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Cotidianidades... En “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, uno de sus personajes más entrañables, llamada Úrsula Inguarán, mientras está siendo vencida por la decrepitud se queja de los cortos que se van volviendo los días, en incluso acusa a Dios de hacer con los meses y los años las mismas trampas que hacían los turcos al medir una yarda de percal. Hay una explicación bastante seria para explicar por qué conforme vamos acumulando años, el pasar de estos nos parece más rápido, y tiene que ver con la experiencia acumulada. Es decir, un niño de un año, para cumplir otro, debe acumular a través de los días el cien por ciento de su experiencia previa, lo cual le implica mucho más trabajo al cerebro. Ese porcentaje se va reduciendo al pasar del tiempo, y de pronto, un año, representa una quincuagésima parte de nuestra vida, y entonces, desde esa postura, a nuestro experimentado cerebro ya no le parece tan extenso. Algo similar ocurre cuando recorremos un camino nuevo, que la

Cotidianidades... 127

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Cotidianidades… Durante varios días el querubín estuvo insistiendo con que ya pusiéramos el árbol de Navidad y, no es que sea yo un “Grinch”, pero viendo hacia el futuro, si bien me daba un poco de flojera desempacar todos los adornos navideños en esta época, no podía imaginar cómo me iba a pesar guardarlos en enero… o febrero… o en Semana Santa. Así, echando mano de argucias y artilugios, intenté convencer al pequeñín de que estas fechas decembrinas, en realidad sólo son producto de la mercadotecnia y de mentes ambiciosas que nos invitan a gastar todos nuestros ahorros en regalos que nadie necesita. El niño me quedó viendo extrañado, como si fuera yo un ente de otro planeta y, antes de hacer un puchero, lanzó un grito llamando a su mamá. Mi mente obnubilada apenas alcanzó a pensar una palabra: ¡Catástrofe! Pero ya montados en la mula, había que aguantar los reparos y cuando vi venir hacia mí a la dueña de mis quincenas, aguanté con gesto impávido, aunque debí esconder las man

Cotidianidades... 126

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Cotidianidades… Con esto de que las escuelas del nivel básico del país tienen juntas de consejo técnico cada último viernes del mes, los papás recibimos la maravillosa oportunidad de tener un día de entrenamiento o, si quiere verse de otro modo, de vislumbrar cómo puede irnos en las siguientes vacaciones con los niños en casa. Porque, aun cuando nuestros querubines sean las mayores ternuras del mundo, no dejan de crecer ni de inventar juegos y diabluras nuevas, y con cada año que pasa andan más dispuestos a planear aventuras que, en su momento, pondrán a prueba nuestra paciencia, la capacidad de resistencia de algunos adornos hogareños y la solidez con que se cimentaron nuestras casas. No importa si usted ya probó que pudo soportarlos sin inmutarse el verano pasado, recuerde, ellos ya han crecido, ven al mundo con otros ojos y de seguro se acercan a las siguientes vacaciones con ideas que, si no vinieran de ellos, calificaríamos de maquiavélicas. Es por eso que en lugar de moles

Cotidianidades... 125

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Cotidianidades… Ahora que vestimos de olvido al día de la Revolución Mexicana, en familia decidimos permanecer el domingo en casa. Claro que después de varias horas de encierro, el querubín andaba que se trepaba por las paredes y no logré bajarlo ni con el matamoscas. Así que se me ocurrió llevarlo de paseo a un centro comercial, de esa manera mataba dos pájaros de un tiro: comprábamos la despensa en el supermercado y lograba que se orearan los pulmones del chamaquito y de su ascendencia. Si bien se me ha desarrollado la gastritis gracias a que adora tomar como pista de carrera los pasillo de cristalería, en cambio sólo una vez estuvo a punto de chocar contra una pirámide de tequilas y, al mismo tiempo, debo reconocer que   no suele un niño ser pedinche. Claro que un niño no puede portarse todo el tiempo bien. Diría Miguelito —el de Mafalda— “es antideportivo”, y esta ocasión estuvo a punto de protagonizar un berrinche de esos llamados memorables. No fue por un dulce ni por un jug

Cotidianidades... 124

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Cotidianidades... Viajé a la Ciudad de México con la intención de participar en la Feria Internacional de Literatura Infantil y Juvenil (Filij) gracias a la   invitación de distintas editoriales y del Conaculta, esto con el objetivo de participar en presentaciones y firma de libros, así como para asistir a charlas magistrales que dieron escritores y editores reconocidos internacionalmente. Por supuesto que para ir vestido "ad hoc" al evento, me compré una boina de piel, chamarra de gamuza, una pipa y practiqué frente al espejo la mirada de “soy un intelectual que comprende al mundo e, incluso, te lo puede explicar”. ¡Cómo se ha reído el querubín! No podía parar ni porque le eché un vaso de agua en la cara, no se detuvo aun cuando le dolió el estómago, ni a pesar de que lo amenacé con darle de comer las croquetas del gato. Luego, ya más tranquilo, le dibujó unas caritas a la boina, la pipa la agarró para pegarle a un tambor y la chamarra de gamuza se convirtió en casa d

Cotidianidades... 123

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Cotidianidades… Por razones profesionales debí trasladarme al Distrito Federal, ciudad que enamora, fascina y también, en no pocos casos, espanta. Asimismo, y con la intención de facilitar mis traslados, decidí hospedarme en un lugar relativamente cercano al lugar de trabajo y que elegí a través de internet. De día esta zona es bastante bonita y agradable para recorrer. Sin embargo, al anochecer, la iluminación me parece terriblemente pobre y no hay nada como la oscuridad para despertar pesadillas y traer recuerdos tenebrosos que para nada tienen relación con los espantos de ultratumba y sí con asuntos más terrenales. Por supuesto que decidí darme valor antes de volver a mi hotel la primera noche de trabajo y para ello recurrí ante un par de compañeros, a quienes les pedí me confirmaran la certeza de que estábamos en un lugar seguro. —No te preocupes —dijo uno de ellos, delgado, bajito y con cabello largo—. Estamos rodeados de colonias “de gente bien”. Las personas acá son muy t

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Cotidianidades… Con tal de ahorrarme unos minutos y para ir ganando tiempo, me lancé a trotar   sin realizar el calentamiento previo. Honestamente no aguanté mucho, es más, me vi obligado a detenerme antes de lo planeado y asumí que todo se debía a mi inconstancia con el deporte. Eso sí, después de haber trotado un par de kilómetros, me creí merecedor de una dieta libre de restricciones, así que apenas llegué a la casa de mi suegra, me senté a despacharme sin remordimientos unos tamalitos chiapanecos, varias tazas de café y una buena porción de pan tuxtleco. Ya estaba yo echándole el ojo a la calabacita en dulce y a unos suspiros de yuca que había en el altar, cuando mi esposa, en un vano intento por salvar mi imagen pública, me retiró el plato y con el dedo índice trazó una curva en el aire como diciendo: “vámonos papacito, antes que dejes sin comida el refrigerador de mi madre”. Obediente me apresté cumplir la orden y, en ese momento, comenzaron mis problemas. Intenté levantar

Cotidianidades... 121

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Cotidianidades... Los sueños, cuando son intensos, suelen generarnos angustias, miedos u otras emociones placenteras, aunque al mismo tiempo son capaces de provocarnos tales sobresaltos, que no somos pocos los que hemos despertado golpeando el colchón porque, mientras dormíamos, soñamos que íbamos cayendo. Hay algunos sueños traviesos   —o quizá angustiantes— en los que, por ejemplo, sueñas que buscan un baño porque el cuerpo así lo exige. De pronto ya no aguantas más y sientes un huracán Patricia en la vejiga, hasta que por fin encuentras dónde desahogar tus penas. ¡Pero es pura fantasía!, y justo cuando estás a punto de entrar al placer sublime de comenzar a vaciarte, notas que todo es falso, así que despiertas como puedes, te levantas atolondrado y ansioso por encontrar un baño de verdad, donde —con el alma en su lugar y sintiendo cómo se relaja el cuerpo— agradeces la suerte bendita de no haber mojado la cama. De acuerdo a la tradición tsotsil, un sueño no es sino la continuac

Cotidianidades... 120

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Cotidianidades… Mientras revisábamos unos textos un amigo y yo, escuchamos los gritos (qué digo gritos, alaridos) de una de sus vecinas. La situación parecía tan desesperada, que no tuvimos tiempo de ponernos nuestros trajes de súper héroes ni de quitarnos la falsa panza con que pretendemos pasar por personas comunes y corrientes, y así, disfrazados de seres anodinos, fuimos en ayuda de la desesperada mujer. —¡La violinista! ¡La violinista! —nos gritaba mientras daba saltitos y movía las manos como si se las hubieran quemado— ¡Ahí estaba la violinista! —dijo ahora con voz quebrada y como si se le estuviera desgajando la garganta. La verdad es que pensé que se trataba de alguna asesina serial, parecida a la mata viejitas. Fue por eso que le pregunté a la señora las señas de la delincuente musical. —Tenía ocho patas y era de color marrón —dijo ahora con las manos entrelazadas, casi a punto de ponerse a rezar. —¿Se droga? —le murmuré la pregunta a mi amigo. —No —respondió

Cotidianidades... 119

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Cotidianidades… Cuando era niño, durante una temporada viví en una colonia donde todavía se podía salir a correr por las calles, jugar futbol o pretendernos exploradores en los terrenos baldíos. Sabíamos nuestros nombres, pero en no pocos casos algunos contaban con apodos heredados de sus padres y así los llamábamos sin que por ello se sintieran ofendidos. De entre todos los vecinos recuerdo a Manuelito, que vivía frente a la casa de mi abuela y además de ser amable con los adultos, tenía la cualidad de preocuparse por los más pequeños y el defecto de aparecer donde no era requerido, lo que no pocas veces le significó la amenaza de ser agarrado a golpes por otros niños con menos paciencia o más acostumbrados a modos violentos de resolver los asuntos. Manuelito, echando mano de la diplomacia y para no quedar mal parado, se retiraba diciendo algo así como: “sólo porque soy buena onda, no te meto tu buena madriza”. Tantas veces lo dijo, que terminó siendo una frase con la cual