Cotidianidades... 58

24/junio/2014


Cotidianidades…


Aunque uno no sea aficionado al futbol, es difícil no sucumbir ante la ola cotidiana de comentarios, imágenes y emociones que un mundial de este deporte provoca, y si bien en mi caso no he visto un partido completo, eso no quita que en unos cuantos días haya visto más fútbol que en muchos meses juntos.


Claro que, como con las películas, en un mundial cada quien ve lo que quiere, reacciona ante los resultados conforme a su capacidad y utiliza el evento de acuerdo a sus intereses. Los bares, por poner un ejemplo, proclaman sus pantallas cada vez más grandes y un ambiente divertido; el gobierno chiapaneco mandó a poner canchas y pantallas gigantescas que benefician a quién sabe qué empresarios, y luego que la selección ganó o tuvo un “empate con sabor a triunfo” (frase por demás simpática, sobre todo cuando se dice con tono solemne y cara de locutor mal pagado), varios políticos con buenas relaciones de poder pero pocas luces se montaron en el resultado para hacer proselitismo.


Claro que además están quienes felices salen a festejar a las calles aunque nunca hayan jugado un partido, se “pintan de verde” (otra frase pintoresca y trillada), gritan ¡México! hasta quedar afónicos y en sus autos ondean banderas mientras van a toda velocidad por las calles —supongo que es un modo contemporáneo de expresar “abran paso, que el general lleva prisa”—.


Todos son actos ya casi folclóricos y previsibles, que pretenden demostrar orgullo por lo nacional al tiempo que se montan en el éxito y esfuerzo de otros. Es una masiva transposición de personalidades, donde unos pocos nos representan a todos y muchos aceptan esa representación, así pues, no es Guillermo Ochoa quien detiene el balón ni Rafael Márquez quien metió el gol, son millones que lo impulsan con el gesto, el espíritu y los gritos desde su casa y, por lo tanto, al tratarse de un esfuerzo así compartido, entonces el triunfo es de todos.


Es una receta mágica para el éxito inmediato. Vamos, las dietas para bajar de peso a base de suspiros se quedan en el limbo competitivo. Acá no hace falta años de esfuerzo, sueños ni disciplina, y tampoco pasar por miedos, lesiones y desgarres emocionales. Con sólo ponerte una camiseta ya eres uno de los once mejores del país y puedes gritar que como México no hay dos.


Claro que los seres humanos, los países, los equipos deportivos y hasta los jugadores endiosados suelen vivir los altibajos del destino. Fue así como mientras el mundo alababa a Guillermo Ochoa por su actuación frente a Brasil, el portero español Iker Casillas —ese mismo que festejó eufórico el campeonato del mundo en Sudáfrica 2010 y la Eurocopa 2012— salía cabizbajo y con el peso de saber que sus errores le costaron goles a la selección española. No sé cómo le habrá de ir al guardameta en su país —da la impresión que los éxitos pasados alcanzan para perdonarle los errores del presente—, pero sí puedo imaginar qué habrá de pasar el día que Guillermo Ochoa se equivoque y deje de rendir.


Lo más probable es que se le reclame con insultos, que se le grite su incapacidad, que reciba burlas infinitas y sea objeto del escarnio nacional. Lo anterior como castigo por haber traicionado a la patria y por poner en ridículo a aquellos que, en un acto de buena fe, dejaron de ser quienes eran para sentirse ganadores a través de él. Se les reclama porque no alcanzaron a ser lo que nosotros quisiéramos ser (nomás que sin esfuerzo).


Ante el error se olvida que personas como Guillermo Ochoa perpetraron muchos fiascos antes de tocar el éxito, que intentaron varias fórmulas que los acercaran a su objetivo y que transitaron largos caminos llenos de dudas antes de tener “la suerte” de brillar en un partido. Y se les echa al olvido, esa acción de la memoria que tan bien le viene a políticos transas para volver una y otra vez al escenario nacional.


“Ellos ganan muy bien y deben rendir lo máximo”, escuché decir a un amigo. Pero igual les va bien a quienes en su profesión se encuentran entre los mejores del mundo. Y al mismo tiempo hay otros que sin dar resultados, ni ser eficientes o capaces, ganan sueldos con muchos ceros y se auto designan pensiones onerosas que entre todos pagamos (cualquier similitud con los magistrados electorales mexicanos, es pura coincidencia).


Si se le reclamara a nuestros representantes populares y a los funcionarios públicos que fueran tan buenos en su áreas de trabajo como se le exige a los seleccionados de fútbol, tal vez nuestro presente sería otro. Aunque entiendo la razón de que esto no ocurra, y es que ante el rechazo que la clase política genera, ¿quién va a querer trasponer personalidades con aquellos que a nadie representan? Hasta la próxima.

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