Cotidianidades... 70
16/septiembre/2014
Cotidianidades…
Para mi familia, como para muchas otras
familias mexicanas, la noche del grito de independencia se ha convertido en
motivo de reunión y reencuentro con quienes gracias a las distancias, el
tráfico desquiciante y el ir y venir cotidiano, no podemos siquiera saludarnos
como lo deseamos.
Así algunos —casi siempre
los más generosos y queridos— se preparan con el pozole, otros muy atentos se
disponen a llevaren alguna botana, los golosos se preocupan por los postres y los
más borrachos piensan en las bebidas, el punto es que cada quien recurre a sus
gustos y posibilidades para que entre todos construyamos una noche especial, en
la que echamos mano de nacionalismo como un artificio o motivo para regalarnos
cariño.
En esta ocasión mi esposa se
lució con una ensalada de camarón y yo fui a comprar un pie de guayaba que
nomás de verlo invitaba a la gula. Antes de las diez ya estábamos enfundados en
trajes regionales y bastante listos para la fiesta, cuando Nandadá, el dios chiapaneca
del agua, decidió lanzar un chipichipi que pronto se convirtió en lluvia, la
cual hizo correr agua por las calles.
En otros tiempos ni me
habría importado. Pero ahora, además de desconfiar de nuestras calles en Tuxtla
(y es que si no son baches capaz te encuentras zanjones o material mal
acomodado sobre las vías oscuras), mi hijo andaba resfriado y entonces salir de
casa comenzaba a parecerse a una irresponsabilidad.
Así pues y sin no poco
pesar, nos dispusimos a ver el grito del Presidente de la República por la
tele, al tiempo que revisaba algunos comentarios e imágenes en las redes
sociales.
El acto del grito, más que
emotivo, invitó a realizar varias reflexiones.
Para empezar, fue llamativo
cómo hombres y mujeres policías revisaban a niños, niñas, carriolas y bebés
antes de entrar al zócalo.
Estamos de acuerdo que las
medidas de seguridad son necesarias, pero llegar al límite de trastear a los
niños habla de un enorme temor a la ciudadanía. Claro que en ese mismo instante
podemos voltear los micrófonos hacia los padres y preguntarles “¿Por qué lo
permite? ¿No es mejor volver a su casa o protestar o enseñarle a sus querubines
que la dignidad no se manosea?”
Un amigo me decía que en
realidad muchos no van a sus respectivos zócalos por nacionalistas, sino porque
los gobiernos llevan a artistas que resultan casi irresistibles y en
espectáculos gratuitos, lo que le da a la mayoría de la población la única
posibilidad de verlos en vivo. Pero, ¿aún bajo esa perspectiva debemos permitir
que registren de ese modo a nuestros hijos?
Quienes matan dos pájaros de
un tiro son los gobernantes, pues además
de brindar a la gente la parte proporcional del circo que les corresponde, no
tienen necesidad de acarrear gente de manera tan obvia, pues de otra forma tal
vez darían el grito en solitario sino es que ante francos opositores.
Ahora, yéndonos al escenario
nacional, se nota que al señor Peña Nieto le falta enjundia para gritar “Viva
México”. Hasta mi chamaquito de dos años le ponía más ganas. O se le compra
vitaminas al hombrecito o le dan clases de cómo actuar las noches de los 15 de
septiembre o de plano que empiece a querer a su país, pero con una actitud como
la mostrada, invitaba más a la tristeza que al jolgorio.
Por cierto, apenas termino
su triste arenga, las cámaras se enfocaron en un grupo de personas, en primera
fila, gritando “¡Peña! ¡Peña! ¡Peña!”, y no, no era por los Peña Ríos que sí se
merecen la admiración de muchos, sino que se trataba de un grupo encargado
(entrenado, casi) de opacar las voces de aquellos que fueron manoseados antes
de entrar al zócalo y que aceptaron pagar ese precio para ir a gritarle al
presidente lo que piensan de su gestión.
Ya comenzaba yo a refunfuñar
cuando mi esposa llegó a taparme la boca con una generosa porción de pie de
guayaba y me dijo: “¿Vamos a pasarla bien, te parece?”
Claro que la acusé de ser
parte del sector gubernamental que piensa que con unas pocas dádivas pueden
callar la voz del pueblo. Ella, por supuesto, me dio un almohadazo, lo que dio
pie a que nos pusiéramos a jugar entre todos y termináramos teniendo una noche
familiar y entretenida.
Pero tal vez sí habría que
ir pensando en el 2015, para que entonces como pueblo demos otro grito de
independencia que nos libere de muchos que están encumbrados sobre las
costillas de todos, aunque apoyándose de manera especial en la pobreza de los
más pobres.
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