Cotidianidades... 217

Como si el tiempo de por si no avanzara bastante rápido, al final del año te da la sensación de que los días se aceleran, y ni bien has terminado de levantar el altar del día de muertos cuando comienzan a asomarse los festejos por la Revolución Mexicana (¿O el puente vacacional es por el Buen Fin?... a veces me confundo), y atrasito, como si tuvieran deseos de saltar de las cajas, van apareciendo los adornos navideños.
     Ojalá todo fuera fiesta. En medio, nuestras cotidianidades avanzan atravesadas por cierres de proyectos en el trabajo, viajes laborales, las tareas de los hijos, los disfraces para los festivales, la emergencia de asuntos imprevistos y, entre muchas situaciones más, las dudas de lo que ocurrirá con tu vida económica y laboral en el lejano –y al mismo tiempo tan próximo- enero.
     La vorágine de actividades se vuelve avasalladora y hasta da la apariencia de interminable, y no es raro escuchar a quienes ruegan porque que ya lleguen las vacaciones, que es un modo de pedir que alguien, por favor, lance la toalla al ring.
     Hace tiempo que la dueña de mis quincenas y yo notamos que este apresuramiento se repite sistemáticamente –al menos para nosotros- en noviembre y diciembre, así que en esta ocasión desde octubre, y mientras veíamos cómo se iban llenando los cuadritos de nuestras agendas, tratamos de prepararnos psicológicamente para lo que se avecinaba.
      Nos contamos qué tan pesados podrían ser nuestros días, acordamos quién y cómo nos haríamos cargo del querubín durante los viajes, y hasta compramos más despensa de la común, previendo algunos fines de semana en los que se nos podría dificultar ir al súper.
      Entonces llegó el vendaval, con jornadas en las que apenas nos vemos y si hablamos es por teléfono, con semanas en las que aparentemente hay un distanciamiento pero en las que seguimos atentos uno al otro, y también con momentos en los cuales lanzamos esbozos de las rutas que habremos de seguir en nuestras profesiones, en los que ejercemos al máximo nuestra capacidad para disfrutar los ratitos en que estamos juntos, y en los que exploramos ciertos límites que nos permiten disfrutar de pequeñas victorias.
     Sin embargo, entre el cansancio y el trajín, también nos asalta la duda: ¿Estamos haciendo lo correcto? ¿No será que en un afán de conseguir beneficios materialistas estamos deshilando los vínculos que nos unen? ¿Estaremos fallando como padres porque por unos días no atendemos al querubín como solemos hacerlo el resto del año?
     Por suerte, como conté antes, desde octubre previmos lo que se venía, y eso nos ha ayudado a pasar con un poco más de calma esta época agitada.
      No le estamos fallando a nadie, sólo estamos siguiendo un plan que creemos pertinente para nosotros, y estamos viviendo con entusiasmo –porque nuestros oficios nos apasionan- un momento que va a pasar.
     Les cuento esto no en un afán de tirarme al piso públicamente mientras me deshidrato por llorar a lo Victoria Ruffo en cualquiera de sus novelas. Lo hago porque estoy seguro que más de uno está viviendo un momento similar, y a veces, el saber que compartimos algunos escenarios de vida con otras personas ayuda a que se reduzca el estrés, la ansiedad y las culpas.
     Al final de cuentas, aunque somos tan distintos, en este entorno inter-súper-ultra conectado, lo más normal del mundo es que tengamos cotidianidades bastante parecidas.
     Hasta la próxima.

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