Cotidianidades... 65


13/agosto/2014


Cotidianidades…

Resulta que sumando a todos los habitantes de Argentina hasta Alaska, no llegamos a ser más que tres cuartas partes de la población China. Claro que los primeros en darse cuenta de que eran muchos fueron los mismos chinos, y hace algunas décadas decretaron que cada pareja sólo podía tener un hijo, así esperaban que su población decreciera.

Y lo lograron (para que el número de habitantes de un país se mantenga estable, cada pareja debería tener, en promedio, 2.3 hijos), sólo que los promotores de esa idea no calcularon todas las consecuencias que su decisión podría tener. Por ejemplo, ahora hay hijos únicos de padres que a su vez son hijos únicos, y de esa forma las familias se conforman por cuatro abuelos, dos padres y un pequeñín, que es el feliz dueño de las atenciones y depositario de los recursos y sueños de los primeros seis.

Estos chiquitines orientales, consentidos a más no poder, han dado origen al Síndrome del Pequeño Emperador (juro que así se llama y no es alusión a ningún gobierno en México y menos aún –Dios me libre– en Chiapas). Claro que no todo es gratis, a cambio de tantos mimos y contemplaciones, les exigen un alto rendimiento académico y extracurricular, y a pesar del esfuerzo de toda la familia, sólo dos de cada cien de estos pequeños emperadores y emperatrices serán aceptados en la universidad.

Otro costo que tiene este estilo de familia es la soledad en que crece el chilpayate. Uno, en esta parte del mundo, tiene hermanos, primos, tíos, madrinas, familiares políticos y otros que sí son honrados, pero los niños chinos que son hijos únicos de hijos únicos, están solitos, es decir, ni a quien presumirle el regalo de cumpleaños, y en la edad adulta, consecuencia de todo el escenario anterior, parece que tienden a la depresión y el vacío existencial.

Este recuento da una idea de lo ricos que somos, pues gracias a que tendemos a ser “familieros” (por lo general, aclaro), unos más otros menos, solemos recibir grandes dosis de cariño con alguna frecuencia.

Que eso tampoco es fácil, es cierto. Las batallas infantiles más cruentas y las luchas de poder más sofisticadas (con guerra psicológica incluida), ocurre entre hermanos. Cuando niños, era de los hermanos de quienes solíamos esperar las travesuras más atrevidas, pero era también junto a ellos que armábamos revoluciones impensadas y carnavales divertidísimos, que a su vez eran disueltos chancla en mano por la justicia materna.

“Quieren matarme de un cólico”, “cualquier día de estos se me tuerce la cara de tantas travesuras”, “con sus gritos me van a volver loca”, eran y son expresiones cotidianas que suelen provocar una estampida generalizada de los niños y luego la búsqueda conjunta de guaridas que, supuestamente, sólo los hermanos conocíamos.

Entonces, escondidos, murmurando para que las voces no delataran nuestra presencia, comenzábamos a tejer lazos de solidaridad y quizá hasta empezábamos a sentir un instinto protector por ese otro que me preocupa en tanto es mi hermano o hermana.

Con el tiempo, la vida y las decisiones, es muy probable que cada uno siga su camino, nos alejemos geográficamente y hasta la comunicación (a pesar de la tecnología) se realice de forma esporádica. Es posible, incluso, que en esas situaciones uno se encuentre con hermanos de la vida, seres en quienes encontramos un apoyo y solidaridad similar al que vivimos con nuestros hermanos de sangre.

Sin embargo, y he ahí la magia de esta relación, cuando los buenos hermanos vuelven a encontrarse, saben que el cariño se mantiene incólume, a través de pequeños detalles comprendemos que seguimos cuidándonos entre nosotros, que el avance de uno es un triunfo que festejamos todos porque lo sentimos también nuestro, y además entendemos que no estamos tan solos como algunas noches pudimos haber pensado.

Esos hermanos que por fuerza fueron nuestros primeros compañeros de juego, con la edad y por voluntad propia se van convirtiendo en nuestros amigos más fieles y comprometidos. Hay que cuidarlos y quererlos, al menos como un agradecimiento adelantado, en tanto es probable que ellos nos acompañen hasta el final de nuestros días.

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