Cotidianidades... 35

07/enero/2014

Cotidianidades…

Criar hijos no es fácil. Si eres un padre o una madre más o menos responsable, desde antes de nacer los niños te significan cambios en tus rutinas y cotidianidades, amén de que empiezas a darle un nuevo sentido a la palabra futuro y —si se lo habías perdido— vuelves a tenerle miedo a la muerte.

Ni que decir que te fuerzan a ampliar tu vocabulario, así empiezas a usar en tu vida palabras como onzas, pañaleros, espaven, esterilizadora, almohadones antirreflujo, fórmulas lácteas y medidas de chupones. Los desvelos te acompañan varios meses, a cambio te emocionas con sus primeras sonrisas, aunque sepas que a esa edad no alcanzan siquiera a verte. A esas alturas, además, es probable que tu felicidad y alivio emocional dependan del color de popó de la criatura.

Conforme van creciendo los bebés, las necesidades y los gastos aumentan, al tiempo que las idas al cine, las salidas con amigos y los antros de moda desaparecen de tu escenario, o se muestran con una periodicidad bastante amplia. Es interesante cómo aquello que te resultaba irresistible —por ejemplo, amanecer con tus amigos compartiendo algunos vinos— deja de ser una opción y, ante las invitaciones a parrandas, llegas a declarar que antes de gastar en ti solito, prefieres hacerlo en tu hija o hijo.

Así pues, son los hijos quienes te ayudan a vencer tu egoísmo que creías sempiterno y es muy probable que, por primera vez en tu vida, pienses fidedignamente en otra persona antes que en ti mismo.

Es a partir de los hijos que hombres y mujeres se lanzan a empresas de apariencia imposible, sólo para demostrar que sí se puede, y todo con tal de darles una vida o incluso un mundo mejor a esos vástagos, que con su sola presencia y sin pedirlo, te van convirtiendo en una mejor persona.

En este sentido, un amigo me decía que dar la vida por los hijos no significa necesariamente ponerse entre una bala y tus descendientes, pues además de ser una situación bastante improbable, quizá también lo harías por un bebé aunque no fuera tuyo: “dar la vida —decía él— es atreverte a dejar de ser quien eres, a renunciar a tus partes más nefastas, para convertirte en alguien mejor… y esos cambios son tan duros, que a veces sientes que se te va la vida en ello”.

Es cierto que en el camino debes aprender a lidiar con berrinches, miedos, desmanes, travesuras y neurosis adolescentes, pero a cambio ellos nos recuerdan que el mundo tiene magia, que una sonrisa realmente puede alegrar el alma y que para ser felices no se necesita más que una actitud positiva y un poco de imaginación.

El problema es que con el estrés y los compromisos cotidianos, a veces nos olvidamos de estos detalles, y más que vivir y convivir con los hijos, empezamos a lidiar con ellos. Le llamamos “ruido” a los sonidos que hacen, cuando en realidad son cantos de alegría, gritos de vida, carcajadas de emoción y voces que cuentan sueños. Nos quejamos de su desorden, sin ponernos a pensar que éste es una muestra de que están vivos, sanos y fuertes, y que además todo en la vida es temporal. Un día se irán y entonces tendremos casas silenciosas y ordenadas, reverberando por las nostalgias y plagadas de recuerdos de esa época de la que en su momento renegamos.

Quizá estas líneas no tengan una conclusión interesante y sólo sean un conjunto de reflexiones engarzadas sin sentido, pero sí son una invitación a tomar a los hijos por sorpresa para darles un abrazo, esto bajo la conciencia que los abrazos de los niños son revitalizadores y curativos, y que si bien criar hijos no es fácil, no por ello deja de ser maravilloso.

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