Cotidianidades... 28
29/octubre/2013
Cotidianidades…
—Se empiezan a sentir los airecitos de
todos santos —escuché decir a una señora, y no pude sino reconocer que tenía
razón. Hay algo en estos primeros vientos otoñales que hacen pensar en el lugar
de los muertos y, en mi caso al menos, me han llevado a creer que en las
praderas de la muerte el clima perpetuo puede ser así, fresco, con algunas
ventiscas casi heladas que invitan a sacar las chamarras y al silencio.
Hablar de los muertos
en estas fechas —cuando menos en México— es un tema casi obligado. La muerte
tiene muchas aristas desde cuales verla, una de ellas es el humor, el cual no
necesita de chistes estructurados, pues en la cotidianidad los armamos, como
dijera el Chavo del Ocho, “sin querer queriendo”.
Díganme si no causa al
menos una sonrisa el caso desesperado de una anciana que visitó un panteón bastante
nuevo y salió del lugar implorando vehemente que a su muerte no la fueran a
enterrar ahí, ya que no vio la tumba de algún conocido y le daba vergüenza
quedar entre puro extraño.
O qué tal un tío que
durante muchos años vivió atormentado por las desventuras que la Tisigua le causaba a los hombres, y es
que en las noches infantiles su abuelita le repetía una y otra vez que tuviera
cuidado con ese espanto capaz de tomar la figura de una mujer muy bella o de una
mujer de la familia. Tan bien aprendió la lección el niño, que una tarde
oscura, cuando vio al espectro llamándolo desde la puerta del camposanto en lugar
de huir lo agarró a pedradas, lo malo estuvo en que no se trataba de la Tisigua, sino de su propia y auténtica abuelita
que quedó descalabrada sobre una tumba.
Claro que por lo
general la muerte causa risa mientras se le ve como una posibilidad lejana. Es
más, hasta nos atrevemos a lanzar refranes que nos recuerdan que para allá nada
nos llevamos y cómo lo más importante pasa por el cariño de nuestros seres
queridos. Luego de sentirnos filósofos y dueños de la verdad durante el tiempo
que duró el refrán, nos vamos a trabajar y a encerrarnos en perseguir nuestras
ambiciones materiales que nos alejan de quienes decimos amar.
Sin embargo, cuando
alguna circunstancia te encara en serio a la muerte, cuando tus opciones
consisten en elegir con qué actitud morir, tu perspectiva de la vida cambia y
comienzas a comprender lo poco importante que son la mayor parte de las cosas
que te rodean. Al respecto me permito rescatar una frase del inolvidable Steve
Jobs, quien dijo que “prácticamente todo, las expectativas de los demás, el
orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso, se desvanece frente a la muerte”.
Existen muchas
hipótesis sobre lo que ocurre cuando la maquinaria humana deja de funcionar por
completo. Un gran amigo asegura que no hay nada más, simplemente la oscuridad y
el silencio. El buen Sócrates afirmaba que cuando llegaba la muerte la vida se
iba para otro lado, así pues no es que uno se muriera, sino que nuestra esencia
cambiaba de lugar y con esa certeza en mente cuentan que se tomó la cicuta de
lo más tranquilo.
Está también el caso de
aquellos que creen en la reencarnación, en el paraíso o en zonas de reflexión y
aprendizaje antes de ascender a estratos superiores de conocimiento universal.
Por supuesto que aquí da para volver a citar a Steve Jobs, quien decía que “ni
siquiera la gente que quiere ir al cielo quiere morir para llegar ahí”. La
mayoría pensamos que allá Sócrates y sus convicciones suicidas, uno es más
terrenal y no puede dejar de sentir sus temores sobre un lugar del que, durante
varios años, nadie ha regresado a contarnos cómo es.
Es decir, le sacamos a
la muerte y —ya encarrerados en citar a los clásicos— “nos da cosha”.
Supongo que también la
mayoría hemos escuchado hablar o conocido a personas que están muertas en vida,
son esos seres que caminan sin rumbo ni deseos, sumidos en los pensamientos
oscuros que nacen de su cotidianidad gris. Nada les complace o incentiva, y
sólo se mueven con la esperanza de encontrar el fin de sus días. Quisiera
pensar que la muerte es distinta a eso, que ellos se están negando a aceptar el
desafío de la vida y que para nada representan el destino de los que dejan de
existir, pues aun cuando la muerte implicara la nada, ésta sería menos dolorosa
que el hastío y la insatisfacción infinita.
En lo que sí están
bastante de acuerdo varias religiones y distintas perspectivas filosóficas, es
que lo importante reside en lo que podemos hacer día a día con nuestra vida, de
tal forma que nuestras acciones nos lleven a ser personas felices. No
necesariamente bullangueras y de carcajada fácil, sino felices, contentos con
lo que tenemos y somos y en paz con los demás.
Llegar a ese punto no
debe ser fácil, y más complicado debe ser permanecer en ese plano de felicidad.
Sin embargo no está de más intentarlo, total, más canijo está el echarse un
buche de cicuta sólo para ver si en los terrenos de la muerte la vida es más
alegre.
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