Cotidianidades... 54
26/mayo/2014
Cotidianidades…
Fue en cuarto de primaria cuando salí en el
cuadro de honor de la escuela. Era una vitrina de madera donde se colocaban las
fotos y nombres de los dos niños que, por su conducta y buen aprovechamiento,
sobresalían en cada salón.
Aunque no tenía tan buenas
calificaciones como los dos más aplicados del grupo, mi buen comportamiento me
llevó a esa vitrina de la fama escolar (Como quien dice, nuestro Mini Salón de
la Fama). Por cierto, el gusto estuvo a punto de durarme menos de una semana,
pues durante una ausencia de la maestra me agarré a golpes con un compañero y terminé
en la Dirección.
Imagínense la cara de la
directora. Seguro se preguntaba cómo iba a caminar el mundo si los niños
peleoneros eran los bien portados. “Ay, nanita”, ha de haber pensado.
La razón de la pelea —todavía
lo recuerdo—, fue que durante varios meses ese compañero estuvo molestándome,
hasta que colmó la paciencia de mi espíritu pacífico y envalentonado por el
enojo solté dos malos derechazos, si uno de ellos le pegó fue porque alguien me
empujó y la mano medio cerrada no tuvo de otra que impactar sobre su cara.
Bueno, pues como dijeran las
abuelitas, “santo remedio”, el agresor desapareció.
En aquel entonces no
conocíamos el término “bullyng” (inventado por el sicólogo noruego Dan Olweus),
sólo sabíamos quién era la molestosa, el buscapleitos o el que siempre se metía
en problemas con los demás. Me refiero a ese alumno que muchos años después, el
maestro o maestra todavía recuerda porque “era un diablo”.
En aquellos románticos
tiempos, nuestros padres usaban propuestas poco pacifistas para acabar con el
problema: “¡Cuidado y te dejas porque yo te voy a dar a ti!” o “ahora vas, te
lo suenas y cuidadito lloras”. Y ahí iba el chamaquito, tembloroso pero
dispuesto a enfrentar su miedo e intentar terminar con el problema al costo de
una posible madriza doble (la del molestoso buscapleitos y la del papá).
Ese comportamiento que antes
se consideraba normal y hasta llegó a ser motivo de divertidas charlas de
adultos, ahora ya se ve como lo que es, un problema social, y ha alcanzado
dimensiones que llevan a la muerte y al suicidio de jóvenes y niños de todo el
mundo. Las luces amarillas se encendieron en México hace ya un buen rato, y la
luz roja parpadeó intensa la semana pasada con la muerte de un niño en
Tamaulipas. Nadie espera mandar a la escuela a su hijo y recibirlo muerto. La
situación es, definitivamente, terrible.
El bullyng es un problema
doloroso del que todos salimos perdiendo y en el cual todos debemos
involucrarnos, y luchar contra él requiere una reelaboración del pacto social
que existe entre estudiantes, padres de familia, docentes y administrativos de
las escuelas y el mismo Estado.
Es muy difícil pedirle a un
maestro que resuelva una mala conducta o actitud del alumno si no es ayudado en
casa. Estamos hablando, además, de maestros no pocas veces intimidados por el
ambiente de violencia de las poblaciones en que trabajan, amedrentados por los
propios padres de familia, por alumnos, por instituciones defensoras de
derechos humanos e incluso por medios de comunicación que, en ocasiones, los han
linchado y metido en problemas absurdos sólo porque quisieron hacer valer el
reglamento escolar o pidieron orden ante el caos. En lo que se averigua, la
imagen de varios buenos docentes ha quedado manchada, y los dolores de cabeza y
angustias pasadas nadie se las remedia.
Sé que pueden saltar muchas
voces diciendo “También hay maestros abusivos y mal preparados”. De acuerdo.
Hay que sacarlos del sistema escolar o capacitarlos. De cualquier modo, los
padres debemos estar cerca de los docentes, porque si bien ellos se encargan de
enseñar, la educación, en un gran porcentaje, es responsabilidad de los papás,
y conozco muchos ejemplos de padres que llegan a las escuelas a pedir ayuda,
porque ni ellos pueden controlar a sus mal educados (y a veces ya criminales) hijos.
No son papás que de pronto perdieron el control, sino padres ciegos por
elección ante las faltas de sus hijos, que nunca corrigieron ni formaron y se
dejaron gobernar por las veleidades de sus vástagos, a quienes ahora califican
como intratables. ¿Quién no conoce al menos un caso así? ¿Y por qué dejar en
manos de las escuelas el cometido de corregir a estos muchachos? ¿No será para
quitarnos responsabilidades y luego andar diciendo “inches maestros, ni educar saben”?
Posiblemente desde el Estado
deban plantearse protocolos para el control del bullyng al interior de las
escuelas e incluso crear organismos que ayuden en esa labor. Pero insisto, esa
es una labor comunitaria que debe abordar de frente este problemática, que si
bien nace por distintos factores, la gran mayoría son sociales y, por tanto, se
pueden transformar. Una columna no alcanza para abordar este tema tan complejo,
pero tal vez sí sirva para invitar a la reflexión, a charlar el tema y a
participar en la solución del mismo.
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