Cotidianidades... 84

13/enero/2015

Cotidianidades…
Fue poco después de la Navidad cuando algunos sobrinos me preguntaron por mis propósitos de año nuevo. Sin meditar las consecuencias, contesté con franqueza temeraria que no tenía uno solo, y además a modo de broma me atreví a sugerir que, estando tan cerca de la perfección, cualquier paso hacia el frente podía ser un error o una irreverencia sacrílega.
—Bueno, podrías concentrarte en cambiar ese tu carácter tan feo —deslizó una sobrina que amparada en su rostro infantil, suele fingir que desconoce la malicia.
Estaba por contestarle como se merecía, cuando su hermano sugirió:
—O ponerte a dieta, a ver si logras desaparecer esa panza que parece tener vida propia.
Con la mirada los mandé a visitar a Santa Claus al Polo Norte y nomás para poner orden espeté:
—No tengo propósitos porque veo un futuro oscuro para mí, para Chiapas, para México y para el mundo. ¡Así que proponga lo que me proponga, no servirá de nada!... Allá ustedes si quieren perder el tiempo con ilusiones vanas.
Nadie me respondió. Al menos en ese momento. Pero supongo que estos mozalbetes anduvieron contando lo acontecido, pues antes de que llegara el 31, familiares y amigos me regalaron seis libros de autoayuda, las últimas obras de Coelho, dos estampitas milagrosas y un DVD con los programas más emotivos de la Rosa de Guadalupe, así como frases de esperanza y fe en la vida.
A punto estuve de llorar de la indignación, y si me aguanté fue porque una tía señaló mis lágrimas incipientes al tiempo que explicaba: “se los dije, aunque parezca imposible, allá en el fondo de su alma todavía hay sentimientos buenos que se emocionan con nuestros piadosos deseos”.
Entonces, y con tal de salvar mi honra, aclaré que sí tenía mis muy buenos propósitos, nomás que no los había querido compartir para que no les echaran sal. Uno de ellos era convertir mis “Cotidianidades…” en un trend topic internacional en las redes sociales, así como lograr que por fin la Academia Sueca venza sus prejuicios y me acepte como candidato al nobel de literatura.
—Las mariguanadas no cuentan —me contestó un sobrino adolescente—. Además, esos serían objetivos laborales, no buenos propósitos que te transformen como persona.
Iba a contestarle que en ese caso mi propósito sería convertirme en  terrorista de mi propia religión, para quitar de en medio a quienes osaran cuestionarme y poner en duda mis verdades, pero el chiste podía salirse de control y no iba con el espíritu de paz y amor que nos rodeaba en esos días (amén de que si algún día lo logro, estaría anulando el efecto sorpresa).
Después de mucho pensarlo y minutos antes de cambiar de año, comenté en voz alta el único propósito que se me ocurrió: “evitar a toda costa el autoengaño”, y además reté a mis adolescentes inquisidores a perseguir el mismo objetivo.
—No puedo —respondió uno de ellos con sonrisa cínica—, porque eso me obligaría, cuando menos, a usar la hora correcta.
Comprendí de inmediato su comentario porque alguna vez hice lo mismo. El jovenzuelo trae cinco minutos adelantado el reloj, de esa manera si algo le parece urgente, se apura para estar “a tiempo” conforme a la hora que marca la máquina, pero si considera que el asunto no es apremiante, se dice a sí mismo que no importa ir un poco atrasado, en tanto el reloj está adelantado.
En mi caso tiene varios años que abandoné esa práctica específica de autoengaño, pero persistí en otras y adquirí algunas nuevas, como responsabilizar de las consecuencias de mis actos en deidades o fuerzas universales; evitar charlas sobre algunos problemas dolorosos con la esperanza inútil de que desaparecieran mágicamente; repetir una mentira con la ilusión de que así se convierta en verdad; creer que los partidos de izquierda podían ser más honrados o comprar ropa más chica a mi talla real, con la ilusión de entrar en ella “cuando baje de peso”, pero sin realizar una acción concreta orientada a esa finalidad.  
El objetivo del autoengaño es evitar un dolor inmediato, aunque en el interior se sufra, porque a pesar de nosotros mismos, tenemos algún nivel de conciencia sobre esa verdad que nos hemos negado a ver.

Pienso mantenerme tras mi propósito en tanto la conciencia me alcance o hasta que caiga en el redundante juego de autoengañarme con la idea de que sigo en mi lucha contra el autoengaño, entre tanto, espero que los buenos deseos de mis lectores se cumplan y que de paso tengan un maravilloso comienzo de año. Hasta la próxima.

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