Cotidianidades... 215

 
Cotidianidades…
Apenas había dejado al querubín en su escuela. Es más, recuerdo que todavía venía saboreando la broma que me hizo antes de despedirse: el ingrato me llamó "viejito" y, sonriendo, se detuvo para ver si yo me atrevía a llamarlo "bebé" delante de sus compañeros de primaria.
     Avancé sobre el Boulevard Belisario Domínguez, iba escuchando una canción infantil, creo que sin mucha ganas de empezar a trabajar en este lunes de quincena. Adelante, en el carril derecho, vi parado a un transporte colectivo que bajaba pasaje. Enfrente de mí iba una camioneta roja que no excedía los 60 kilómetros por hora, igual que yo.
     De pronto un muchacho surgió corriendo delante del colectivo, lo hizo a tiempo para ser él quien chocara contra un costado de la camioneta. Un par de segundos antes, y habría sido la camioneta quien lo embistiera a él.
     Rebotó con fuerza, el impacto lo hizo dar un giro completo sobre su eje, pero no logró mandarlo a tierra, y luego todavía tuvo el coraje para terminar de cruzar la calle, moviendo la cabeza, como negándose a aceptar lo que acababa de ocurrir.
     Pude ver la suceso con claridad porque se presentó ante mis ojos como si yo fuera un espectador en la primera fila de una obra de teatro, y porque a pesar de la resolana que suele haber a las ocho de la mañana, la escena ocurrió a la sombra de un puente peatonal que une al Instituto Tecnológico de Tuxtla Gutiérrez con un par de plazas comerciales.
     Supongo que amén del susto, ese muchacho —joven, vigoroso, vistiendo una camisola blanca y con toda seguridad capaz de subir las escaleras de un puente peatonal— debió sufrir algún golpe por el choque.
     Quizá haya aprendido la lección, pero si no lo hizo, si alguien le tiene un poco de cariño y lo conoce y lo reconoce, recuérdenle que no hay prisa ni flojera por la que valga la pena retar a la muerte.
     Hasta la próxima.

 


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