Cotidianidades... 124
Cotidianidades...
Viajé a la Ciudad de México con la intención de participar en la Feria Internacional de Literatura Infantil y Juvenil (Filij) gracias a la invitación de distintas editoriales y del Conaculta, esto con el objetivo de participar en presentaciones y firma de libros, así como para asistir a charlas magistrales que dieron escritores y editores reconocidos internacionalmente.
Viajé a la Ciudad de México con la intención de participar en la Feria Internacional de Literatura Infantil y Juvenil (Filij) gracias a la invitación de distintas editoriales y del Conaculta, esto con el objetivo de participar en presentaciones y firma de libros, así como para asistir a charlas magistrales que dieron escritores y editores reconocidos internacionalmente.
Por supuesto que para ir
vestido "ad hoc" al evento, me compré una boina de piel, chamarra de
gamuza, una pipa y practiqué frente al espejo la mirada de “soy un intelectual
que comprende al mundo e, incluso, te lo puede explicar”.
¡Cómo se ha reído el
querubín! No podía parar ni porque le eché un vaso de agua en la cara, no se
detuvo aun cuando le dolió el estómago, ni a pesar de que lo amenacé con darle
de comer las croquetas del gato.
Luego, ya más tranquilo, le
dibujó unas caritas a la boina, la pipa la agarró para pegarle a un tambor y la
chamarra de gamuza se convirtió en casa de campaña de sus muñequitos.
Así que vestido con pantalón
de mezclilla, playera y tenis, me dispuse a iniciar ese viaje en el que me
esperaban muchas sorpresas.
La primera de ellas la viví
en el avión, donde mantuve una charla amena con un señor muy simpático que
agradeció a la suerte la posibilidad de viajar junto a un escritor, aunque
luego, al enterarse de que principalmente escribo para niños y jóvenes, me dio
una palmada en la espalda y, muy sonriente, me dijo: “eso no es problema, en
cualquier momento puedes dar el salto para escribir literatura en serio… nomás
cosa de que te decidas”.
Lo quedé viendo fijo y con
una sonrisa a medias. Imagínense lo que yo pensaba. Así que para no echar a
perder el ambiente en el vuelo, decidí meterme en temas menos escabrosos y
toqué el asunto de las intromisiones de la religión y la política en los
manejos de los equipos de fútbol.
Pocas horas después ya
estaba en el Distrito Federal, en medio de un gentío, avanzando a paso de
tortuga y escuchando un concierto de voces infantiles que pugnaban por sobresalir
entre ellas y así hacerse notar.
Y no se trataba del metro.
Eran cientos de niños, niñas
y jóvenes acompañados por muchísimos adultos que estaban de visita en la Filij.
Es cierto que no todos llegaron a comprar libros (ya sea porque no lo
acostumbran o no tienen los recursos), sin embargo saben que ahí encontrarán
diversos espectáculos dirigidos a la población infantil, charlas para los
adultos y momentos para acercarse a la narración oral. Era una fiesta cultural
a la que asistieron muchos, muchísimos niños, y en la que escuché a adultos
decir “yo casi no leo pero mis hijos sí, por eso los traigo”.
Son niños, niñas,
jóvenes, personas maduras y ancianos
que, además, están dejando a un lado a autores extranjeros para acercarse al
trabajo de escritores mexicanos, quienes en conjunto y sin ponerse de acuerdo,
han venido creando una tradición literaria mexicana de altísimo nivel, y para
lo cual experimentan con estructuras, personajes, distintas voces narrativas y
variados planos de realidad.
Es cierto que de todos estos
escritores connacionales son unos cuantos los que han traspasado las fronteras,
mientras que del exterior nos llegan infinidad de títulos con firmas europeas y
norteamericanas. No obstante, esto responde más a cuestiones de mercado y no
necesariamente a la calidad, porque en el país se están publicando historias
capaces de trascender límites geográficos y temporales.
Casi al final de la semana y
gracias a una cita que tuve con Mónica Brozon, tuve la oportunidad de asistir a
una mesa redonda en la que participaron —además de ella— Francisco Hinojosa,
Verónica Murguía, Vivian Mansour y Toño Malpica, y entre el público se
encontraba Javier Malpica y Ana Romero (hubiera llegado Juan Carlos Quezada,
Antonio Ramos Revillas y Jaime Alfonso Sandoval, y el cuadro habría quedado más
completo todavía).
Ellos hablaron del
menosprecio que sigue existiendo a la literatura infantil y juvenil (aun cuando
se experimente más con ella que con la de adultos), compartieron la convicción
de que sí hay muchos niños y niñas lectores (algunos incluso deben brincarse la
censura de padres o tutores para acercarse a los libros que quieren leer), y
confirmaron mi convicción de que al menos entre los autores infantiles, existe
la generosidad y el apoyo mutuo para seguir avanzando.
En esta columna pocas veces
menciono los nombres de los actores que me hacen reflexionar y escribir sobre
mi vida cotidiana. En esta ocasión rompo abiertamente con esta costumbre,
porque además de ser una oportunidad para mandarles un saludo a ellos,
aprovecho a contarle a usted que son grandes personas, sencillas, generosas y
muy dispuestas a que usted y yo y nuestros hijos e hijas, abuelas y nietos,
accedamos a historias entrañables que aspiran a la inmortalidad. Hasta la
próxima.
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