Cotidianidades... 82
09/dic/2014
Cotidianidades…
La niña atrajo mi atención por la enorme
sonrisa con que se acercó a un montón de libros. Tomó uno y se lo enseñó a su
papá que justo iba detrás de ella.
—¿Me lo compras? —le dijo al
señor con sonrisa pícara.
—¡Nombre!, ese para qué, si
ya viste la película —contestó el hombrecito y, por si eso no fuera poco,
remató: —Además, tienes varios libros en casa, no sé para qué quieres otro.
La niña sonrió quitándole
importancia a la negativa y se dirigió hacia el estand de libros juveniles. Aunque
pretendí no darme cuenta de la situación, supongo que fingí mal, pues el señor
buscó mi mirada para decirme:
—La verdad es que no tengo
dinero para comprárselo. La situación está durísima y no veo para cuando cambie.
Lo bueno es que, de verdad, tiene varios libros en casa que aún no ha leído.
Ni cómo rebatirle. Cuando la
necesitad aprieta, uno de los primeros rubros que suelen sufrir un recorte
presupuestal (en las casas y en los países) es el de la cultura, eso a pesar de
que quizás es en ella donde se encuentren los caminos para mejorar el entorno,
aumentar nuestras capacidades creativas y descubrir los medios para transformar
a un país que parece ir en franca decadencia.
Centrándonos en la lectura,
por ejemplo, está demostrado que promueve el desarrollo cerebral y la
conectividad entre los dos hemisferios (principalmente en el caso de niños y
jóvenes), estimula la atención, aumenta la imaginación, potencia las
actividades sociales y de empatía, y activa la memoria a corto y largo plazo.
Es decir, brinda elementos necesarios para tener seres humanos con mayor
capacidad cognitiva, capaces de comprender su realidad desde diferentes perspectivas
y, por tanto, con las herramientas para criticarla, identificar problemáticas y
encontrarles distintas soluciones.
Estamos hablando, asimismo,
de la formación de personas que a partir de la empatía, el reconocimiento y la aceptación
del otro, estén dispuestos a buscar el constante beneficio colectivo, como un
pilar fundamental de una convivencia armoniosa y pacífica.
Por ello, aunque comprendo y
hasta puedo simpatizar con las demandas de maestros y estudiantes que protestan
contra ciertas imposiciones, no estoy de acuerdo en que la huelga y el paro de
actividades académicas sea el camino a seguir. ¿Qué tal si en lugar de dejar de
dar clases, dedicaran durante una hora diaria a promover el pensamiento crítico,
estimular la creatividad y el desarrollo de habilidades para la adquisición de
conocimientos? ¿No sería esa una verdadera revolución que brindaría las bases
para reorientar los destinos del país?
Claro, pensar en los niños
como una herramienta de cambio general, es apostar a un futuro que se antoja
lejano y se trata de una estrategia a largo plazo. Entonces seamos egoístas y
pensemos sólo en nuestros propios hijos e hijas, acompañémoslos en el proceso
de adquirir el gusto (no la obligación) por la lectura, démosle importancia al
hecho de leer, invitémoslos a sumergirse en universos increíbles que los hagan
soñar, ampliar su vocabulario, conocer otras formas de vida, mejorar su
capacidad de expresión y los invite a crear situaciones maravillosas —que
incluso puedan parecernos producto de una imaginación desbordada y que se
aferra a lo imposible— porque quizá algún día sean capaces de traerlas a la
realidad.
Sólo basta echar un ojo al
entorno y luego un vistazo al pasado para comprender cuánto han cambiado
nuestra vida un montón de mentes creativas, esto a través del conocimiento y la
imaginación, que suelen ser el sostén del desarrollo en cualquier área del
saber.
Pero si los niños no aceptan
nuestras invitaciones a leer, lo hagamos nosotros. No sólo porque el ejemplo
arrastra, sino porque también está demostrado que un buen libro (por bueno me
refiero a un libro de nuestro agrado y que nos permita perdernos en él) ayuda a
la recuperación de desórdenes mentales moderados como estrés, ansiedad y
depresión, aumenta la resistencia cerebral a desarrollar ciertas enfermedades
degenerativas y —agárrense— retarda el decaimiento propio del envejecimiento. ¡Y
sin botox!
Así pues, agarre un libro,
relájese y saboréelo, si se puede con sus hijas o hijos, mejor todavía, y si
algún insensato o insensata le pregunta qué está haciendo a pesar de verlo con el
libro en las manos, respóndale: Nada, aquí, construyendo un mundo más bonito.
Luis
Antonio Rincón García
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