Cotidianidades... 77
03/nov/2014
Cotidianidades...
Esto del cambio de horario, sumado al clima otoñal que se deja sentir en estos primeros días de noviembre, definitivamente quita las ganas de levantarse temprano los lunes por la mañana. Además, por los avatares cotidianos, el dormirnos tarde se ha vuelto una costumbre, la cual no dejamos a pesar del sufrimiento que implica el levantarnos de madrugada. Da una flojera tan grande, que si la pudiéramos vender, varios nos haríamos ricos.
Cotidianidades...
Esto del cambio de horario, sumado al clima otoñal que se deja sentir en estos primeros días de noviembre, definitivamente quita las ganas de levantarse temprano los lunes por la mañana. Además, por los avatares cotidianos, el dormirnos tarde se ha vuelto una costumbre, la cual no dejamos a pesar del sufrimiento que implica el levantarnos de madrugada. Da una flojera tan grande, que si la pudiéramos vender, varios nos haríamos ricos.
Pero volviendo a la
realidad, y como si levantarse antes de que amanezca no fuera suficiente
castigo, este comienzo de semana me encontré con la terrible sorpresa de que se
había terminado el gas en la casa y si quería bañarme, debía usar agua fría.
Mis pensamientos más oscuros
fueron dirigidos a mi cruel destino.
Pero ni modo. Soy un
convencido de que si algo hay de mal gusto, es andar sucios por la vida. ¿Qué
necesidad tienen los demás de andar soportando nuestros hedores? Así que cerré
mis pispiretos ojitos chiapanecos y como dándole una sorpresa al cuerpo, salté
al chorro de agua. Si mi piel hablara, seguramente habrían salido frases soeces
de ella.
—Te hubieras aguantado un
poco —dijo sonriente la dueña de mis quincenas cuando me vio salir del baño con
los labios amoratados—, ya llamé a los del gas y no tardan en llegar.
Llegaron justo cuando sacaba
el auto, apurado porque estaba sobre el límite de mi tiempo para partir de casa.
Ellos, en cambio, trabajaron con una parsimonia y tranquilidad que me hizo
pensar en los monjes tibetanos, y quince minutos después, a pesar de lo
irritado que estaba, en lugar de insultarlos por su lentitud todavía debí
agradecerles su pronta respuesta.
Quince minutos pareciera ser
poco, sin embargo cuando eres uno de los muchos pobres de tiempo que pululan por
nuestras ciudades, se convierten en un tope para el resto del día y en motivo
de enojo constante. Por ejemplo, en mi caso, este lunes debí poner mi mejor
cara para quemar un permiso por retardo para mi hijo; llegué tarde a una cita
que tenía en una librería; también al banco arribé después del horario que
tenía previsto, lo que significó más tiempo de permanencia en el lugar por ser
una hora pico; apenas alcancé a un grupo con el que estoy trabajando un
proyecto —quienes emitieron sutiles y finos reclamos— y cuando llegué por mi
hijo, lo hice quince minutos después del horario establecido por la escuela. Es
decir, a pesar de las carreras, los acelerones y andar a las apuradas, nunca
pude recuperar esos minutos perdidos y mi frustración creció.
Ser pobre de tiempo no es
poca cosa, es más, quizá habría que considerarlo un problema de salud
internacional.
Antes de que deje de leer estas
líneas y piense que soy un exagerado, echémosle una miradita a una situación
bastante simple y cotidiana: considere cuántas personas, por falta de tiempo,
duermen menos de seis horas diarias. De hecho, son muchos los padres de familia
que apenas pueden acostarse cuando el reloj ya pasó de la media noche, y lo
hacen apurados por dormirse pronto, porque antes de las seis hay que pararse y
en estos tiempos modernos, la siesta es un lujo que no todos se pueden dar. Así
que volverán a dormir hasta la madrugada siguiente.
Ojalá todo quedara en no
dormir lo necesario. El punto es que para compensar la escasez de horas de
descanso, el cuerpo come de más, y entonces, además tendemos a engordar. Así
que ya sabe, la próxima vez que alguien le palmee el vientre mientras le dice
“cómo has crecido”, usted respóndale: “Mi verdadero problema es que duermo
poco”.
En este mismo sentido, el
psiquiatra Allan Frances, quien durante años dirigió el Manual Diagnóstico y
Estadístico, en el que se definen y describen las diferentes patologías
mentales, en una entrevista con El País, se queja de que convertimos problemas
cotidianos en trastornos mentales, lo cual estigmatiza a personas mal diagnosticadas
(como pasa con muchos niños llamados “hiperactivos”) y ha resultado un gran
negocio para las farmacéuticas.
El Dr. Frances sugiere,
entre otras cosas, que además de cuestionar a los doctores y psiquiatras sobre
los medicamentos que nos dan, cambiemos nuestros hábitos de sueño: “Sufren
ustedes una falta grave de sueño y eso provoca ansiedad e irritabilidad. Cenar
a las 10 de la noche e ir a dormir a las 12 o la una tenía sentido cuando
hacían la siesta. El cerebro elimina toxinas por la noche. La gente que duerme
poco tiene problemas, tanto físicos como psíquicos”.
La verdad es que muchos
intentamos sustituir las horas de sueño con vitaminas, ansiolíticos o tés calma
nervios, cuando quizá el remedio sea tan simple y placentero como ponerse a
dormir.
No creo que podamos dejar
las carreras diarias para cubrir todas nuestras necesidades, pero si dormimos
bien, tal vez tengamos mejor humor para encarar esos momentos inevitables.
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