Cotidianidades... 9

04/junio/2013


Cotidianidades…

Así como ahora los jóvenes compiten por tener el mejor teléfono celular, hace varias décadas, jóvenes campesinos y rancheros de Chiapas competían por tener la mejor arma, me refiero de modo especial a las pistolas. Si bien por lo general las llevaban colgadas al cinto, los más discretos (o quienes no tenían dinero para comprar las fundas) las portaban en la cintura escondidas bajo la camisa, y sólo las hacían sentir a la hora de dar el abrazo con que se saludaban a sus enemigos.

Un vecino de mi familia, heredero de una gran pobreza, soñaba con tener una pistola que le vio a un ganadero en Arriaga. Tanto se esforzó por tenerla que la consiguió, con la mala fortuna de que en la siguiente fiesta familiar, en medio de la borrachera, mató a balazos a tres de sus hermanos.

El vecino maldijo a su pistola, la enterró en el patio de su casa y luego huyó por las montañas. Nunca se le volvió a ver.

Mi abuela nos contó esa historia varias veces, en todas las ocasiones para terminar diciéndonos: “hay que tener cuidado con lo que piden, porque capaz se les hace realidad”.

Claro que no se necesita llegar a tamaño nivel de desgracia para entender el refrán. Por ejemplo, en medio del calor atosigante que vivimos hasta hace pocos días, más de uno implorábamos la llegada de las lluvias, las llamábamos sobre todo con la idea de que gracias a ellas las noches podrían refrescar y el calor de diario, además de ir a la baja, cambiaría sus modos tan secos y agresivos.

Supongo que varios sonreímos agradecidos con los dioses cuando las primeras gotas de lluvia se convirtieron en aguaceros y no fueron sólo leves chipi-chipis, “que sólo levantan más el calor”. Al poco rato la sonrisa se les borró a algunos, pues fue evidente que el agua llegaba con todas las intenciones de entrar a sus casas.

La lluvia, mientras era esperada, tuvo un aura de ilusión. Ahora que es una realidad bastante cotidiana, se convierte en estorbo y hasta en señal de peligro.

Hoy fui sorprendido por la lluvia del medio día mientras salía de un comercio. Si bien ya había notado que la calle es bastante empinada en esa zona, por primera vez fui testigo de la fuerza con que puede bajar el agua por esa calle, y hasta me pregunté si no pocos lustros atrás ese era el cauce de un río.

Cruzar la calle para llegar a mi auto significó meter los pies en el agua y terminar empapado casi hasta las rodillas. Esperar a que pasara la lluvia no era opción, pues además de que debía cumplir con ciertos compromisos, muy cerca del auto comenzaba a formarse una laguna de agua estancada que amenazaba con crecer más todavía y, de hecho, varios vecinos del lugar ya la veían con recelo.

Así que con el típico plosh-plosh de los zapatos llenos de agua entré al auto y entonces debí realizar un recorrido lleno de obstáculos. Resulta que en Tuxtla muchos vecinos dejan (dejamos) las bolsas de basura en las esquinas antes de que el camión recolector anuncie su llegada. La fuerza del agua arrastró varias de esas bolsas que quedaron desperdigadas por la calle, impedían el flujo continuo de los vehículos y además te obligaban a elegir entre pasar sobre de ellas o por alguno de los muchos baches que empiezan a resurgir. O a agrandarse.

Ya en casa recibo la llamada de la tía Paquita. Había quedado en comer con ella pero me pide que mejor dejemos la cosa para otra ocasión, pues el municipio no ha desazolvado los ríos, la gente sigue (seguimos) tirando basura en las calles y su casa está en riesgo de inundarse en cualquier momento por “las corrientes de agua y lodo que están corriendo por las calles”, pues con las respectivas distancias, en la alcantarilla de la esquina de su cuadra se ha formado un tapón de pet y desperdicios al puro estilo del Cañón del Sumidero.

—Apenas estamos en junio y ya pinta para desgracia —se quejó la tía—. Antes al menos llegábamos tranquilos hasta septiembre.

Por supuesto que la lluvia, aun siendo actor principal, no es responsable de ninguna de estas situaciones, simplemente resulta fácil acusarla de lo que hemos provocado las personas.

Amén de que sabíamos de su llegada, de que representaba una ilusión y de que hubo quienes hasta oraron para que apareciera, no hemos realizado las tareas adecuadas y suficientes para que esta temporada no llene de temor, zozobra y agua a muchos hogares. Es más, ya empiezan a salir los zancudos, bastantes hambrientos según se percibe, y todavía no empiezan a fumigar.

Lo mismo que ocurre con la ilusión de la lluvia, quizá aplica para los deseos y las ilusiones que tenemos en nuestra vida personal, y entonces no es que el genio de los chistes sea un malvado, que los dioses no entiendan nuestras plegarias o que el destino se preste a jugar chueco, sino que no estamos preparados para lo que estamos pidiendo.

Habrá que hacerle caso a la recomendación de la abuela, pues si no somos cuidadosos con lo que pedimos, si el deseo se nos cumple, cabe  la posibilidad de que la realidad nos desborde, la frustración nos inunde y terminemos por maldecir aquello con lo que soñamos.

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