ atrás —nos
dijo—, estos mismos robaron tres tiendas ayer. Nomás que no pudimos hacer nada
porque, aunque las patrullas están nuevecitas, no teníamos gasolina.
Otro nos contó que
últimamente los delincuentes andan “como muy enojados”, y por tanto sus
fechorías suelen ser más violentas.
No saben lo tranquilizador
que fue escuchar a estos guardianes del orden.
A pesar del cansancio, la
mayoría de los afectados esperaron con paciencia hasta el amanecer para rendir
declaración y realizar la demanda correspondiente. Casi todos recuperaron sus
pertenencias, otros terminamos perdiendo el celular, la noche de sueño y, la
verdad sea dicha, la tranquilidad.
¿Dónde quedaron los
celulares faltantes? Unos piensan en un tercer cómplice, el dueño del auto en
que escaparon. Otros dicen que fue la misma policía, famosa por no ser honrada.
En cualquier caso son puras hipótesis.
Si bien se supone que estos
señores están en la cárcel, uno también termina poniendo en juego parte de su
libertad: es innegable reconocer que da un poco de miedo regresar a ese café
que para nosotros se había vuelto un clásico, e incluso yo, en un primer
momento, sugerí que mejor nos reuniéramos en nuestras casas.
Pero decidimos no rendirnos,
no renunciar a nuestro gusto de ir a donde se nos dé la gana, y tan convencido
estoy que es la decisión correcta, que ya les dije a mis amigos que la próxima
vez que vayamos ahí, pidan lo que quieran, yo disparo.
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