Cotidianidades... 155
06/09/2016
Cotidianidades…
Iba
en la preparatoria cuando escuché por primera vez sobre el “animismo” —doctrina
filosófica según la cual los objetos ocultan un espíritu oculto que los
gobierna—, a lo cual, por supuesto, conforme al ánimo alegre y socarrón que un
joven debe tener, respondimos con bromas y chistes sobre los sonrojos y malos
momentos que muchos de nuestros objetos personales deben pasar.
Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo, he
llegado a la conclusión que en una de esas, los “animistas” no andaban tan
equivocados, porque sólo así se puede explicar que de pronto y como si se
hubieran puesto de acuerdo, distintas máquinas, herramientas y artefactos de
cualquier hogar decente, se descompongan casi al mismo tiempo.
En mi caso —y sólo por apelar a mi última
experiencia—, la situación comenzó a gestarse en la mañana del primer viernes
del mes, cuando la computadora, en lugar de encender, comenzó a lanzar
destellos que yo creí era mensaje de una civilización extraterrestre. Después
de varios minutos de espera, no me quedó de otra que aceptar que el equipo
necesitaba reparación, la subí al auto y entonces éste comenzó a hacer un
zumbidito poco agradable.
—¿Lo escuchas? —me preguntó la dueña de mis
quincenas, y yo, que apenas estaba digiriendo el asunto de la computadora, le respondí:
—No te preocupes, de seguro quiere aprender a
cantar.
Les juro que enuncié las dos oraciones con
ímpetu, invocando a todos los poderes del universo para proyectar su fuerza en
cada una de las frases y así, tal como lo explican varios sanadores y
motivadores de “youtube”, lograr el milagro de la transformación milagrosa de
la realidad a través de la magia de las palabras.
Pero más poder tuvieron las palabras del
ingeniero que me atiende el auto cuando —con gesto compungido y ofreciéndome una
pastillita para la presión alta— me devolvió al mundo real al decirme:
—Lo siento mucho. Es la caja de velocidades.
Quizá haya que cambiarla.
A punto estuve de lanzar un melodramático
“¡Noooo!”, pero la poca vitalidad que me quedaba, me la quitó una llamada
telefónica del ingeniero en sistemas, quien me dijo que el problema con la
computadora estaba, nada más y nada menos, que en la tarjeta madre.
Por si eso no fuera poco, al llegar a casa,
gracias a un descuido, provoqué que se cayera mi tableta, le rompí la pantalla
y de pronto me quedé sin un equipo electrónico en el cual escribir. Me enojé
mucho, tanto, que el querubín, haciendo gala de sus habilidades de psicólogo,
llegó a consolarme:
—No te preocupes —me dijo el pequeñín—. Fue
un accidente y a todos nos puede pasar. Mira, justo a mí se me acaba de caer la
tableta de mamá, y también se rompió. ¿Verdad que no es para tanto?
¿Qué le dices si ya usaste todas las palabras
para insultarte a ti mismo?
Esa noche pretendí lamentarme con la dueña de
mis quincenas sobre esos incidentes que habrían de mermar los ahorros de la
casa, pero antes de que yo comenzara a hablar, empezó una lluvia histórica que
nos hizo correr para cerrar las ventanas, levantar la ropa colgada, meter al
gato y cancelar por teléfono la salida que teníamos planeada a casa de mis
padres.
Al poco rato comenzaron a llegar imágenes
desastrosas de mi Tuxtla querida. La intensa lluvia llenó de vida a ríos y
arroyuelos antiguos que a lo largo de los años han sido embovedados, pero que
esa noche recordaron la fuerza con que recorrían estas tierras y a su paso se
llevaron autos, casas, el pavimento de calles y vidas humanas.
Por supuesto y como ha ocurrido durante
muchos años, amén de la abundante lluvia, la basura en las calles provocó que
se taponearan las coladeras y alcantarillas, de esa manera los encharcamientos
fueron mayores, y comprendes que muy difícilmente una campaña en medios será
suficiente para cambiar malos hábitos (como tirar basura en la calle), cuando
no lo logra ni siquiera el impacto en nuestras vidas cotidianas de un desastre
de ese tipo.
Es cierto que dependencias gubernamentales,
organizaciones civiles y distintas personas salieron a las calles a ayudar,
pero no lo es menos que varios de nuestros seudo líderes vieron en esta
catástrofe una oportunidad dorada para intentar brillar con acciones que son su
responsabilidad, pero en las que se tomaron fotos y videos con los que
pretenden hacerse pasar como ungidos o salvadores del pueblo, sin comprender
que la gran mayoría ya estamos cansados de esos teatros que nadie les cree.
Después del caos, algunos nos quedamos
reflexionando que los contratiempos cotidianos no dejan de ser pequeños, en
tanto hay familias que de un día para otro se quedan en medio de la nada. Mientras
que al mismo tiempo —y como si no pertenecieran a esta realidad—, otros se
frotan las manos, porque esperan obtener tajadas de la desgracia ajena, y no
duden que se les esté haciendo tarde para aprovechar los recursos que liberen destinados
a “reconstruir” lo que la lluvia se llevó.
Hasta la próxima.
Comentarios
Publicar un comentario