Cotidianidades... 24

30/septiembre/2013

Cotidianidades…
“—Las despedidas son ensayos de la muerte vividos cualquier tarde de tu tiempo —me dijo ella—. Y al igual que con los muertos, el futuro incierto encierra la certeza de la ausencia del otro. Soñar con volver a verse es muy parecido al deseo divino de una reunión casual en el más allá”.

Eso escribí hace algunos años, cuando me alejaba en camión de una ciudad a la que difícilmente volveré y donde viví una época intensa. Al escrito lo titulé “Ensayos de la muerte”, y me lo recordó una amiga quien el fin de semana pasado lo repitió de memoria, después de haberlo leído varias veces ahora que terminó con su pareja con quien duró varios lustros. En la ruptura no entró un tercero en discordia ni hubo peleas descabelladas, simplemente:

—Nos fuimos distanciando —nos contó ella—. Sólo íbamos alejándonos un poquito cada vez, caímos en el desencanto, el amor se desgastó y de pronto él ya no entraba en mis planes ni yo en los suyos. Quizá si hubiéramos tenido un hijo esto seguiría, pero no fue así… ¿Qué triste, no?

El distanciamiento, desafortunadamente, también es algo cotidiano, ocurre con familiares, con amigos que alguna vez fueron cercanos e incluso con nuestro ser interior, pues ocupados en el vaivén de la vida, no tenemos tiempo para nosotros mismos.

En ocasiones el distanciamiento suele ser abrupto, motivado por una pelea, por cambio de domicilio, de ciudad o por el trabajo que de pronto se vuelve absorbente. Al principio quizá se resienta la transición, extrañemos al que se alejó y deseamos que en algún momento las cosas vuelvan a ser como antes, aunque en nuestro fuero interno sepamos que eso es casi imposible, en tanto la vida tiene una serie de etapas que van pasando como vagones de tren, y sólo haciendo malabares podríamos regresar a un vagón del pasado.

Y aun cuando volviéramos, es muy probable que sólo lleguemos para descubrir que ese lugar ya no es nuestro, que se ha transformado hasta casi parecernos irreconocible, que es mejor hundirnos de vez en cuanto en el romanticismo de la nostalgia a visitar realidades que ya no nos corresponden.

Más frecuentes, quizá, son dos distanciamientos paulatinos. Serenos, los seres se van alejando sin disimulos pero con la conciencia de que se puede volver, bajo la idea de estarse enfrentando a pequeños ajustes temporales. Quizá ocurra con más frecuencia con los amigos, de pronto dejas de frecuentarlos, sus planes ya no te son conocidos, tal vez te llamen para que reincorpores y, a su modo, te digan que te extrañan, vas una, dos, tres veces, respondiendo en cada ocasión a una llamada, pero luego las llamadas desaparecen y cuando alguien te pregunta por ellos sólo puedes responder: “quién sabe, los he visto en Facebook, y eso a veces”.

Es triste, aunque no por ello menos natural, que este distanciamiento paulatino también ocurra con algunos familiares. La vida de tus primos del alma va por rumbos inimaginables, a tu tío con quien ibas a los partidos de fútbol lo descubres con el cabello blanco y bastón, la tía antes amargada ahora camina abrazada a su felicidad —un desconocido a quien debes decirle tío— y en todos los casos se expresa un mismo deseo, sincero aunque improbable: “habría que vernos más seguido”.

A pesar de tener su cuota de dolor, esos distanciamientos pueden considerarse perdonables, pues ocurren porque en realidad no estábamos tan cerca como creíamos o los vínculos no eran tan fuertes como supusimos. Así, cuando dejamos de vernos, casi al mismo tiempo empezamos a dejar de saber cómo es el otro, quien además no para de cambiar —igual que nosotros—, y aunque mantengamos un lazo afectivo hilvanado con recuerdos, es complicado querer en serio a quien no se conoce.

Lo que quizá sea menos perdonable, es el distanciamiento que ocurre con quien nos es próximo físicamente. En nombre del bienestar económico, de aficiones o del crecimiento profesional nos vamos distanciando de nuestra pareja, de nuestros hijos, de nuestros padres, de nuestros hermanos. Dejamos de tener tiempo para siquiera compartir la comida o la cena, los planes se empiezan a construir por separado y los mismos sueños a alcanzar dejan de ser comunes.

Entonces puede ocurrir un distanciamiento parecido al que ocurre con los amigos o con los familiares no tan cercanos. Por supuesto que en estos casos el dolor es mucho más grande, porque aunque al final dejamos de invertirle a la relación —sea del tipo que sea—, en su momento les pusimos sus cuotas de entusiasmo, amor e ilusión. Con mi amiga enfrente pensé que he visto muchos casos donde ni siquiera tener hijos comunes ayuda a salvar un matrimonio, no lo dije en voz alta, porque ella necesitaba consuelo, no escuchar verdades evidentes.

A esas alturas, cuando la distancia entre los que se quisieron es bastante larga, suele ser difícil volver los pasos atrás, pero no es imposible. Lo que sí,  de recuperar lo perdido, se debe tener la conciencia de que se construirá una relación distinta, porque como bien sabemos, no se puede regresar al pasado ni a lo que fue y dejó de ser.

Mi amiga nos aseguró tajante que ella no daría vuelta atrás. La distancia entre ella y su expareja ahora es tan grande que les resulta más cómodo buscar nuevas rutas. Resignada y dolida,  repitió en voz alta unas palabras que alguna vez yo escribí: “El otro se convertirá en un fantasma y, al igual que con los muertos, sólo sentirás su presencia en los olores del recuerdo, en las voces del silencio, en las sonrisas de la nostalgia y en el rencor guardado en las penumbras de la memoria… Hasta que un día, al igual que con los muertos, sólo tendremos imágenes nublosas de aquellos por quienes alguna vez habríamos dado la vida.”

 

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