Cotidianidades... 46

42/marzo/2014


Cotidianidades…

Gracias al ancestral conocimiento que los actuales gobernantes tienen sobre nuestras ciudades y a una coordinación sin precedentes, han logrado que Tuxtla Gutiérrez, nuestra gloriosa capital chiapaneca, se vuelva prácticamente intransitable.

Las principales arterias viales de la ciudad sufren el colesterol de los baches invencibles, hundimiento de alcantarillas y francas intervenciones a concreto abierto. Por si esto no fuera suficiente, el viernes a eso de las nueve de la noche, instalaron el alcoholímetro en la única calle que permitía un flujo más o menos constante. ¡Nombre!, déjense los cláxones, las intensas, profundas e incontables mentadas provocaron que vibrara como nunca el valle central del estado. Se enchinaba la piel al escuchar a tanta gente unida en una sola voz.

Claro que, visto desde fuera, esto quizá no sea tan catastrófico. Es decir, alguien que viva en el Distrito Federal, por ejemplo, tal vez no considere fuera de lo común que una persona tarde cuarenta minutos en llegar a la escuela de los hijos o una hora para llegar al trabajo. Quizá lo desesperante sea, para quienes aquí vivimos, que apenas hace unas semanas estos recorridos nos llevaban diez o quince minutos y eso ya se nos hacía eterno.

Ahora, además de calcular más tiempo para nuestros traslados, debemos invertir más dinero en gasolina —por las horas que pasamos en el tráfico— y no se diga tener mayor paciencia. De hecho, los nervios alterados, el calor que llega a 38° C y las competencias por ganar medio metro de ventaja al otro automovilista, ocasionan varios choques a diario, lo que a su vez provoca más congestionamiento y lentitud en la circulación. Supongo que en esos casos no se ve a ningún agente de tránsito agilizando el tráfico porque, ¿a quién le gusta entrarle a batallas perdidas?

Amén de que ya no tenemos nada que envidiarles a las grandes capitales del mundo —en cuanto a tráfico automotor se refiere—, hemos empezado a odiar salir de casa, lo que a su vez ha provocado una disminución en los ingresos de los comercios, aunque no hay que ser tan desagradecidos y verlo todo mal, ¡No señor!, esta situación nos permite ahorrar y así podemos cubrir el incremento en el gasto semanal de gasolina.

Quizá todo esto no nos supiera tan mal, si nos explicaran a detalle por qué tantas reparaciones deben ser hechas al mismo tiempo y sin lógica aparente —digo, alguna lógica debe existir—. Tal vez teniendo esa información soportaríamos con cierto estoicismo estos tiempos perdidos de nuestra vida, pero en lugar de eso, por la radio sólo escuchamos que estas obras eran necesarias, mientras vemos las fotos de políticos que a través de grandes espectaculares nos cuentan que son muy buenas personas y que, además y a pesar de no ser evidente, trabajan muy duro. Claro que unos segundos antes de que el calor nos derrita el cerebro, uno se empieza a preguntar: “¿qué será qué quieren donde ponen sus fotos por todos lados?” Supongo que no dicen ser honrados, porque ya bastante burla es que nos estén sonriendo mientras nosotros vamos en el auto, caldeándonos y cocinando a fuego lento y en su propio jugo a nuestros hijos.

Quiero suponer, además, que no nos dan mayores explicaciones debido a que dan por hecho que no les vamos a creer. Como pueblo estamos tan acostumbrados a ver corrupción, desvíos de fondos, malos manejos y vicios ocultos en cualquier lado, que gastar saliva aclarando nuestras dudas es un despilfarro que ellos, rigurosos con los gastos excesivos, no se pueden permitir.

Así pues, si estamos desinformados sobre la finalidad de las obras, si no comprendemos la visión de nuestros líderes, si no sabemos ver más allá de la inmediatez, es nuestra culpa, pues nos avocamos a solamente andar de mal pensados sin, por ejemplo, exigir abiertamente que nos rindan cuentas, y al parecer en esos casos el castigo es vivir un pequeño infierno cotidiano en nuestra propia ciudad.

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