Cotidianidades... 71

23/septiembre/2014

Cotidianidades…
Para un hombre casado, con hijos pequeños y comprometido con su familia, a veces resulta complicado echarse al sofá para, por ejemplo, ver un partido de fútbol americano. Sin embargo, gracias a los dioses chiapanecas y la complicidad de mi esposa, el domingo pasado por fin creí tener tiempo para ver la tele yo solito y sin ruidos.
No habían dado la patada de despeje cuando sonó el teléfono. Una amiga me pedía como favor llevarla al otro lado de la ciudad para entregar un regalo.
—¿Tiene qué ser justo ahora? —le pregunté viendo triste hacia el televisor.
—Sería lo mejor —respondió ella.
Estaba por ofrecerle pagarle los taxis, cuando se me adelantó diciendo que era de suma importancia que la acompañara.
No hice berrinche porque no había quien lo viera.
Para quienes no viven en Tuxtla y para muchos que trabajan en el gobierno (quienes parecen vivir en una realidad aparte), les cuento que gracias a muchas y mal planeadas obras públicas, la ciudad se ha vuelto intransitable, e ir de poniente a oriente —que es lo que pedía mi amiga— se ha convertido en una tarea casi temeraria que implica la posibilidad de caer en zanjones, ser detenido por maquinaria trabajando y sin señalamientos o encontrarse con semáforos sin funcionar y que han sacado el lado más siniestro de la población al volante.
En honor a la verdad, declaro que me encorajiné con mi amiga por quitarme tiempo de descanso. Fui a realizar el favor con pocas ganas y preguntándome qué podía ser  “tan especial” que no pudiera aguardar un día o un par de horas más.
Salió a recibirme su sonriente hija de nueve años y eso moderó mi enojo. Saber que el regalo consistía en una donación de paquetes de pañales para el asilo de ancianos, logró que pasara de la molestia a una sensación de vergüenza.
En el camino, amén de baches de película, aguas negras bullendo del suelo y rocas arrastradas por la lluvia, nos encontramos a un par de colectiveros en franca lucha por ganar pasaje.
—¿Por qué van tan rápido? —me preguntó la hija de mi amiga.
—Están compitiendo —le respondí y al ratito uno de esos chafiretes se le cerró al otro, quien para demostrar lo macho que es nunca pisó el freno y terminaron como ya se imaginan.
—¿Compiten para ver quién se muere primero? —me preguntó la niña.
—Ojalá sólo murieran ellos, lo malo es que luego se llevan a los pasajeros por delante —le dije mientras maniobraba para no caer en un bache insultante.
—Oye, tío —me dijo en ese momento la niña—, los adultos piensan que el gobierno roba mucho, yo los he escuchado, pero, ¿por qué además de robar, le echan tantas ganas en hacernos difícil vivir aquí? Mira, ni avanzar podemos.
Pensé en contarle que el caos y tantas obras juntas implican un presupuesto que invitan a la rapiña, que la ambición humana es desmedida, que hemos electo gobernantes deseosos de convertir en ricos nuevos a sus amigos, y también consideré en hablarle sobre cómo la pobreza y la ignorancia son usadas para comprar votos y permitir el acceso a puestos públicos a seres que no lo merecen. Sin embargo, sólo atiné a responderle que virtud de que el gobierno no quiere oír a la población adulta, quizá debíamos solicitarle que hablaran con los niños, quienes desde su inocencia hacen un uso lapidario del sentido común.
Cuando llegamos al asilo encontramos el portón cerrado, no se veía al personal y comenzaba a llover. Pensé que todo el esfuerzo había sido en vano.
Entonces se asomó con gesto compungido una señora, hosca preguntó qué queríamos y cuando vio los pañales lanzó una pequeña exclamación de alegría.
—Llegaron en el momento justo —nos dijo—. Apenas le estaba diciendo a mis compañeros que no sabía qué íbamos a hacer con  los abuelitos, porque acabo de poner el último pañal que nos quedaba.
—Por eso quería que vinieras —me dijo mi amiga—, para que veas cómo una pequeña donación puede facilitar las vidas de las personas. Ojalá a la otra vengas solo y con muchos pañales.
Camino a casa pensaba en cuánto le costaría al gobierno atender de manera adecuada a estos ancianos, claro que con lo ocupados que andan en esquilmar al estado, poco tiempo tienen para volver la vista a su alrededor. Entonces razoné que quizá nos toca a las personas comunes cometer pequeñas acciones buenas que hagan más vivible y amable nuestra vida cotidiana. Asimismo, creo que debemos realizar ejercicios de memoria, para que en el momento justo les cobremos estos olvidos a esos que ahora se consideran encumbrados y arriba del resto.


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