Cotidianidades... 26

15/octubre/2013

Cotidianidades…

Si bien todos solemos reconocernos como seres inteligentes, es difícil no reconocer a individuos más inteligentes que uno, y es casi irremediable no señalar cotidianamente a un montón de personas a las que vemos como más tontos que a nosotros mismos. Es decir, en nuestra pirámide de inteligencia nosotros solemos ocupar los estratos superiores, aunque los demás —pobres ingenuos— a su vez nos quieran ver desde arriba.

Quizá esto esté bien, es señal de que nos queremos y de que tenemos la autoestima alta, tan alta que muchos solemos tener la solución idónea a cualquier problema que nos planteen y a veces aunque no nos lo planteen. Lo anterior se puede probar fácilmente si, en una mesa llena de personas, usted le pregunta al comensal enfrente suyo: “¿Cómo puedo llegar de aquí al museo de la ciudad?”

Es muy probable que pronto escuche sugerencias sobre rutas de colectivo, que le pasen una servilleta con un mapa, que le expliquen a señas o que de plano lo inviten a conseguir un taxi. También es muy probable que entre tantas personas amables e inteligentes, el único que no pueda opinar sobre el asunto sea a quien usted le preguntó. “Pa’ opinar todos somos buenos”, decía una tía.

Contra lo anterior se puede argumentar que una cosa es ser inteligente y otra muy distinta ser metiche. Sin embargo, después de varios años de haber terminado la educación básica, he descubierto que quienes han conseguido mayores logros personales no eran precisamente los más inteligentes en la escuela, sino los más “metidos”, niños capaces de alcanzar sus objetivos, hábiles en su manejo de las relaciones sociales e intuitivos para comprender los contextos en los que se iban moviendo.

Desde mi perspectiva, la inteligencia pasa por la capacidad de vivir bien, en paz con nosotros mismos y contentos con lo que tenemos y hacemos. Es decir, ser felices.

 No estoy hablando de conformismo ni estoy haciendo una defensa de los que  “viven felices en su ignorancia”. Digo que si alguien con cierta capacidad intelectual tiene las herramientas para comprender el mundo y desde esa comprensión vive amargado, capaz no sea tan inteligente como piensa. En cambio una persona feliz y encantada con la vida, aunque tenga una capacidad cognitiva regular, podría ser considerada muy inteligente.

Asimismo, una inteligencia limitada la podemos encontrar cuando una persona brillante utiliza su cerebro para provocar daño o si no comprende su entorno. José Antonio Marina en su libro “La inteligencia fracasada” (Anagrama, 2013), cuenta la historia del ingeniero alemán que diseñó los hornos crematorios en los campos de exterminio nazi. Este pobre hombre se quejaba de que nadie reconociera la rapidez y eficacia de su invento para eliminar dos o tres millones de cadáveres. Seguramente el muy infeliz vivió frustrado varios años, porque su inteligencia le daba para construir maquinarias magníficas, pero no para comprender el contexto en que las desarrolló.

Claro que si usted considera que este ejemplo además de sanguinario está lejos en el tiempo y geográficamente, toquemos un caso más localista.

Pensemos en el Cañón del Sumidero, una maravilla de Chiapas que la naturaleza se tardó en crear algo así como doce millones de años y que ahora, además de impresionarnos con su belleza, significa ingresos a un montón de personas que se dedican al turismo.

¿Sería inteligente permitir que un grupo de personas se dedicaran a extraer materiales de construcción muy cerquita de ahí, hasta poner en riesgo la seguridad de esa belleza natural? ¿Es inteligente y correcto embolsarse grandes cantidades de dinero —por ganancias o mordidas— a cambio del desprestigio personal y transgeneracional que significará destruir una pared del Cañón? ¿Es inteligente que como sociedad permitamos que esto suceda?

Entonces por qué será que todo esto está ocurriendo y pocas voces se levantan en contra de ello.

Algunos investigadores ya hablan de fisuras en las paredes del Cañón del Sumidero, de riesgo ambiental para los ecosistemas y de daños la salud humana. Otros sólo la señalan como una de las tantas formas estúpidas en que a través de un Ecocidio se afecta a la sociedad toda, a cambio de un bien presente, metálico y bastante material.  

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