Cotidianidades... 209
—¡Un Cristo caminando!
—dijo el querubín con el mismo tono con que hubiera dicho “ahí va el señor de
las nieves” o “acaba de pasar un ave”.
Me
acerqué a ver de qué se trataba, y descubrí a un señor con short blanco,
playera roja y tenis que traía sobre el hombro, formando una cruz, dos largos
palos de madera. Otro hombre, más joven que el primero aunque también en short,
se acercó a ayudar a cargar uno de los maderos, a lo que el primero respondió:
—¡Hasta
que te acomediste!
—¿Quiénes
son? —me preguntó mi hijo y le respondí lo primero que se me vino a la mente.
—El
de atrás se llama Cirineo, y al de adelante ya lo conoces —lo cuál era verdad—,
es el señor de la tiendita.
Detrás
de ellos aparecieron un grupo de hombres, unas pocas mujeres y varios niños. Otros
dos cargaban dos maderos más, y entre risas y bromas se instalaron en un llano
muy cerca de donde estábamos.
—¡Vamos
a jugar futbol! —nos aclaró un borrachín que iba rezagado del grupo— Vengan con
nosotros, si quieren también le entran.
Fue
ese joven quien nos contó que los equipos eran el “Deportivo Villa Loma”, los locales,
que recibían a los “Chavitos de la Gasolinera”. Además nos confió las reglas
del juego: diez contra diez, con una apuesta de ochenta pesos por equipo y
jugarían dos tiempos de veinte minutos con cambio de cancha y, un punto
importante, en tanto les faltaba el travesaño, para saber hasta dónde un
balonazo podía ser considerado gol, los porteros mostrarían con un salto su
alcance máximo.
No
soy aficionado al soccer, es muy difícil que me siente un domingo a ver unos
minutos de un partido en la televisión, sin embargo frente al entusiasmo de
estos insignes jugadores, no sólo yo me dispuse a disfrutar de la contienda
futbolística, sino que invité a la dueña de mis quincenas, a mi padre y al
querubín a que formáramos parte de la porra de los locales.
Apenas
habrían pasado cinco minutos del primer tiempo, cuando Deportivo Villa Loma
tuvo su primera baja. Se trataba del borrachín, su líder de goleo, que después
de una barrida descubrió que se le había despegado media suela del zapato y así
no quiso seguir jugando:
—¡Pero
si antes jugabas descalzo! —le reclamaron sus compañeros.
—¡Pero
ahora ya soy fino! —contestó orgulloso y salió de la cancha.
Ningún
equipo la tenía fácil, había que correr a toda velocidad entre popó de caballo,
en un terreno con una inclinación de unos quince grados y al mismo tiempo tan
accidentado que aún caminando despacio te puede hacer tropezar.
Además,
cuando la pelota salía del lado derecho del campo había que bajar a un
riachuelo por ella, en una ocasión debieron rescatar el balón de entre las
patas de una yegua y, antes de terminar el partido, la cancha fue invadida por
una majada de borregos, sin que esto le importara a los jugadores, así como los
balonazos cercanos no afectaron el ánimo de los animales ni el de la joven
pastora que los guiaba.
Ninguno
de ellos era bueno manejando el balón, pero qué bonito jugaban, ponían el alma a
la hora de atizarle una patada a la pelota y aun sin árbitro trataban de ser
justos ante las faltas.
El
Deportivo Villa Loma perdonó dos oportunidades de gol, además al portero se le
escapó un balón entre las piernas, y los visitantes se llevaron los ochenta
pesos.
Se
fueron casi como llegaron, cargando sus postes de madera, sonriendo, haciéndose
bromas y los locales prometiéndonos a nosotros, su afición, que la próxima
semana sí ganarían.
Ante
la soledad del campo el querubín no resistió la tentación de ir por su propia
pelota y, aunque insisto, no me gusta el soccer, esa tarde de domingo experimenté
cómo un balón y un llano pueden combinarse perfectamente para crear un momento
de felicidad.
Hasta
la próxima.
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