Cotidianidades... 63
30/julio/2014
Cotidianidades…
Mi
primer acercamiento a las culturas indígenas de Chiapas fue, sobre todo,
visual. Ocurría durante mis viajes infantiles de Tuxtla Gutiérrez a San
Cristóbal de Las Casas, cuando en las carreteras arboladas y cubiertas de
niebla, veía a grupos de mujeres cargando hatos de leña y a los hombres con el
machete o la coa al hombro. Sin conocer los conceptos, comprendía que esas
escenas eran “románticas” y “pintorescas”.
Varios años después tuve la oportunidad de convivir de
manera intensa y durante muchos meses con una familia de zinacantecos, grupo
étnico al que observaba en la carretera.
Alguna ocasión les comenté mis impresiones infantiles a
las mujeres de esta familia y ellas —menuditas y sonrientes—, para que viera yo
lo romántico de la escena, me incitaron a caminar por algunas veredas, para
luego recoger leña y cargar un buen bulto de regreso a casa.
No necesité mucho tiempo para terminar en el suelo,
resoplando y con cara de burro perdido, jurando que esa tarea no era de humanos
y asegurando que mi bulto, quién sabe por cuáles artilugios, era el más pesado
de todos. Una de ellas, quizá la de apariencia más frágil, se echó el hato a la
espalda y mientras caminábamos me preguntó si la tarea todavía me parecía
“pintoresca”.
Un objetivo que me propuse en Zinacantán y no logré, fue
aprender tsótsil, la lengua que ahí se habla. Parte del problema residió en mi
mala memoria, aunque por otro lado, y en defensa de mis incapacidades, puedo
asegurar que este idioma mayense requiere de un oído muy fino que te permita,
en un primer momento, entender contracciones guturales que diferencian a unas
palabras con otras, para luego poder enunciarlas con no pocos esfuerzos de la
garganta.
A modo de broma, una de las expresiones que primero me
enseñaron a decir fue: “estoy gordo”, y les hacía tanta gracia escucharme
decirlo, que con frecuencia iban a preguntarme si realmente estaba gordo, y yo,
con mucha inocencia y en tsótsil, aceptaba mi condición de sobrepeso, lo que a
ellos les provocaba carcajadas contagiosas. Sólo mucho después algún alma
caritativa me explicó que gracias a mi mala pronunciación, lo que estaba
aceptando era “estar culeco”, y de ahí que les pareciera tan divertida mi
respuesta.
La verdad es que estas situaciones simpáticas representan
una época feliz de mi vida. Tan contento andaba, que fue en ese entonces que
escribí, en menos de una hora, el cuento infantil “Itzelina y los rayos del
sol”. Es una historia corta (hoja y media) fácil de encontrar en internet, con
ella gané un premio internacional de cuentos para niños, fue parte del libro de
3º de primaria en Chile, le han producido videos y ha sido leída y representada
en obras de teatro preescolar por pequeñines de México, España, Venezuela,
Japón, Argentina y Brasil, esto gracias a que además ha sido traducida al
inglés, vasco, francés y portugués.
En México fue editad, dentro de una antología, por
Trillas, y ha sido publicada por distintas revistas impresas y electrónicas. En
mi estado natal, el Coneculta decidió publicar esta historia junto con otros
cuentos míos, y el libro se llamó “Itzelina y los rayos del sol y otros cuentos
infantiles”, el cual se agotó hace un par de años.
De hecho, llegué a pensar que el ciclo de Itzelina había
pasado (como le ocurre a las personas, empresas y libros), y ya no me esperaban
muchas sorpresas con ella, hasta que hace pocos días fui invitado a un examen
profesional en la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH).
Resulta que tres jóvenes tseltales (Julio César López, Carolina Gómez y José Agustín Sánchez) decidieron que su tesis de licenciatura consistiera en traducir mi libro a su lengua materna.
Resulta que tres jóvenes tseltales (Julio César López, Carolina Gómez y José Agustín Sánchez) decidieron que su tesis de licenciatura consistiera en traducir mi libro a su lengua materna.
Por supuesto que al recibir el documento impreso y
empastado sentí escalofríos nacidos de emociones difíciles de describir. Mi
agradecimiento a estos chicos y a su asesora, la Mtra. Adriana López, son
enormes, pues además de que su trabajo me significa un gran honor, abren la
posibilidad para que esos cuentos lleguen a niños tseltales de mi estado.
Y ya que empecé a promocionar mi trabajo y para no quedar
a medias, aprovecho estas líneas para invitar a la UNICH y al Centro de Lenguas
Artes y Literatura Indígenas (CELALI) a considerar la publicación del libro,
ahora en tseltal, y aunque no soy de andar diciendo nombres, ojalá que esta
columna llegue a manos del Dr. Oswaldo Chacón o del Mtro. Enrique Pérez, en una
de esas y entre todos armamos algo interesante para los niños de Chiapas. Nos
vemos a la próxima.
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