Cotidianidades... 62

22/julio/2014




Cotidianidades…


No sé cuándo comencé a querer a mi tierra. Quizá fue al recorrer el pequeño bosquecillo que hace tres décadas bordeaba la casa de mis padres, tal vez  comenzó durante la fiesta de Chiapa de Corzo con sus miles de parachicos, o en el recorrido mágico de Tuxtla a San Cristóbal de Las Casas, por un antiguo camino lleno de curvas y propiciador de múltiples accidentes, pero que ofrecía paisajes de fotografía que sólo podíamos guardar en la memoria.


El punto es que despacio y casi sin darme cuenta, me volví un ferviente enamorado de este punto del universo, y cada vez que tuve la oportunidad de vivir lejos de aquí, llevé conmigo algún motivo para mostrar orgulloso mi origen y para utilizarlo como paliativo ante la nostalgia.


Muchos me han dicho que querer a Chiapas es tan fácil como irle a un equipo ganador, pues guarda tantas maravillas naturales y culturales que presumirlo no requiere de un gran esfuerzo.


Ante estos comentarios he respondido que el cariño, para ser fidedigno,  debe manifestarse. “Ni que fuera fantasma”, me respondió un primo, y tiene razón, no lo es, pero precisamente porque se duda de los fantasmas es que se les exhorta a mostrarse con un estentóreo “¡Manifiéstate!”, en cambio el cariño o el amor no requieren de conjuros en tanto se evidencian solitos.


¿Cómo he demostrado ese cariño y respeto? Trabajando honestamente en los distintos lugares que he podido participar, promoviendo el cuidado de la naturaleza y escribiendo cuentos y novelas alrededor y sobre la gente de mi estado. Esto último, por cierto, me ha valido críticas pues dicen que corro el riesgo de ser considerado un escritor regionalista, pero, ¿qué puedo hacer en contra de esas historias que parecen nacer en mi mente y que están enraizadas en esta misma tierra que camino?


Ahora, esta “oda al origen”, no es un intento de promoción turística ni una necesidad personal de reafirmar mi ser chiapaneco, sino la base a un cuestionamiento a quienes osaron postularse y levantar la mano para dirigir los destinos de mi estado durante los últimos años.


Me refiero a personajes que han llegado a distintas áreas del poder asegurando amar a Chiapas, que su propósito y objetivo era el bien de del estado, y que la gran deuda de la historia —que ellos con sus habilidades todopoderosas iban a resarcir— era con la población más pobre de la entidad.


Por supuesto que no les creí, y como de seguro les ha pasado a muchos de ustedes, terminé votando por el menos peor o de plano anulando mi voto. Claro que “de cualquier manera” ellos llegaron a su objetivo, con todo lo que pueda implicar la expresión, y lo hicieron tan dispuestos a ejercer la rapiña, el saqueo y a obtener beneficios de familiares y amigos, que no se han medido para devastar al estado. Se han llevado hasta lo que no hay, a cambio nos están dejando una deuda pública que terminarán de pagar nuestros nietos.


Ahora, por ejemplo, tenemos una capital por la que no pueden circular con tranquilidad los automovilistas, en tanto hay calles literalmente intransitables o no sabemos que bache nuevo hay o no hay alcantarillas ni aviso respecto a esto último, y tampoco tenemos claro qué rutas están bloqueadas por obras que supuestamente modernizan y reactivan la economía, pero que terminan inconclusas y nunca cumplen con esos objetivos.


El peatón tampoco la tiene fácil. Hay sectores donde no hay banqueta y los caminantes —si no queremos avanzar entre hoyos, varillas y tubos expuestos— debemos bajarnos a la calle a torear autos y a colectiveros que no respetan ni a la autoridad, quizá porque esta parece estar escondida o se mantiene ocupada con asuntos que poco tienen que ver con el bien común.


De esta manera nuestra vida cotidiana se ha visto complicada en tanto no podemos siquiera circular (imagínense lo felices que hace esto a los comerciantes), y nos encontramos atrapados entre la destrucción que beneficia a corruptos que aseguraron iban a construir una ciudad mejor, pero que de tan corrompidos no terminaron lo que empezaron y entonces le dejaron la estafeta a otros, que han llegado a destruir aún más para llevarse su tajada y, de nuevo, dejar inconclusas las obras. Si ese es su modo de demostrar su cariño, como dice la canción, "ya no me quieras tanto".


Espero que los ciudadanos encontremos el medio para sacudirnos de encima a estos bandidos, de exigirles que rindan cuentas y de evitar que sus secuaces continúen en esa cadena sin fin de postulaciones para acceder al poder, cuyo único objetivo sigue siendo el enriquecimiento personal desmedido a costa de los impuestos que pagamos entre todos.  

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