Cotidianidades... 200
En el cuento “La escritura del dios”, Jorge
Luis Borges escribió que en el lenguaje humano no hay proposición que no
implique un universo entero, y para que el resto de los mortales pudiéramos
comprenderlo, nos explica que: “decir «el tigre», es decir los tigres que lo
engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron
los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la
tierra”.
La idea quedó rondando en mi
mente, y el domingo en la tarde, mientras me disponía a ver el “Super Bowl” en
casa de un gran amigo, al contemplar la mesa repleta de botanas, las bebidas
dispuestas y las bromas afiladas, no pude sino pensar cuánta razón tenía el
escritor argentino. Es así como de pronto en esas dos palabras de origen
anglosajón, además del partido iban incluidas la ensalada rusa, el corazón de
res, el chorizo frito, los taquitos de chilorio, las tostadas de carne tártara
y, por supuesto, los océanos, las eras geológicas contenidos en ellos y las
miles de generaciones de crustáceos que debieron pasar, para que un grupito de
camarones secos rodeados de pico de gallo terminaran en una de las tantas
tostadas que me despaché sin pena.
La dueña de mis quincenas,
ecuánime en la abundancia, apenas vio cómo con voz gallarda y pose de “más me
merezco” le compartía esos pensamientos, me dijo que tanta comida junta también
implicaban alka seltzers, colesterol, triglicéridos, indigestión y una
potencial cita al internista, en la que gastaría gasolina, paciencia, temores y
cuando menos media quincena en análisis químicos y medicamentos.
A punto estuve de caer en
las garras de la depresión, pero me repuse de entre las grasas saturadas para
contestarle que el concepto “Super Bowl”, evidentemente también hacía alusión a
años de ejercicio llevado a niveles inverosímiles, a decenas de jugadas
fantásticas realizadas durante la temporada, y que si bien no le alcanzaron a
esas personas y a esos equipos para llegar al juego final, eran parte de la
historia de sus vidas.
En esas íbamos cuando la voz
del querubín nos interrumpió por una cuestión un poquito más terrenal:
—¿Por qué huele tan feo?
Le explicamos que estábamos
detenidos —esperando la luz verde— en una de las muchas calles tuxtlecas
que lucen un arroyo encima, y que no es
otra cosa sino aguas negras escapadas de alguna alcantarilla en mal estado.
—Apesta —insistió mi hijo, y
comprendí que detrás de esa sola palabra también se escondía un universo de
ideas, conceptos, historias y personas.
Ahí estaban la cantidad de
presidentes municipales que se han dedicado a enriquecerse mientras destrozan
la capital chiapaneca, los fraudes electorales, las imposiciones que no pudimos
frenar, las burlas constantes, el cinismo, los acarreados, la ignorancia, la
democracia devenida en usura (a cambio de tu voto te doy un
regalito-despensa-billetito, y luego, cuando vía impuestos recupere la
inversión, de intereses te cobro todos los beneficios sociales que te tocaban).
Nadie más habló el resto del
camino, y es que en el silencio, tan callado y sobrio, también entra el
universo.
Hasta la próxima.
P.D. Con esta columna llego
a las 200 “Cotidianidades…”, y aunque
todavía no implica un gran número, no deja de ser motivo de un pequeño festejo.
Gracias por leerme, por comentar y por compartir.
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