Cotidianidades... 16

02/agosto/2013

Cotidianidades…
La mayoría de las personas planeamos casi cada actividad cotidiana, en nuestro afán por vencer la incertidumbre que nos genera el devenir del tiempo. A pesar de que la falta de certeza sea una constante a lo largo de nuestra vida, ésta suele molestarnos, es una variable que no podemos controlar y que por eso nos cae mal, aun cuando en ocasiones juegue a nuestro favor.

Echamos mano de conceptos como “buena” o “mala” suerte, no sólo para calificar, sino para intentar seguir controlando —al menos a través de la palabra— aquellas acciones y momentos que se escapan de nuestro control. Una manifestación que nos impide circular libremente, el que se termine el gas cuando apenas estamos preparando el desayuno, estar esperando en la fila del banco más de una hora para que cuando no toca ser atendidos se caiga el sistema, elegir justamente el bocadillo en mal estado un par de días antes de salir de vacaciones, son situaciones que suelen ser calificadas como marcadas por la mala suerte.

Del otro lado de la moneda, casi cotidianamente nos encontramos con pequeños regalos del destino que nos hacen sonreír y nos facilitan la vida. Me refiero a situaciones y momentos realmente sencillos, como avanzar sin que los semáforos nos marquen el alto, encontrar un lugar en el colectivo a los dos segundos de haber llegado a la parada o descubrir en una galleta de la suerte un mensaje que nos alienta en un momento particularmente difícil. Algunos los llaman milagros, otros dicen que son respuestas positivas de las leyes de atracción, yo sigo preguntándome cómo el destino juega con algunos puntos de encuentro que marcan nuestras vidas y las de las demás personas.

¿Recuerdan ese juego de Chabelo —sí, el amigo de todos los niños— en el que el niño dejaba caer una ficha por un plano inclinado tapizado de clavos? El objetivo era que el concursante lograra colocar la ficha en un cajón marcado por un premio importante. La mayoría de las veces, los niños intentaban trazar una línea imaginaria entre el punto de origen y el destino deseado, en la mayoría de las ocasiones la ficha al chocar con los clavos agarraba distintos rumbos, menos el esperado por el jugador, quien, al final, frustrado, dejaba caer la ficha por cualquier lado, para entonces, quizá, sí atinarle al premio que buscaba.

Bueno, pues un amigo ha comparado ese juego con la vida. Así, nosotros nos planteamos ciertos objetivos, sin embargo en el camino nos encontramos con seres y circunstancias que nos hacen cambiar el rumbo y llegar a destinos impensados. Considero que la mayoría de los que lleguen a leer esta línea, han vivido al menos un momento de quiebre o de cambio radical, donde un aparente error o un encuentro fortuito cambió los rumbos que tenían planeados para sus vidas. ¿Cómo le llaman a este punto de quiebre? ¿Casualidad? ¿Causalidad? ¿Milagro? ¿Destino? ¿Y cómo se explican que un conjunto de situaciones de apariencia inconexas se conjugan para generar un cambio rotundo en la vida de las personas?

Hace ya varios años, mientras estudiaba la universidad, un amigo me invitó a conocer un rancho que tenía cerca de Acapulco. En el camino iba cono nosotros uno de sus trabajadores, quien nos iba contando su deseo de algún día conocer Europa. Por alguna razón que no alcanzamos a comprender, mi amigo, que había ido decenas de veces a su rancho, ese día se distrajo y pasó de largo la entrada, con lo que estaba obligado a avanzar un par de kilómetros antes de poder dar la vuelta. Así llegamos a un barranco por donde había salido disparado un auto. Los ocupantes, alemanes, habían podido salir del coche accidentado, excepto una señora de unos 50 años. Fue el trabajador de mi amigo quien se atrevió a bajar, sacar a la señora y, a fuerza de músculos, subirla a la carretera. En verdad que era una carretera muy solitaria y si no hubiera sido por el “error” de mi amigo, esos turistas no habrían recibido auxilio en un largo rato. Entre la inocencia y la inconciencia decidimos llevar a la mujer herida a un hospital, ahí conocimos a su hija, que llegó advertida por una llamada de mi amigo (en aquel entonces usar teléfono celular era un lujo que él podía darse).

Entre agradecimientos y temores, esa chica se apoyó emocionalmente en el trabajador del rancho, no era para menos, él había puesto en riesgo su propia vida para sacar a su madre de un lugar complicado.

Como ustedes quizá ya habrán adivinado, éste joven decidió quedarse en el hospital y por una serie de situaciones complejas, que en su momento parecieron simples, terminó visitando Alemania, se casó con la hija de la señora accidentada y ahora tienen dos hijos.

Esta última parte de la historia la conocí apenas la semana pasada, cuando me lo encontré caminando con su familia por las calles de San Cristóbal de Las Casas.

—Estoy feliz —me contó—. Conocer Europa fue lo de menos, mi vida cambió hacia rumbos que nunca imaginé, y todo porque Toni se pasó de largo la entrada al rancho.

Fue entonces cuando hablamos de esos milagros cotidianos, que nos han llevado a tener pareja, hijos, trabajos, a conocer nuevas ciudades y estatus.

—Deberíamos agradecerlos cada vez que pasan —me dijo—, porque por muy pequeños que parezcan tienen algo de divinidad, de magia. Si les pusiéramos más atención, nos daríamos cuenta de que tenemos muchos motivos para ser felices, nomás que preferimos concentrarnos en lo negativo y en las cosas malas que nos suceden.

Nos despedimos más o menos rápido, intercambiamos correos y dijimos que nos haríamos amigos del facebook.

 Inevitablemente su historia me hizo pensar en varias historias mías, que también parecieron marcadas por la suerte, la fortuna, el azar, el destino o la magia divina, y que me han llevado a conocer a personas como mi hijo, quien al igual que muchos de nosotros, vino al mundo por sorpresa y, en su caso, cuando la ciencia decía que su sola concepción era imposible, y más allá de las tareas que traiga como ser humano, al estar entre nosotros y llenar nuestras almas con sus sonrisas, nos recuerda que este mundo es un lugar mágico y lleno de milagros cotidianos que a veces no queremos ver.

 

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