Cotidianidades... 136
Cotidianidades…
Aunque no soy muy dado a andar contando
las supersticiones que rondan mi mente, de unos lustros para acá he notado una
fuerte presencia del número 2 en mi vida. Presencia que se ha ido fortaleciendo
con el tiempo y que tiene su mayor énfasis, sólo para empezar, en febrero, el
segundo mes del año, durante el cual cumplen años doce familiares cercanos,
entre ellos el querubín, que nació además el día 27 (igual que mi hermana, es
decir, 2 fiestas en un mismo día) del 2012.
Asimismo, fue en febrero
cuando me casé, casualmente (para aprovechar que era sábado) un día 22. Mi mamá
también es de febrero, del día 12 para ser precisos, y si bien mi padre es de
junio y mi hermano de noviembre, los dos nacieron el día 12 de sus respectivos
meses.
Por si lo anterior no
fuera suficiente, en el número telefónico de mi casa (que también es suya,
faltaba más), el dos se repite cuatro veces (o dos veces dos), en una de ellas,
por supuesto, se combina con el 1 para formar el número 12, no nos fuera a hacer
falta.
Lo anterior, sin
embargo, no ha logrado que me vuelva en un fanático de comprar billetes de
lotería con el número dos o doce, como ya me lo han sugerido múltiples personas.
Aunque debo confesar que a la hora de seleccionar boletos de rifas con algún
beneficio social, sí considero alguno que termine en dos, lo cual me ha servido
para demostrar que lo mío, lo mío, es ganarme las cosas con trabajo y no por
suerte.
También ha provocado
que considere a febrero tan peligroso para mi peso corporal como lo puede ser
diciembre, porque como supondrán no faltan fiestas donde abundan las risas, la
alegría, la comida y el pastel, y entre que a uno no le gusta andar
despreciando lo que le ofrecen y además le hinca el diente con fervor religioso
a los postres, corro el riesgo de entrar rodando a marzo.
Tanto dos repetido
también me ha servido para romper incómodos silencios en las charlas invocando
a las supersticiones, un tema que a muchos nos encanta, quizá porque encierran
algo de esa magia capaz de cambiar nuestras vidas y que nos dan alguna
tranquilidad emocional, en tanto que desde esa perspectiva no todo lo que
ocurre es nuestra responsabilidad, sino que también juega sus cartas el
infortunio o la buena suerte, según se vea.Y fue precisamente durante
la primera fiesta del mes pasado que enumeraba las muchas reuniones que tenía
por delante y hablaba de lo reiterativo que ha sido el número dos en mi vida,
cuando mi mirada chocó con la de la abuelita de mi esposa. Fueron un par de
segundos, porque ella, cansada, bajó la vista e indicó que quería volver a su
cuarto. Yo me levanté a despedirla, la ayudé a entrar a su casa y regresé a la
fiesta en el patio.
Fue la última vez que la vi con vida. Falleció cuatro días después, temprano y en paz, como se lo merecía después de andar 103 años “navegando” por la vida (ese verboide lo usaba ella).
Fue la última vez que la vi con vida. Falleció cuatro días después, temprano y en paz, como se lo merecía después de andar 103 años “navegando” por la vida (ese verboide lo usaba ella).
Los imaginarios que
construí alrededor de las casi inmediatas fiestas y alegrías de pronto se
trocaron en tristeza, porque si bien era una partida esperada, nunca termina
uno de estar completamente listo para ese adiós que, al menos en este plano material,
es definitivo.
Con ella, además, se
cerró un ciclo para la familia, era la última de aquella generación que los
adultos de ahora, cuando eran niños, vieron gobernar los destinos de toda la
estirpe, y ese vínculo físico que a través de ella se podía tener con el
pasado, queda roto definitivamente.
Es también un momento
que te hace volver los ojos hacia la muerte, hacia ese mecanismo imparable que
gira sin misericordia para empujarte un poquito más al frente, y que te va
colocando en el lugar donde estuvieron aquellos seres que amaste y que ya
partieron.
Doña Efigenia fue una
mujer fuerte, íntegra y honrada, que luchó sin tregua para sacar adelante a sus
cuatro hijos biológicos y a tres más que adoptó cuando ya era viuda, eso porque
se sabía con los recursos para sacarlos adelante y que no eran otros que su
valor, su enorme capacidad para trabajar y una energía imparable que le
permitía trepar a los árboles de mango a los 85 años.
Y con eso le bastó para
dar origen a distintas familias, cuyos integrantes, hasta donde alcanzo a ver,
intentan construir un mundo mejor.
Se fue en febrero,
igual que el último hijo biológico que le sobrevivía (quien murió 2 días antes
de que yo me casara). Y como ocurre con todas las personas buenas que se nos
adelanten, dejan cierta congoja y mucho para aprenderles. Hasta la próxima.
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