Cotidianidades... 7
217mayo/2013
Cotidianidades…
Desde
hacer varios días llegó a instalarse al patio posterior de la casa un visitante
inesperado. Entró sin avisar y sorprendiéndonos a todos una mañana dominguera
cuando, parado sobre la mesa de plástico, nos quedó viendo con su típica mirada
de apariencia aguerrida. Se trata de un garrobo, bastante común en varios
lugares del país, aunque no tanto dentro de las casas humanas.
Decidí
echarlo bajo el argumento de que espantaba a los distintos miembros de la
familia, quienes temíamos sus garras —luce brazos fuertes y uñas poderosas— y
una eventual mordida, amén de que podríamos terminar diabéticos gracias a sus
saltos abruptos desde escondites impensables, incluso una ocasión estuvo a
punto de caerme sobre la cabeza mientras trataba de escapar de mi presencia.
Dos
situaciones me hicieron desistir de la idea de desalojo. La primera fueron las
distintas voces advirtiéndonos la naturaleza pacífica del animalillo. La
segunda fue la estrategia de captura sugerida: “tírale una toalla encima para
taparle la vista y que no salga huyendo, luego lo tomas de la cola y así, boca
abajo, el garrobo no lanza mordidas ni arañazos ni intenta escapar”.
Sonaba
fácil. No lo hice no por que tuviera miedo, no vayan a pensar eso, sino por
temor de dañar a tan tranquilo visitante. Además, ya garrobo en mano, ¿qué iba
a hacer con él?
Una
de las preguntas frecuentes en estos casos es: ¿Cómo llegó hasta aquí? La
respuesta la encontré desde las ventanas de los cuartos de arriba. Pocos metros
atrás de la casa hay un árbol cuyas ramas más grandes fueron derribadas a
machetazos. Días antes vi a ese árbol completo y esperanzado con llegar vivo a
la temporada de lluvias. Algún ser deshumanizado descubrió al garrobo, destrozó
al árbol, se le escapó la presa y siguió su camino buscando una nueva víctima.
Decido
llamar a unos amigos del zooMAT, pienso que ellos pueden ayudarme a llevarlo a
un entorno más adecuado, como el Cañón del Sumidero.
Pronto
llegan vecinitos y sobrinos a admirar a nuestra nueva mascota. Perros, gatos y
peces cualquiera tiene, un garrobo no es común y, al parecer, ante los ojos
infantiles da un alto estatus. Uno de ellos, quien parece menos sorprendido,
declara:
—¡Es
un dinosaurio!
—En
realidad no —trato de explicarle, pero él me interrumpe.
—¡Ya
sé que no es un dinosaurio -dinosaurio! Es el hijito más chiquito de un
dinosaurio. Le voy a llevar una foto a mi mamá, para que deje de decirme que en
Chiapas no existen los dinosaurios ni los elefantes blancos.
Pienso
por un momento en corregirle la plana, sólo que mi esposa me sorprende con la
noticia de que los Jaguares de Chiapas fueron vendidos a Querétaro. De paso
recuerdo las grandes obras del sexenio pasado: Ciudades Rurales, el Conejobus,
las no sé cuántas aulas construidas por hora, la lucha contra la pobreza, la
textilera, los hospitales rurales, la Torre Chiapas, los reconocimientos de la
ONU y un largo etcétera que le dan la razón al niño: hay elefantes blancos por
todo el estado.
Decido
cambiar de tema y sorprender a los niños con el dato de que los garrobos son
los lagartos más rápidos de la tierra. Uno de ellos vuelve a taparme la boca,
ahora con la noticia de que está triste porque vio en el periódico que pueden
cerrar el acceso al Cañón del Sumidero: está tan lleno de basura que resulta
imposible navegarlo.
—Hasta
botes de pesticidas han encontrado… Pobres los animalitos que tomen esa agua,
¿verdad?
Está
decidido, nuestro visitante se queda en casa, pues si bien es cierto que un
animal encerrado está muerto para la naturaleza, él tiene toda la libertad del
mundo para irse cuando le dé su instintiva gana y aquí, por ahora, tiene más
posibilidades de sobrevivir. Además, si sigue vivo es altamente probable que algún
día le regale algunos “garrobitos” al mundo, y ellos, a su modo, también son un
canto de esperanza.
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