Cotidianidades... 69
08/septiembre/2014
Cotidianidades…
El juego parecía sencillo y por eso acepté
jugar con esos niños, el punto principal consistía en enunciar una época que me
habría gustado conocer.
Cuando todos juntos me
dijeron que yo tenía el primer turno, debí haber comenzado a sospechar, pero
con la ingenuidad con que nos vestimos los adultos ante los infantes, sonriendo
les confesé que sería feliz si pudiera viajar por el tiempo para conocer en el
momento de mayor esplendor al pueblo mexica.
—O sea que mucho no crees en
la democracia —me dijo uno de los párvulos, por cierto, con gesto inquisidor.
Iba a preguntarle el origen
de su razonamiento, cuando fui atajado por una niña de doce años.
—Como quien dice, a ti no te
importa mucho que hayan agarrado de estacionamiento el zócalo, total, lo ordenó
el gran tlatoani.
—Tiene razón mi tía —dijo un
sobrino—, eres igual que todos.
Hasta ese momento comencé a
comprender el error de mi elección histórica. Resulta que los tlatoanis —y esto
lo sabían estos niños— tenían el poder absoluto de los lugares y personas sobre
los que mandaban. Si bien hubieron algunos muy sabios, también los había
déspotas, crueles e ignorantes.
Se cuenta que por ejemplo, Moctezuma
Xocoyotzin, cuando fue electo tlatoani de Tenochtitlan, era famoso por ser un
hombre sabio, religioso y hábil guerrero, además de piadoso y sencillo. Pero
una vez que se subió a su pirámide, se convirtió en un ser déspota e inhumano,
que castigaba la mínima insolencia e incluso obligó a su pueblo a que bajara la
vista cuando él estaba presente, para luego rendirse al miedo que le inspiraban
los españoles, a pesar de que hombres sabios le advirtieron que los recién
llegados no eran ningunos dioses.
Por cierto, a los tlatoanis
en serio, al menos en Tenochtitlan (que según los registros fueron doce), les
siguieron seis tlatoanis títeres, impuestos por los españoles hasta 1965, en
que el cargo fue abolido.
Aunque en apariencia
desapareciera, la tradición de gobernantes absolutos o mesiánicos se ha mantenido
al paso de los siglos, con breves periodos de tiempo en los que sube al trono alguien
que no controla el poder. Así siguieron los virreyes (base del poder absoluto
del poder monárquico español), con la independencia nos llegó un emperador que
fue sucedido por una serie de presidentes poco exitosos, luego llegaría Santa
Anna, Benito Juárez (quién en su momento fue acusado de fraude electoral),
Porfirio Díaz, Plutarco Elías Calles, Tata Cárdenas y luego sigue un inventario
de priístas que seguramente usted puede nombrar en tanto gobernaron el país
como se les dio la gana y casi siempre con objetivos distintos al bien común.
Uno podría pensar que los
tiempos han cambiado y ya nada es como antes, no de vicio las redes sociales,
el internet, las impresoras en 3D y escuelas en lugares impensados, pero
algunos estudios resaltan que los mexicanos vemos a la democracia de manera
instrumental, es decir, se le considera útil en tanto brinde los mejores
resultados, si no, ningún empacho tendríamos en volver la mirada al
autoritarismo.
De
hecho, la democracia en nuestro país es entendida como un mecanismo para elegir
gobernantes fuertes, que resuelvan los problemas aunque no consulten a la
población, y sólo el 20% puede ser considerado un demócrata liberal, que cree
en la participación.
Al
mismo tiempo, buena parte de los mexicanos piensan que la política es sucia y
muestran un bajísimo nivel de confianza en los políticos y partidos políticos.
A lo anterior se suma la poca participación que tenemos como ciudadanos en
organizaciones sociales, pues sólo el 10% de la población cree que estos tipos
de agrupaciones pueden generar un cambio.
Así
pues, tomando como base el asquito con que nos alejamos de la política, debido
a la poca confianza que tenemos como ciudadanos en nosotros mismos y en virtud
de que no nos importa tanto el sistema como el estar bien, es que nuestros
gobernantes se atreven, por ejemplo, a tomar como estacionamiento el zócalo,
arreglar camellones en lugar de calles llenas de baches, pintar de verde lo que
por ley debe de ir en color amarillo, y todo sin preguntar, si total, dando
despensas de hambre y regalos de plástico hacen sentir al pueblo que están
siendo beneficiados.
Por cierto,
a los niños les dije que había cambiado de opinión y prefería ir al futuro, y
que en mi futuro estaba la nevería. A punto estuve de comprarles la conciencia.
Por suerte lo único que logré fue evadir mi turno, pero no acabar con el juego.
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