Cotidianidades... 144
Cotidianidades...
Hay ocasiones que los sueños son tan vívidos que al despertar no terminas de entender dónde te encuentras realmente. Y no, no estoy hablando de un efecto post megaborrachera ni de una ingesta inapropiada de calmantes para enfrentar el estrés cotidiano, sino de simples y llanos sueños intensos, que te llevan al pasado, a momentos que debieron haber ocurrido, a instantes junto a seres queridos que ya partieron o a pesadillas con personas que nunca debieron aparecer en tu vida.
Hay ocasiones que los sueños son tan vívidos que al despertar no terminas de entender dónde te encuentras realmente. Y no, no estoy hablando de un efecto post megaborrachera ni de una ingesta inapropiada de calmantes para enfrentar el estrés cotidiano, sino de simples y llanos sueños intensos, que te llevan al pasado, a momentos que debieron haber ocurrido, a instantes junto a seres queridos que ya partieron o a pesadillas con personas que nunca debieron aparecer en tu vida.
En mi caso, apenas anoche,
soñé con un amigo con quien viví distintas experiencias al sur del continente.
En mi sueño estábamos en la playa asando un pescado gigantesco y él, cerveza en
mano y después de cortar un trozo de carne para probarlo, me preguntó si
después de tantos años había alcanzado alguno de los sueños que en su momento
compartimos.
No supe qué contestarle, y
de hecho desperté repitiéndome la pregunta (y, por cierto, con ganas de ir al
mar). Claro que si el tiempo a veces no alcanza para los deberes diarios, menos
chance da para que uno se dedique a plantearse dudas existenciales. Así que
apenas abrí los ojos volteé a ver la hora, desperté al querubín y corrí por el
uniforme para enfundarlo en él, terminé de guardar su lunch, subí las cosas al
auto y apúrale porque parece que de pronto ya es medio día y uno todavía no
termina con todo lo que tenía planeado. Y ni bien se ha terminado la comida hay
que seguir corriendo, sin parar, con tal de cumplir con las obligaciones de la
tarde, de la noche, a veces de la madrugada y hasta que de nuevo llega uno a la
cama tan cansado que no dan ganas ni de pensar.
Esta vez, sin embargo,
decidí darme un respiro, detener el trajín de la vida y, como si Leandro estuviera
delante de mí repitiendo la pregunta, intentar responderle si he alcanzado
alguno de mis sueños.
Mi respuesta, sin dudar, es
un rotundo y definitivo no.
Porque nada ocurrió como yo
pensaba hace quince años y porque a pesar de ya no estar tan joven en esa
época, no tenía la más pálida idea de lo que significaban términos como
matrimonio, paternidad, compromisos a un plazo mayor de dos años, y al mismo
tiempo todavía creía en mentiras históricas como: un matrimonio siempre es para
siempre, la carrera que elijas definirá el resto de tu vida, los impuestos son
usados correctamente por los políticos (bueno, tampoco era tan ingenuo, pero
desde aquel entonces me hubiera gustado creerlo) o tú puedes tener todo lo que
quieras —viajes, autos, fiestas, dinero— para ser feliz.
Honestamente al principio de
mi análisis, y quizá todavía afectado por el sueño, fui invadido por cierto
pesimismo y uno de mis primeros pensamientos fue: “Estoy lejos de aquellas
ilusiones… y además —con lagrimita contenida— el tiempo sigue pasando y no veo
pa’ cuando alcanzarlas”.
Por suerte el querubín llegó
con su máscara de Iron Man a darme un trancazo en el estómago que me ubicó en
mi realidad. Después de su ataque, risa y risa, se puso a correr por la casa,
convencido de que yo lo perseguiría para luego tener una lucha en la que, por
supuesto, él saldría vencedor.
Esta vez, sin embargo y
nomás por hacerlo rabiar, le apliqué una llave inmovilizadora de la que no
habría escapado, sino es porque la dueña de mis quincenas —“Black Widow” según
el querubín— llegó en su auxilio y entre los dos me molieron a almohadazos.
Ya no hubo chance de seguir
con mis reflexiones, en lugar de ello fui a preparar la cena —que comimos
juntos— y al terminar, cansado aunque con ganas de “seguir jugando por mucho
tiempo”, el querubín pidió un abrazo con la intención de quedarse dormido sobre
un hombro paternal.
Ahí volví a pensar en
Leandro, y aunque en realidad no me lo preguntó, pues sólo lo soñé, insistí en darle
mi respuesta, nada más que ahora ampliada.
Pensé en lo aburrido que
sería si todo saliera conforme a nuestros planes. Si algo le agradezco a la
vida son las sorpresas positivas que me ha ido presentando en el camino, pues gracias
a esos virajes inesperados del destino he conocido a personas inolvidables, me
casé con mi primer amor platónico, conocí mi pasión por las letras y tengo un
hijo que ante mis ojos es maravilloso.
No, no alcancé los sueños de
aquel entonces, porque pude aprender que hay sueños mucho más grandes y maravillosos
que los marcados por un estilo de vida exitista y vacuo, y porque comprendí que
las fiestas más alegres y placenteras no se viven entre desconocidos, que los
viajes más intensos pueden ocurrir a una cuadra de tu casa siempre y cuando
vayas de la mano con la persona adecuada, y que los momentos de felicidad
verdadera, profunda y honesta, en realidad tienen mucho más que ver con la
sonrisa saludable en los rostros de quienes amas que con cualquier logro
material que alances.
No, no alcancé los sueños de
aquel entonces, porque la vida me ha regalado una realidad mucho más intensa de
la que pude haber soñado.
Hasta la próxima.
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