Cotidianidades... 216

Cotidianidades…
Después de varios días complicados y una de noche de resfrío, el fin de semana se antojaba sereno y disfrutable. Entonces cometí la imprudencia de retar a mi suerte y expresé en voz alta:
—¡Hoy me dedicaré a descansar!
Lo que se han de haber reído de mí los hados del destino.
Casi de inmediato recibí una llamada de una editora, pidiéndome que tuviera listo para el lunes siguiente un texto que debía irse a imprenta “ya”. No me recobraba de la impresión, cuando entró un mensaje al teléfono celular, urgiéndome a investigar, para antes del mediodía, algunos datos sobre los menores de edad que vinieran en la caravana de inmigrantes centroamericanos.
Ni siquiera tuve tiempo para contestarlo, porque recibí el correo de un compañero de trabajo avisándome que, por cuestiones de logística, el lunes iba a requerir dos guiones para el noticiero, así que me sugería empezar a trabajarlos a la brevedad.
De inmediato prendí la compu, en lo que terminaba de encenderse fui a poner café y a buscar algunas galletas. En el camino mi hijo se colocó delante de mí para retarme a luchar a dos de tres caídas sin límite de tiempo.
Claro que le sonreí, esquivé su embate y llegué a la cocina.
De regreso el niño me jaló de un brazo y lanzando un grito de guerra, pretendió lanzarme contra un sillón. Lo jalé con firmeza, le di un beso y le susurré con los dientes apretados:
—A papá le surgió muchísimo trabajo, así que ahora no puede jugar.
Supongo que no le importó mi estrés, porque al rato ya estaba en el estudio, dispuesto a contarme una aventura que vio en un video, pero cambiando los hechos y los nombres para quedar él como el héroe de la historia.
Lo corrí con delicadeza paternal, no sin antes hacerle sentir que mi paciencia se estaba agotando. Sin embargo, cuando por fin pude ir por el café que ya se estaba secando en la cafetera, el querubín todavía hizo un último intento por invocar mi presencia en sus juegos, y lanzó un leve gruñido felino mientras me clavaba la mirada.
Fingí no verlo, me di cuenta de mi villanía y después tomé uno de los cafés más amargos que he probado en mi vida.
Desde el estudio vi cómo mi hijo se puso a jugar en solitario. Tenía varios juguetes sobre una mesa pequeña y se metió dentro de un mundo que él mismo creó y que sólo él podía entender.
En ese momento llegaba la dueña de mis quincenas. Venía de una cita de trabajo y a pesar de su cansancio, de inmediato se incorporó a ese universo de fantasía, que se pobló con nuevos juguetes y varias carcajadas.
No era tarde para rectificar el camino.
Sumé mis risas a las de ellos, no sé cómo de pronto ya había perdido una batalla a almohadazos, luego me convertí en el campeón de los papás más molestosos del mundo, preparamos palomitas y pusimos la película Dangal, que el niño no terminó de ver porque se durmió sobre mí como si fuera yo un taburete.
Claro que siguió una noche de desvelo y un domingo ajetreado, por supuesto que después no paré hasta haber cumplido con mis compromisos laborales, pero ante los ojos del tiempo nada de eso importa, y en cambio yo sé que esa tarde estuve en el mejor lugar que el destino me pudo reservar.
Hasta la próxima.
 
 

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