Cotidianidades... 93

16/marzo/2015

Cotidianidades
La mentira tiene su encanto, a veces resulta tan seductora que provoca escalofríos y perturba, y a pesar de que muchas veces prometemos serle fiel a la verdad, en algún momento, por la razón que sea, acabamos yéndonos a los brazos de su antagonista. Es como la chica o el chico malo de la escuela, de quienes las abuelitas nos pedían alejarnos y hasta comprendemos el daño que pueden provocar, pero no por ello dejan de resultar atractivos.
La verdad, en cambio, suele ser comprendida dependiendo de la perspectiva que se le quiera mirar, no se presta a ambigüedades y si de pronto la vemos rodeada de un aura nebulosa, es porque así le conviene a nuestros miedos o porque nuestra capacidad para interpretar la realidad ha llegado a su límite.
Recuerdo una escena de mi época universitaria. Una amiga que decía luchar contra el sobrepeso, se trepó a la báscula. Ésta, sin complejos, le confirmó que había subido cinco kilos en menos de un mes.
Compungida, mi amiga volteó a preguntarme si se veía más “gordita”. Yo, rindiéndole honor a la verdad, le dije que sí.
Recibí un manotazo y un “¡No me vuelvas a hablar!”, que caducó ocho días después, cuando casualmente coincidimos cerca de la misma báscula del gimnasio y mi amiga me comentó:
—¡Este aparatejo idiota dice que sigo pesando lo mismo!
—Pos algo debe andar mal —le respondí—, porque yo te veo más delgada.
Ahora el manotazo fue suave, acompañado por una sonrisa y un gesto que indicaba lo poco que me creía. Pero no importaba si mi comentario era cierto o no, era lo que ella quería escuchar y me sirvió para recuperar la amistad.
Uno llega a creer que con el tiempo y la experiencia, poco a poco habrá de comprender el peso de las verdades y por tanto aprende cuándo dispararlas. El punto es que los escenarios cambian, y a veces no termina uno de entender del todo el nuevo papel que está jugando y volvemos a cometer “errores”.
Supongo que algo así le ocurrió al Papa cuando les pidió a sus paisanos argentinos que no fueran a caer en una “mexicanización”. Estoy seguro que el hombre no lo hizo de mala fe ni pensando darle un zancadillazo a nuestra elite gobernante, sino que hacía referencia a un país donde cada semana hay muertos en enfrentamientos armados, donde se decapita a candidatas a puestos de elección popular y a gente común, donde la ley es violada por quienes juran protegerla y la corrupción es considerada una característica cultural.
Claro que el gobierno mexicano brincó como si le hubieran apagado un puro en el ombligo. Pegaron el grito en el cielo, se jalaron los cabellos, se sacaron los mocos y la hija de la Gaviota, para olvidar el mal momento, se compró ropa nueva. Sin miedo y con harto orgullo, la cancillería exigió que el líder católico no anduviera usando una palabreja que tan mal habla de México, aunque nunca mencionaron la posibilidad de cambiar las circunstancias de nuestro país y que llevaron al Papa a usar dicho término para describir una realidad que no se le desea ningún Estado.
Algo similar le pasó al equipo de Carmen Aristegui. Cometieron el delito de andar contando verdades incómodas y capaces de poner en tela de juicio la honorabilidad de la Presidencia (de la cual, supongo, nadie dudaba, ¿verdad?).
El delito perpetrado por estos reporteros sin alma fue terrible, y se buscó la primera discrepancia con la empresa que los descobijaba para descargar la espada de la injusticia sobre ellos.
Esta última situación ha indignado de tal manera, que se volvió tema de discusión nacional, y contrario a lo que resultaría de una estrategia malévola pero bien planeada, la acción echó luz sobre el modo en que actúa nuestro actual gobierno con quienes los incomodan, e incluso nos obligó a volver de nuevo la mirada a esas casas de lujo que no corresponden con las posibilidades de quienes las poseen.
Un amigo, refiriéndose a los estrategas gubernamentales me comentaba: “son tan tontos que hacen las cosas sin prever las consecuencias”.

No coincido con él, porque un tonto no es responsable de sus actos, y ellos sí saben lo que están haciendo. Al contrario, tienen la inteligencia para prever lo que puede seguir a sus decisiones, nomás que desestiman la reacción popular y no les importa lo que pensemos o digamos los ciudadanos comunes, muestra de ello es que siguen actuando conforme a sus intereses y sin dar explicaciones. Así pues, en todo caso, son seres perversos a quienes las verdades les causan escozor, y que sólo saben curarse la comezón con métodos cavernícolas. Hasta la próxima

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