Cotidianidades... 50

29/abril/2014

Cotidianidades…

La semana pasada, con motivo del día internacional del libro, una docente del Tec de Monterrey Campus Chiapas tuvo el buen gusto de invitarme a lo que ella denomina “Guerrilla publicitaria”.

La mecánica es sencilla, se reparten distintos productos entre varios equipos de estudiantes y ellos deben armar espacios publicitarios que atraiga a su público potencial. En este caso los productos fueron 4 libros: Narraciones extraordinarias, La noche de Tlatelolco, Fahrenheit 451 y Las batallas en el desierto.

Los jóvenes le echaron ganas para atraer a otros jóvenes a la lectura. Además de dar un adelanto de las historias, armaron escenarios y realizaron dinámicas que resultaban muy atractivas. Por ejemplo, las chicas que promovieron La noche de Tlatelolco, colocaron símiles de cuerpos humanos sobre escaleras que pretendían ser una pirámide y, apenas se asomaba uno a ese espacio, se escuchaba el golpeteo de metralletas y estallidos de granadas. En verdad, a pesar de tratarse de un montaje, no dejaba de sentirse cierta aprensión.

Por cierto, mientras un señor de intendencia observaba este escenario, le preguntamos si qué le parecía: “Estaba pensando que nada ha cambiado —dijo él—, sólo que antes nos mataban con balas y ahora nos morimos de hambre”. Que cada quien saque sus conclusiones.

El equipo de Fahrenheit 451 tuvo la ocurrencia de meternos a la trama de la novela, así que nos nombraban bomberos y luego, con los ojos vendados, hacían que buscáramos libros en la casa de un “civil” para después, supuestamente, quemarlos. La experiencia de buscar sin ver, ayuda hasta a liberar tensiones.

Al final del recorrido, la maestra y otros invitados nos tomamos un café que no costó diez pesos por persona (el precio no es cosa menor, ya se verá) y charlamos que si bien actividades como éstas no son nuevas, sí invitan a la innovación y hacen pensar en la necesidad de quitarle rigidez, formalismo y aburrimiento a las tradicionales presentaciones de libros.

Esto lo entendió muy bien el escritor Emilio Gómez Osuna, quien en estos días presentó en San Cristóbal de Las Casas su libro “Donde las piedras respiran”. Me costó entrar al recinto por el gentío que ahí se arremolinaba. Presentadores, autor y público estábamos realmente contentos, hicimos bromas, contamos nuestras impresiones y nos reímos a gusto con uno de los cuentos. Fue una fiesta por un libro maravilloso y todos la pasamos bien.

Es a partir de eventos como estos que puede uno comprender por qué Paco Ignacio Taibo considera que si bien se venden 2.7 libros por persona al año, el promedio de lectura, al menos en la Ciudad de México, anda arriba de los diez libros por persona.

Incluso estaba por creerle y comprarle su optimismo, cuando se aparece la diputada chiapaneca Hortencia Zúñiga con su batea de baba a contarnos que ella leyó “Juventud en éxtasis” y “Volar sobre el pantano” de Gabriel García Márquez. Hágame el favor. Iba a escribirle a esta representante popular que no es lo mismo grandeza que hinchazón, pero como de seguro no sabe leer muy bien, en una de esas se confundía y hasta le daba por pensar que con dichos términos me estaba refiriendo a ella (válgame Dios, ni pensarlo), así que desistí.

La verdad es que ni cómo defenderla. Tal vez haciendo alusión a que Peña Nieto confundió a Krause con Fuentes y no supo mencionar tres libros que lo hayan marcado en la vida, pero eso sólo resaltaría más aún el grado de ignorancia de ciertos políticos y su poco interés por la lectura, lo cual no necesariamente tiene que verse reflejado en el resto de la población.

De hecho, la población y la clase política vivimos dos realidades bastante distintas (amén de que cada ser humano tiene su propia realidad). Un ejemplo de esto precisamente está en el precio del café que tomamos. Mientras usted y yo pagamos cinco, diez y quizá hasta treinta pesos por un cafecito, el Senado destinó en el 2014 más de dos millones de pesos a ese rubro. Según cálculos que  realizó el Excélsior, cada tacita nos sale a los contribuyentes en algo así como $87 pesos. Por tres más le consigo medio kilo de buen café orgánico. Pedidos a mi mail.

Ya en serio, creo que nos saldría más barato comprarles un termo y que, como muchos de nosotros, lleven su cafecito desde la casa hasta la oficina.

Pensaba contarles además que al servicio de fotocopiado los Senadores le destinaron casi diez millones de pesos, pero no vaya a ser que algunos amables lectores hayan comido aguacate y les haga daño el dato, así que mejor hasta la próxima.

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