Cotidianidades... 18
20/agosto/2013
Cotidianidades…
Las máscaras parecieran formar parte de
nuestra cotidianidad. Pueden sorprendernos o simplemente pasar desapercibidas.
Hay épocas en que son más frecuentes en nuestro ir y venir, o al menos tomamos
más conciencia de que ahí están, y en otras aunque las tengamos en frente o
nosotros mismos vayamos usando una, no las consideramos.
El tema surge porque
hace unos días tuve la oportunidad de charlar con un amigo de San Cristóbal de
Las Casas, quien en su hotel exhibe la segunda colección más importante de
máscaras zoques de Chiapas. Más allá de lo interesante que pueda resultar para
los etnógrafos, algo que llamó mi atención fue el motivo por el cual se
utilizaban esas máscaras:
—Con ella le pedían
favores a los dioses, que en algunos casos eran los gigantes guardianes de la
montaña. Al utilizar una máscara, la persona que pedía el favor no podía ser
reconocida, y entonces se convertía en un representante de todos que hablaba
por todos —nos contó Miguel.
Por supuesto que una
explicación de ese tipo nos lleva a pensar en ejemplos más contemporáneos. Uno
de estos es el de los zapatistas, quienes —como ellos mismos dijeron— debieron
taparse el rostro para que volteáramos a verlos, al mismo tiempo que se
convirtieron representantes de distintos grupos de personas y, más allá de que
tengan figuras con mayor presencia mediática, el pasamontañas representa a un
solo ser: el zapatista.
Algo similar, que no
igual, puede considerarse para los miembros del grupo Anonymous, donde cada quien por su lado aunque a veces más o menos
juntos, bajo una sola máscara han decidido encarar distintas problemáticas
mundiales que tienen ecos fuertes en el ámbito local.
Pero también hay
otros enmascarados que persiguen otros fines de menor interés social, como los
luchadores, algunos de los cuáles ni siquiera son dueños de la máscara ni del
nombre del personaje que representan. Así se suben al ring en el completo
anonimato y cuando salen de él, muchas veces lastimados, otro se pondrá esa
máscara y seguirá luchando por sobrevivir el mayor tiempo posible, hasta que
otro también lo desbanque.
En esta lista, que no
pretende ser pormenorizada, entran los payasos, los mimos y los niños, que
deciden alguno que otro domingo dejar de ser quienes son para convertirse, a
través de la pintura sobre su rostro, en ardillas, leones, osos o mariposas.
Por supuesto que con
nuestra capacidad de tecnificación y gracias a los avances de la ciencia, las
máscaras han llegado a ser tan elaboradas, que ahora podemos recurrir a la
transformación casi total de rostro a través del bisturí y de los injertos. Que
el objetivo final no sea el esperado es otro cantar, la realidad es que a
través de la cirugía muchas personas han dejado de ser quienes eran, para
implantarse una máscara más adecuada a lo que esperaba ver reflejado en el
espejo, y no ese rostro que le dio la naturaleza y que sólo le alcanzaba para
pasar vergüenzas.
También están las
máscaras que se hacen con el rostro de políticos, las de espantos, las máscaras
de maquillaje que usan mujeres y hombres, las máscaras de súper héroes y las de
carnaval, que pueden ir desde la elegancia más extravagante hasta el mal gusto
más clásico.
Sin embargo, las
máscaras más interesantes, menos costosas en términos monetarios y las más
cotidianas, son las que cargamos a diario y que hemos aprendido a ponernos
conforme a nuestras necesidades inmediatas.
Son los gestos,
muecas y semblantes tras los cuales tratamos de esconder emociones, evidenciar
nuestras posturas o a veces calmar los ímpetus del otro. No hay nada mejor que
una cara de “yo no fui” ante la esposa enojada o ante el papá que blande una
boleta de calificaciones reprobatoria. Claro, también está la máscara de la
indiferencia, que ayuda a esquivar los problemas, y la máscara de “yo me las
puedo todas”, para esconder los nervios y la incapacidad.
La semana pasada fui
invitado por un grupo de amigos a un restaurant de la capital chiapaneca. Ahí
hablamos de lo mal que están las calles de Tuxtla, donde si no eres sorprendido
por un bache, lo eres por una zanja o por una alcantarilla mal puesta. Al rato
se acercó una conocida a contarnos su preocupación por que corre el rumor de
que el Parque de la Marimba va a desaparecer, a eso se sumó la queja de lo mal
que anda el alumbrado público, lo comprados que están varios medios impresos,
el mal historial administrativo del presidente municipal y el poco respeto que
los colectiveros muestran al reglamento de tránsito.
Seguro estoy que no
era la única mesa en que se trató alguno de estos temas, pues dicen que cuando
hay más de cuatro personas se empieza a hablar de política, y esa noche
habíamos muchas mesas con más de cuatro comensales.
Antes de que nos
fuéramos nos sorprendió la llegada de varias camionetas y la presencia de unos
hombres mal encarados y con la máscara de “soy guarura y además soy muy malo”.
Tras ellos hizo su aparición el presidente municipal capitalino.
Fue interesante
seguir su paso por el lugar. Es probable que en otras épocas algunos amigos y
el doble de lambiscones se hubieran levantado a saludar a esa figura pública.
Ahora no, aunque era reconocido también era ignorado. Había ganas de no verlo,
aunque el enojo y la molestia no alcanzaron como para cuestionarlo por la forma
en que se gastan los dineros públicos y el poco seguimiento que hay a quienes
se llevaron lo que antes hubo.
El señor comió en
paz, terminó y se fue sin que alguien —incluido yo mismo— le preguntáramos por
alguno de los temas que tanto nos preocupan y afectan.
Una vez que se fue,
nos quitamos la máscara de la exclusión para ponernos la de “ni me importa”.
Supongo que en las mesas ya no se tocaron más temas sobre los yerros
municipales para no tener que usar la máscara del cinismo, que tapa el rostro
de la vergüenza, por no saber pelear por lo que es nuestro y nos lo quitan ante
nuestros ojos.
Supongo que las cosas
no andan tan mal como para que, a través de señalamientos abiertos, nos
juguemos nuestro presente y hagamos de lado un futuro potencialmente
prometedor.
Supongo que mientras
tanto, seguiremos señalando entre las sombras a los nuevos ricos que dejó el
sexenio anterior y que se enriquecieron con nuestro dinero. Esto con la
esperanza de que las cosas mejoren por sí mismas, hasta que estén tan bien, que
vengan otros vivales a llevarse lo que haya en las arcas, bajo la conciencia de
que el peor castigo social que podrán recibir, será el de un montón de máscaras
que los ignoran.
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