Cotidianidades... 222
Cuenta la dueña de
mis quincenas que muchas tardes de su juventud preparatoriana la pasó con una
amiga increíble, con quien compartió carcajadas, problemas y horas de estudio.
Se llamaba Nora, y las veces que me habló de ella, volvía a esbozar una sonrisa
juguetona —dirían muchas mamás— “acordándose de quién sabe cuántas diabluras”.
Casualmente,
casi una década después, yo también conocí a Nora, y sin que ninguno de los dos
supiéramos que teníamos un fuerte lazo en común (la dueña de mis quincenas fue
mi mejor amiga en la adolescencia), nos hicimos amigos en el Instituto
de Historia Natural de Chiapas, donde trabajábamos.
Ahí,
junto con Alberto Anzures, Carlos Guichard, Héctor Moguel, Hebe Álvarez, Robertón, Felipe, y muchos más, a veces
parábamos las actividades para hablar sobre ecología, escuchar aventuras
ocurridas en los senderos de las montañas y también para reírnos un poco de la
vida y de nosotros mismos.
Nora
López León, no tengo duda de ello, era una excelente persona, una profesionista
comprometida con su trabajo y la conservación, que en los últimos años se dedicó a trabajar en un proyecto de reinserción de la guacamaya roja en Palenque, Chiapas. Por eso indigna, enfurece y
duele su asesinato. Por eso, desde que supimos que fue encontrada muerta, no dejamos de recordarla.
Es
necesario, obligatorio, seguir luchando contra la violencia desmesurada, atroz,
sinsentido, que se ejerce contra las mujeres, contra los ambientalistas, contra
quienes sólo están construyendo un mundo que pueda ser más bonito. Y se trata
de una labor conjunta, que va de la mano de la concientización, de la educación
en casa, de la aplicación de la Ley, de la humanización.
Descansa en paz, Nora, las guacamayas rojas,
los senderos de la selva, las tortugas de los esteros, y muchas, muchísimas
personas, te vamos a extrañar.
Foto: Miguel Ángel Barragán.
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