Cotidianidades... 36
14/enero/2014
Cotidianidades…
El domingo pasado se llevó a cabo la Carrera
del Parachico. Son 15 kilómetros que se
corren entre Tuxtla Gutiérrez y Chiapa de Corzo, con la ventaja que
implica el que la segunda ciudad esté a una altitud menor sobre el nivel del
mar, es decir, en varios momentos se corre de bajadita. Esto último ha
implicado ciertas frases de desdén de quienes no han realizado el recorrido,
pero que sin embargo se sienten capaces de enarbolar una expresión trillada
para menospreciar a quienes sí lo hemos llevado a cabo: “así cualquiera”.
Aunque la había corrido tres
años consecutivos, esta ocasión abrigaba serias dudas de inscribirme a ella,
pues estaba muy mal entrenado, con algunos-varios-muchos kilos de más e incluso
sin la disposición mental para recorrer la ruta. Claro que amigos dentro del
deporte se aprestaron a animarme y como no tenía otra cosa que hacer el domingo
temprano, decidí ir, total, “está de bajadita”.
Lo bueno es que hay
situaciones en las que no se necesita avanzar mucho para comprender que está
uno equivocado. Lo malo es que a veces somos demasiado orgullosos o tan
testarudos que la posibilidad de renunciar a un reto no entra en nuestro campo
de posibilidades. Así, después de diez kilómetros y cuando el cuerpo no daba
para más, en lugar de retirarme fui convenciéndome de que sí era posible concluir
el objetivo. Además, estaba a la mitad de una bajadita, ni modo de
desperdiciarla.
Tres tormentosos e
inacabables kilómetros después, amén de darme cuenta de que haría el peor
tiempo en cuatro años, también comprendí cómo se siente corriendo un hipopótamo
cojo, sin aire y con la lengua de fuera.
Tal vez no lo crean, pero esa experiencia de contacto imaginario —casi místico—
con la naturaleza, me permitió sonreír en medio del calvario y hasta pude
avanzar, sin llorar, un kilómetro más.
Los últimos mil metros se
encargaron de recordarme las hojuelas de la nacida, el pavo de año nuevo, el
bacalao del recalentado y la doble porción de rosca del día de reyes. Ahí
tampoco lloré, pero porque de tan deshidratado no me alcanzaba ni para media
lágrima mal parida.
Llegué a la meta diciendo lo
que cualquier crudo después de una gran borrachera: "no lo vuelvo a
hacer", y después, ya embarcado en las expresiones culturales comunes y
cotidianas, me lancé una lista de las razones que explicaban por qué me fue tan
mal: había mucho calor, ya no estoy tan joven, los tenis me molestaron todo el
trayecto, entre tanta gente no se podía correr rápido, se me cerró una
viejecita de ochenta años y no me recuperé del susto.
Claro que nunca falta una
voz realista, quien en medio de la tormenta te recuerda los motivos de fondo en
tu falla.
—Debiste entrenarte “un
poquito” más —me dijo don Jorgito, alias “El perro mayor”, si bien su “poquito”
iba cargado de ironía, la frase con que remató no tuvo compasión—. Te lanzaste
como el borras y te quedó grande el paquete, ya hasta te pareces a nuestros
gobernantes.
Molesto por el insulto, le
iba a contestar que yo no soy ningún improvisado, que era mejor intentarlo que
nunca hacerlo, que si hubieron errores fueron de cálculo, que además todo, absolutamente
todo, estaba en orden y bajo mi control. No se lo dije porque entonces sí temí
parecerme al señor Presidente o al Gober,
porque apenas podía hablar y porque lo que me quedaba de fuerza la
estaba enfocando en evitar caer desmayado. Así que —igual que nuestros
líderes—sólo alcancé a musitar.
—Creí que iba a estar más
fácil… como estaba de bajadita.
Cualquier símil con la
realidad política, es pura coincidencia. Hasta la próxima.
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