Cotidianidades... 53

19/mayo/2014

Cotidianidades…
La semana pasada, unos días antes del quince de mayo, volví a sentirme como niño cuando quiere comprar su juguete soñado. Anduve buscando moneditas por toda la casa, metiendo la mano entre los sillones, explorando debajo de la cama y hasta arreglé la ropa de frío con la ilusión de encontrar entre las chamarras un billetito olvidado. No se vaya a creer que tanto esfuerzo estaba orientado a comprarle algún regalo a los maestros en su día —muchos de los cuáles han sido ejemplo y motivación en mi vida—, ¡no!, sólo tenía la más simple intención de completar el gasto familiar hasta la quincena.

En un momento de franca desesperación, decidí asaltar la alcancía de mi hijo, solo para descubrir que “alguien” ya se me había adelantado.
—Necesité cambio para pagar el agua —explicó mi esposa con una indiferencia escalofriante—, pero al rato se lo repongo.
“Al rato” era un tiempo muy distante para mí, que en ese momento necesitaba, cuando menos, para poner gasolina, comprar la leche del niño y tortillas para los frijoles. A punto de hundirme en la angustia, concluí que no había otro camino: vendería mis caricias en la avenida central de Tuxtla.
Mi esposa, en lugar de encelarse, con una sonrisa enorme sacó una sola conclusión que espetó con acento chiapaneco:
—Hombre andás buscando.
Es increíble cómo, con un solo comentario, alguien a quien amas puede frustrar tus ímpetus empresariales.
Ahora, la realidad es que entre las obras que han paralizado el tránsito vehicular y la economía local, la ineficiente administración de recursos en el ámbito estatal, los gasolinazos, la reforma fiscal que ha generado incertidumbre y menos inversión y gasto, así como distintos e inesperados factores internacionales (por ejemplo, las tormentas de nieve en Estados Unidos que frenaron los mercados), han logrado que muchos debamos realizar malabares económicos para cubrir las necesidades diarias. Así, cuando llegamos a fin de mes, disfrutamos cierta sensación de triunfo por no haber sucumbido en el intento de seguir viviendo, aunque en muchas ocasiones sea un triunfo ficticio y basado en el endeudamiento que espera pagarse ahora que, por fin (eso nos aseguran), la economía repunte.
 Según la Secretaría de Economía, hay seis clases sociales: la baja-baja, con unos 39 millones de personas que son desempleados, trabajadores temporales o informales o que viven de la asistencia social; los obreros y campesinos están en la baja alta, ellos ganan un poquito más que el salario mínimo y representan unos 29 millones de mexicanos; la clase social media-baja, con unos 20 millones de personas, está conformada por técnicos, oficinitas y artesanos especializados; la media-alta, con unos 14 millones de personas, entre los que hay gente de negocios y profesionales que han “triunfado” y que constan de buenos y estables ingresos económicos. Después siguen las clases Alta-Baja y Alta-Alta, donde hay 6.7 millones de personas que no se preocupan por que aumente el precio de las tortillas.
Hasta hace poco yo creía que me encontraba en la clase media-alta, pero la incertidumbre le ha ido quitando los adjetivos “buenos” y “estables” a mis ingresos económicos, y con frecuencia acabo sintiendo que me ubico en clase media baja.
Por supuesto que no soy el único que percibe tener menos posibilidades de gasto a partir de los ingresos. De hecho, de acuerdo al Centro de Análisis Multidisciplinario de la Facultad de Economía de la UNAM, a partir de diciembre de 2012, el poder adquisitivo registra una pérdida acumulada de 3.45 por ciento. Según ellos mismos, una familia requiere $185.00 diarios para acceder a la canasta básica recomendable, esto es, unas tres veces el salario mínimo, que ronda los $67.00. Como quien dice, y a partir de la clasificación de la Secretaría de Economía, hay unos 68 millones de mexicanos que no ganan lo suficiente para acceder a lo básico, y los que sí lo obtienen, andan nerviosos porque no saben en qué momento serán asaltados —en tanto la delincuencia va en aumento—, no tienen certeza de la continuidad de sus lugares de trabajo y deben ahorrar por si se enferman, pues los servicios públicos de salud viven en la calle de la decadencia.
No, si el panorama pinta precioso para la mayoría de los mexicanos, y al mismo tiempo es una realidad nada ajena al resto de los países de Latinoamérica.
Ante esta perspectiva, no me queda más que estar agradecido de que todavía tengo la certeza de los alimentos, techo y servicios públicos más o menos eficientes. Pero el punto no es sentirnos contentos por estar entre los menos peor, sino encontrar los caminos para que todos estemos cada día mejor y, sinceramente me pregunto, si esa es una preocupación de nuestros actuales gobernantes y  de los seudo representantes en los partidos políticos.

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