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Cotidianidades... 222

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Cuenta la dueña de mis quincenas que muchas tardes de su juventud preparatoriana la pasó con una amiga increíble, con quien compartió carcajadas, problemas y horas de estudio. Se llamaba Nora, y las veces que me habló de ella, volvía a esbozar una sonrisa juguetona —dirían muchas mamás— “acordándose de quién sabe cuántas diabluras”. Casualmente, casi una década después, yo también conocí a Nora, y sin que ninguno de los dos supiéramos que teníamos un fuerte lazo en común (la dueña de mis quincenas fue mi mejor amiga en la adolescencia), nos hicimos amigos en el Instituto de Historia Natural de Chiapas, donde trabajábamos. Ahí, junto con Alberto Anzures, Carlos Guichard, Héctor Moguel, Hebe Álvarez,   Robertón, Felipe, y muchos más, a veces parábamos las actividades para hablar sobre ecología, escuchar aventuras ocurridas en los senderos de las montañas y también para reírnos un poco de la vida y de nosotros mismos. Nora López León, no tengo duda de ello, era una excelente perso

Cotidianidades... 220

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Mi hijo acababa de cumplir tres años cuando nos habló por primera vez del “tío Kassam”. Se trataba de un adulto que, según el niño, lo acompañaba a todos lados y en cualquier circunstancia, aunque de manera especial durante sus juegos más divertidos. La presencia de amigos imaginarios no es un fenómeno extraordinario ni reconoce límites geográficos o temporales; muchos los han tenido en la infancia y de distintas maneras los conservan incluso hasta la madurez. Sin embargo, tanto mi esposa como yo nos encontrábamos por primera ocasión ante la presencia de un ser inmaterial de —por ponerle etiqueta— “esa especie”. De a poco el tío Kassam fue tomando forma: tenía más de cuarenta años, de tez oscura y cabello rizado, había vivido en Francia una larga etapa de su vida, hasta que su hija Clodette se vino a vivir a América (específicamente a Chiapa de Corzo). Fue entonces cuando el tío Kassam se mudó a Hawái, donde vendía equipos de surf. No obstante, la tarea más fantástica que pudo re

Cotidianidades... 219

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Cuando descubrí un paquete de cartas sobre la mesa, se me ocurrió contar que por varios lustros he practicado trucos de magia con naipes. Al escucharme, Toño, un niño de ocho años, me retó a demostrar que mis palabras eran ciertas. No me hice del rogar y convoqué las miradas de más testigos. Las cartas no tenían una forma regular, lo que dificultaba maniobrar con ellas. Sin embargo, recordé un par de ejercicios que venían bien para el momento y para ese paquete de barajas en especial, y puse lo mejor de mí con tal de impresionar a mi público. El esfuerzo valió la pena, Toño y los otros espectadores me pagaron con francos gestos de sorpresa, e incluso el niño llamó a su papá para contarle el milagro que acababa de ocurrir ante sus ojos. Poco después Toño recuperó la serenidad y, como suele suceder en muchas ocasiones con la magia, buscó hasta encontrar una explicación al truco. —Ya sé cómo me engañaste —me dijo de pronto—. Fue con tus palabras. Me contaste muchas cosas para co

Cotidianidades... 218

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Cotidianidades… A veces, en las mañanas frías, cuando el sol irrumpe dentro de la casa y me deslumbra con sus reflejos, recuerdo a mi abuelo Jorge, quien no era mi abuelo de sangre, pero que siempre me trató como a su nieto y me hizo sentir querido, me hizo sentir que tenía en él a un buen abuelo. En su momento, él, como el sol de estas mañanas invernales, me deslumbró con sus trucos de magia, con las historias que contaba de cuando recorría esas carreteras de Chiapas de mediados del siglo pasado, y con su sonrisa que con enorme facilidad se convertía en carcajada al recordar momentos divertidos o grotescos de su vida. Él me enseñó, sin moralejas ni consignas, que era posible reírse de uno mismo y no pasaba nada, al contrario, esa era una oportunidad maravillosa para sembrar momentos de felicidad. Eso sí, de frente y con palabras precisas, en medio de sus borracheras me contaba del terrible daño que provocaba el alcohol. Y estando sobrio insistía en remarcar aquello de que   “

Cotidianidades... 217

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Como si el tiempo de por si no avanzara bastante rápido, al final del año te da la sensación de que los días se aceleran, y ni bien has terminado de levantar el altar del día de muertos cuando comienzan a asomarse los festejos por la Revolución Mexicana (¿O el puente vacacional es por el Buen Fin?... a veces me confundo), y atrasito, como si tuvieran deseos de saltar de las cajas, van apareciendo los adornos navideños.      Ojalá todo fuera fiesta. En medio, nuestras cotidianidades avanzan atravesadas por cierres de proyectos en el trabajo, viajes laborales, las tareas de los hijos, los disfraces para los festivales, la emergencia de asuntos imprevistos y, entre muchas situaciones más, las dudas de lo que ocurrirá con tu vida económica y laboral en el lejano –y al mismo tiempo tan próximo- enero.      La vorágine de actividades se vuelve avasalladora y hasta da la apariencia de interminable, y no es raro escuchar a quienes ruegan porque que ya lleguen las vacaciones, que es un modo

Cotidianidades... 216

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Cotidianidades… Después de varios días complicados y una de noche de resfrío, el fin de semana se antojaba sereno y disfrutable. Entonces cometí la imprudencia de retar a mi suerte y expresé en voz alta: —¡Hoy me dedicaré a descansar! Lo que se han de haber reído de mí los hados del destino. Casi de inmediato recibí una llamada de una editora, pidiéndome que tuviera listo para el lunes siguiente un texto que debía irse a imprenta “ya”. No me recobraba de la impresión, cuando entró un mensaje al teléfono celular, urgiéndome a investigar, para antes del mediodía, algunos datos sobre los menores de edad que vinieran en la caravana de inmigrantes centroamericanos. Ni siquiera tuve tiempo para contestarlo, porque recibí el correo de un compañero de trabajo avisándome que, por cuestiones de logística, el lunes iba a requerir dos guiones para el noticiero, así que me sugería empezar a trabajarlos a la brevedad. De inmediato prendí la compu, en lo que terminaba de encenderse fui

Cotidianidades... 215

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  Cotidianidades… Apenas había dejado al querubín en su escuela. Es más, recuerdo que todavía venía saboreando la broma que me hizo antes de despedirse: el ingrato me llamó "viejito" y, sonriendo, se detuvo para ver si yo me atrevía a llamarlo "bebé" delante de sus compañeros de primaria.      Avancé sobre el Boulevard Belisario Domínguez, iba escuchando una canción infantil, creo que sin mucha ganas de empezar a trabajar en este lunes de quincena. Adelante, en el carril derecho, vi parado a un transporte colectivo que bajaba pasaje. Enfrente de mí iba una camioneta roja que no excedía los 60 kilómetros por hora, igual que yo.      De pronto un muchacho surgió corriendo delante del colectivo, lo hizo a tiempo para ser él quien chocara contra un costado de la camioneta. Un par de segundos antes, y habría sido la camioneta quien lo embistiera a él.      Rebotó con fuerza, el impacto lo hizo dar un giro completo sobre su eje, pero no logró mandarlo a tierra, y l