Cotidianidades... 25

07/octubre/2013


Cotidianidades…
Hace poco me enteré que mentir es una demostración de inteligencia. Claro, esta aseveración aplica para los niños que apenas comienzan a hablar y de pronto, con tal de esquivar una responsabilidad, acusan al perrito o al papá de alguna pequeña atrocidad que ellos cometieron.

Sin embargo, una vez entrados en el chicloso terreno de la mentira, parece que ya nunca podemos salir completamente de ella, pues de una u otra manera, y aunque nos propongamos no mentir, al pasar del tiempo terminamos diciendo alguna “mentirilla”, aunque sea con buenas intenciones. Es así como les decimos a los niños que Santa es quien trae los regalos navideños, que su perro se fue a pasear con unos amiguitos —que en realidad moran en el cielo de los perros— y hasta les contamos historias de espantos “verdaderos”, con tal de que dejen de estar fregando y se acuesten temprano.

Con los adultos solemos ser más cautelosos en tanto los asumimos más inteligentes, aunque no por ello dejamos de mentirles y, a través de la palabra, apelamos a su credulidad para encajar una invención que esconde las verdaderas razones de faltar al trabajo, llegar tarde a casa, quitarle dinero a un incauto o conseguir votos de un montón de estos últimos.

Mentirle a otros es interesante, casi un arte, que requiere de capacidad ficcional y no poca memoria, porque aun cuando logremos inventar una falsedad verosímil, además debemos recordarla y en algunos casos hasta acomodar o encajar sobre esa mentira las situaciones que nos presentan la realidad. No deja de ser simpático descubrir a un mentiroso enredado entre sus mentiras, a menos que el mentiroso en cuestión sea uno mismo.

Incluso para los casos en que hemos sido descubiertos mintiendo y consideramos que no queda más que reconocer nuestra falsedad, existe un último recurso: Mentir más, pretender estar heridos en el orgullo y con ferocidad defender esa realidad inventada por nosotros.

Una forma curiosa de evadir la realidad es mintiéndonos a nosotros mismos. Aquí no me atrevería a aseverar que todos lo hemos hecho, pero sí considero que se necesita tener una inteligencia especial y carácter fuerte —no fanfarrón ni agresivo, sino fuerte— para decirnos en nuestra cara o en nuestro interior, las realidades que están sucediendo y no queremos, no aceptamos o nos gusta ver. Es decir, evitamos conocer o decirnos la verdad, y la evasión sí es una práctica cotidiana.

Un ejemplo de ello son los análisis que se han hecho alrededor de las lluvias provocadas por “Ingrid” y “Manuel”. Al respecto algunos han apuntado a lo torpes,  inexpertos y falsos que se mostraron los funcionarios federales; otros evalúan la capacidad de respuesta y corrupción en los gobiernos estatales; hay quienes quieren revisar documentos archivados para identificar a los fariseos que dijeron se podía construir donde no se debía; e incluso leí un artículo que criticaba a los afectados, en tanto en su gran mayoría se sentó a esperar la ayuda en lugar de empezar a ayudarse a sí mismos. Sin embargo, un tema que se evade a pesar de ser fundamental, es la deforestación, la destrucción que como seres humanos hemos hecho en selvas y bosques, la necesidad urgente y apremiante de reforestar, en tanto la tala inmoderada es uno de los principales generadores del cambio climático que ahora estamos viviendo.

Cada año nos dicen que una tormenta o ciclón ha sido el más poderoso que nos ha tocado vivir en nuestra historia reciente. Lo terrible del asunto es que cada año vendrán peores. Esto responde a varios principios básicos, entre ellos, que han desaparecido los árboles que absorben y retienen el agua de la lluvia, que con sus raíces evitan deslaves de laderas y montañas, y que con su presencia a gran escala reducen las consecuencias del cambio climático y por tanto también irían a la baja fenómenos meteorológicos como sequías terribles o lluvias excesivas.

La respuesta a esta problemática no puede venir de unos pocos ciudadanos o exclusivamente desde el gobierno, ésta debe considerar la concientización de todos y también la participación activa de la sociedad entera en actividades concretas.

Podemos seguir mintiéndonos a nosotros mismos y decirnos que “no pasa nada”, cuando evadimos preguntar de dónde sacaron la madera de los muebles que compramos, al desperdiciar papel, al fomentar el saqueo de plantas silvestres o al no promover y participar en el cuidado del medio ambiente. Lo triste será cuando la naturaleza se encargue de mostrarnos la verdad sobre lo que en sociedad hemos venido creando y negando, y además nos lo cobre del mismo modo como le hemos pagado, con la devastación.

 

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