Cotidianidades... 196
Ni bien había
terminado el 2017, y ya estaba yo engullendo las correspondientes doce uvas
mientras pensaba en las docenas de proyectos que debía echar a andar en este
año nuevo.
De
hecho, mi primer propósito fue el de invocar a las fuerzas del universo para atiborrarme
con la energía necesaria para lograr tantos objetivos juntos, con los que si
bien no pienso revolucionar el mundo, sí me imagino dando algunos giros
positivos en mi vida.
El
1º. de enero en la tarde, todavía adormilado, comencé a sospechar que el
universo estaba en sus días libres o que las uvas eran transgénicas.
—Es
la cruda de sueño —intentó consolarme la dueña de mis quincenas.
Los
siguientes días, fríos y nublados, no quería salir de la cama más que para
comer.
—Quizá
te pasa lo de las iguanas de Florida —me explicó mi esposa—, que el clima
helado las está dejando congeladas.
Molesto
con el símil, decidí romper con la flojera, aunque para lograrlo empeñara el
alma, y casi lo logro, nomás que en el camino se me atravesó la pantalla, unos
buenos partidos de futbol americano y un sillón tan cómodo, que salir de él me
parecía un desperdicio.
Cansada
de mi abulia, mi siempre tierna esposa me recordó las cuentas por pagar, los
centímetros que creció mi abdomen y los pendientes laborales, y por si eso no
fuera suficiente, se atrevió a decirme:
—¡Ya
hasta pareces asesor del Güero, que ahí estás pero no haces nada!
La
comparación hirió mi orgullo, espoleó mi desánimo y azuzó a mis ímpetus
emprendedores. Me levanté del sillón dispuesto a demostrar que por mis venas no
corre sangre de iguana, que no he perdido las agallas y, de paso, a ver si quedaba un poco de relleno de pavo en
el refrigerador.
Claro
que ella se adelantó a mis intenciones y me entregó un par de tenis nuevos para
que fuera a probarlos corriendo en la pista de siempre.
Cómo
me cayó de mal en esos momentos. Sin embargo, decidí perdonarla.
Y
obedecerla.
—¡Aquí
voy, objetivos del 2018! —troné en la calle enfundado en mi ropa deportiva.
En
ese momento llegó un correo a mi celular, lo leí nomás de curioso —postergando así
unos segundos más el ejercicio—, y me encontré con una noticia que me dejó como
iguana gringa. Un proyecto editorial en el que trabajé con empeño y al que le
aposté hartas horas e ilusiones, estaba siendo rechazado.
Poco
importa que uno sepa que el rechazo puede ser uno de los resultados a cualquier
acción que se emprenda (solicitar un trabajo, declararse a la chica, pedir
permiso para ir a una fiesta o presentar una propuesta), cuando el “no”
aparece, la desazón te estremece el pecho y el estómago.
Caminé
desangelado hacia la pista, haciéndome preguntas pesimistas, allá me encontré
con mis amigos, los “Perros del Fundamat”, quienes entre abrazos, buenos deseos
y palmadas, me hicieron olvidar el mal momento.
—Corramos
juntos —me ofrecieron dos corredores experimentados.
—No
creo aguantarles el paso —les respondí—, no he entrenado en varios días.
—Olvida
lo que no hiciste ayer —me dijo uno de ellos—, lo importante es la carrera que
vas a empezar ahorita, y corriendo juntos, vamos a llegar más lejos.
Tuvieron
razón.
Ya
borré aquel correo, ya corrí mis primeros kilómetros, ya estoy haciendo nuevas
apuestas laborales, y aquí me tiene, terminando estas primeras
“Cotidianidades…”, que siempre me significan un reto, una aventura y la
posibilidad de establecer un lazo virtual con usted, que espero se anime a
volver a leerme la siguiente semana y lo que resta del año.
Hasta la próxima.
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