Cotidianidades... 64

06/agosto/2014




Cotidianidades…
Despacito y como sin querer, se acerca el final de las vacaciones escolares, lo cual con seguridad provoca depresión, zozobra y angustia en algunos infantes, quienes comienzan a comprender lo rápido que se va la vida. Al mismo tiempo, madres y padres de familia que ya no saben dónde amarrar a sus chilpayates,  ruegan porque estos últimos días se terminen en un suspiro y cualquier mañana de agosto, como si nada hubiera pasado, vuelvan a gozar de al menos cinco horas de libertad.


Los niños vacacionistas suelen poner a prueba la estabilidad emocional de sus progenitores, quienes buscan el modo más impensado para mantener ocupado al “chamaquitaje” y lejos de cualquier diablura que pueda desquebrajar los ahorros de la familia. Es en ese afán que algunos papás, al ser cuestionados sobre si inscribirán a sus hijos a cursos de verano, contesten “sí” de manera rotunda, y es también la razón de que al preguntarles sobre el tipo de curso que elegirán, no digan que el más pertinente a las habilidades del niño o niña, el que quede cerca de casa o incluso el más barato, sino donde los cansen más.


Otros que ya no saben dónde meterse son los abuelos. Y es que en nuestro supuesto afán de generar una “sana convivencia transgeneracional”, les encajamos a toda la nietada en casa, sólo para descubrir, varias horas después, que uno de nuestros querubines aprendió a trepar por los candelabros, otro desbarató el jardín con la convicción pirata de que ahí hay tesoros enterrados, el más pequeño de los sobrinos ya  aprendió lo interesante que son las pinzas y los destornilladores, y el que no da lata porque tiene fama de tranquilo, tuvo la ocurrencia de esconderse y quedar dormido en su escondite, lo cual, en conjunto, lleva a nuestros padres a balancearse en los bordes de la locura y la desesperación.


Eso sí, con espíritu estoico —ese carácter que identifica a las generaciones que conocen la palabra compromiso y no crecieron con la comida rápida ni el “use y tire”—, los abuelos suelen decir con sonrisa cansada y ojos desvencijados que han pasado “un día increíble”.


Lo interesante no es que lo digan, sino que los hijos pretendamos creerles e incluso, con gesto de Victoria Ruffo viendo una novela romántica, tengamos el cinismo de prometerles llevárselos más seguido.


Eso sí, los médicos muy contentos, pues el consultorio se les llena de abuelos hipertensos, con los nervios alterados, descontrol en los músculos faciales y serios cuestionamientos internos sobre la pertinencia de perpetuar la estirpe.


Las vacaciones de verano marcan la vida de las personas. Es de ese periodo que se nos quedan grabados cursos y talleres donde conocimos una actividad que nos enamora para siempre o amigos maravillosos con quienes después viviremos aventuras impensadas, además suele ser tiempos de encuentros con primos y tíos, de viajes a lugares desconocidos, de primeros amores e ilusiones novelescas y, también, para muchas familias, son días que marcan el final de una época.


Durante estas semanas, cientos de jóvenes dejarán sus hogares para ir por primera vez a vivir fuera de casa. Algunos van tras el trabajo, otros porque encontraron acomodo en universidades de una ciudad donde creen que aprenderán más o, al menos, tendrán experiencias de vida que los hará crecer. Son chicos y chicas que parten con dolor y entusiasmo, que vivirán la nostalgia algunas noches pero que quizá después renieguen del lugar de origen y con los años decidan nunca volver ahí.


Los padres, por su lado, a partir de esas vacaciones tendrán que aprender a estar sin esos hijos. Con frecuencia los asaltará la angustia por saber cómo están, al tiempo que recordarán sonrientes aquellos días en que el mayor peligro que corrían sus pequeñines era caer de la cama o subir las escaleras sin ayuda.


En mi caso, entre esos viajeros laborales y estudiantiles, tengo a dos sobrinos. Se fueron con poco equipaje, pero bien cargados de sueños, con hartas ilusiones y un montón de bendiciones de quienes los amamos. Antes de que partieran se les pidió que se cuiden como si los estuviéramos viendo, les deseamos todo el éxito del mundo y a través de un abrazo les dijimos que sin importar dónde estén, acá siempre estará su casa.  A ellos y a todos los demás que parten a una nueva aventura, les deseo un excelente viaje.

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