Cotidianidades... 211
Entré al tercero de
primaria convencido de que habría de ser la continuación del infierno que viví
durante mi segundo año. La profesora que nos asignaron pareció dispuesta a
darme la razón, y a los pocos días, echando mano de criterios pedagógicos del
siglo pasado, nos acomodó de acuerdo a nuestro nivel de aprovechamiento.
A
mí me tocó hasta atrás en la fila de los más atrasados, es decir, para copiar
sólo me quedaba el compañero de adelante, quien como yo, era poco confiable.
No
recuerdo que mis compañeros me hubieran acosado por la posición que ocupé en el
salón de clases, de todas formas con la humillación personal tenía bastante
para sentirme mal conmigo mismo, y no encontraba de dónde asirme para escapar
de ese sitio en que me colocaron mis malas calificaciones y, por supuesto, esa
condenada profesora.
Para
mi buena suerte, la profesora se jubiló un mes después, y su lugar fue ocupado
por una maestra nueva de quien poco se sabía.
Recuerdo
que la directora llegó a presentarla. Era bajita y de cabello rubio, dijo
llamarse Marisol, y pronto dio muestras de su talante amable y su espíritu
democrático. Nos esparció por el salón por tamaños y, en la medida de lo
posible, intercalando a niñas con niños.
Entonces
comenzó a ocurrir el milagro; mis trabajos durante las clases mejoraron con una
sutileza continua, hasta que llegó un día en que la maestra Marisol me tomó del
hombro para decirme:
—¡Ey!,
ésta la hiciste muy bien. Sigue mejorando.
Las
últimas dos palabras eran una sugerencia, pero en ese momento, maravillado con
el esplendor que creí ver en ella, yo las tomé como un mandato. En primer lugar
porque quería volver a escuchar que me alguien me daba ánimos, y en segundo lugar,
porque hacer mal las cosas implicaba traicionarla a ella —que me estaba dando
su confianza— y a mí mismo.
El
siguiente mes pasé de tener calificaciones “suficientes” a regulares, y al
final del año mi boleta lucía ochos, nueves y algunos dieces. Además, la
maestra tuvo el tino de colocar una breve nota a mano: “Es un buen niño, debe
seguir estudiando para sacar diez”.
El
bien ya estaba hecho.
Confieso
que leí muchas veces su mensaje, no sólo en esas vacaciones de verano sino
durante varios años más, cuando sentía que flaqueaba la confianza que tenía en
mí mismo y necesitaba escuchar unas palabras de aliento.
El
primer mes del cuarto de primaria saqué el primer lugar del salón, junto con un
amigo con quien hasta ahora, de vez en vez, nos reunimos para tomar un café y
charlar de la vida. A pesar de que ya han transcurrido casi treinta y cinco
años de ese momento, todavía recuerdo las sensaciones que viví —así de fuertes
fueron para ese niño que estuvo a nada de reprobar el segundo de primaria—, y
puedo afirmar que más que orgulloso, estaba asombrado.
Ya
no hubo vuelta pa´ tras, de ahí en adelante me mantuve en un lugar visible por
mis buenas calificaciones, con la tranquilidad emocional que eso me redituaba.
Con
los años volví a tener maestros increíbles, como Jorge Calles y la pasión
desbordante con que da clases y exige resultados, o Rossana Reguillo que
contagia su visión crítica del entorno, y ni qué decir de Alcira Argumedo,
erudita de mil temas y quien me invitó a hacer a un lado la academia para
intentar la ficción.
Sin
embargo, quien me significó un primer quiebre en la ruta que venía siguiendo,
quien ayudó a que ese momento bisagra resultara positivo para el resto de mi
vida y a la que le guardo un agradecimiento enorme por el cariño con que
abrazaba a su profesión y a nosotros, sus alumnos, es a la maestra Marisol, que
por cierto, en realidad se llama María Sofía Martínez Corzo. Si la ve por ahí,
si de casualidad la conoce, cuéntele que cambió para bien —al menos— la vida de
uno de sus alumnos.
Vayan estas “Cotidianidades…” como una
felicitación para los buenos docentes, en especial para quienes no sólo les
basta impartir una clase o dar la lección del día, sino que además se atreven a
empujar a sus alumnos a ser mejores, porque entonces dejan de ser maestros de
la escuela para convertirse en maestros de la vida.
Hasta
la próxima.
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