Cotidianidades... 20

03/septiembre/2013


Cotidianidades…
Hace poco una amiga me salió con una pregunta bastante cotidiana en estos días: ¿Qué piensas de los maestros paristas? Por supuesto que de inmediato consideré que ellos, “los malditos paristas”, le dificultaron el acceso al aeropuerto a montones de viajeros, han copado el zócalo de la capital mexicana, le estorban el paso a cientos de miles de ciudadanos que van responsablemente a su trabajo y a sus actividades diarias, y además osan dejar sin clases a no sé cuántos miles de alumnos. Así pues, la respuesta inmediata, facilista, pudiera ser condenatoria.

Sin embargo habrá que considerar que los maestros (muchísimos de los cuáles sí saben leer), han decidido a defender derechos que a través de los sexenios fueron obteniendo, ya sea gracias a huelgas como ésta o por convenios presidenciales con sus ex líderes. El asunto es que de repente, vía nuestras honorables cámaras de representantes (donde hay algunos que dicen saber leer), han decidido quitarles esos privilegios y ellos, los maestros, se sienten algo así como asaltados.

Siguiendo las enseñanzas de las abuelitas y para lograr entender a los docentes inconformes, habría que ponernos en sus zapatos y para ello hay que recurrir a un ejemplo hipotético. De a mentiritas.

Vamos a suponer que en algún momento, por una decisión cerebral de unos cacas grandes del gobierno, deciden disminuir nuestra capacidad adquisitiva y el nivel de vida que tenemos. Claro, para que no brinquemos del agua hirviendo, los muy considerados deciden aplicar los torniquetes económicos poco a poco.

Entonces cada temporadita le aumentan el precio a la gasolina, al gas y a los productos básicos, juegan con los precios del huevo y la tortilla, reparten las obras de construcción y trabajos más importantes entre unos cuantos amigos, se embolsan inescrupulosamente los recursos del erario del presente y del futuro, culpan a los ambiciosos transportistas de querer aumentar los precios del pasaje “sin pensar en el pueblo”, crece la inflación y además nos enteramos que hay un subejercicio del gasto, lo cual no quiere decir “ahorro”, sino  que varios miles de millones de pesos no entran a mover la economía. En este caso (hipotético, claro está), lo más probable es que el país entrara en una especie de letargo económico (recesión le dicen algunos), es decir, la economía no crecería y nos pegaría, entre otras puntos, con menos trabajo para todos y menos ingresos para nuestros hogares. Como dicen los argentinos, nos tocarían el órgano más sensible del cuerpo humano: La cartera.

En un caso así, donde las decisiones e incapacidades de una cúpula en el poder llevara su economía familiar a una situación crítica, es altamente probable que en lugar de quejarse dentro de su casa, a la hora del café y mientras viaja en colectivo, usted saliera a reclamar a las calles o haga una protesta pública. Porque más allá del mal momento que estemos pasando, el honor y orgullo mínimos nos invitaría a exigir que no abusen de nosotros, que nos respeten como ciudadanos, que no cada sexenio salgan nuevos ricos que se han enriquecido con nuestro dinero y que desde arriba de sus cuentas bancarias nos miran con un gesto de: “Están jodidos porque quieren”.

Es desde esa otra mirada que no me atrevo a juzgar a los maestros, pues ellos están peleando por algo que consideran les corresponde, y si bien de repente se nos atraviesan y obstaculizan nuestro paso físico, los otros, los que toman las decisiones para su beneficio propio (la mayoría laborando dentro del gobierno), están obstaculizando el crecimiento del país y nuestra capacidad de ganarnos la vida dignamente (tan difícil está la situación económica, que conozco a varios que hasta han pensado convertirse en políticos).

Ahora, ya que andamos metidos en protestas, estoy pensando organizar una marcha para ir a exigirles a los maestros a que regresen a clases, pero que lo hagan con el compromiso irrenunciable de enseñar y enseñar bien, pues también es verdad que por culpa de muchos de ellos hay miles de analfabetas funcionales en México, quienes con su voto llevaron a la presidencia a un hombre que apenas sabe leer y que además aplica ese exiguo conocimiento muy pocas veces.




 

 

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