Cotidianidades... 147
Cotidianidades...
Iba en la secundaria cuando un paro docente nos mandó a muchos alumnos a casa, al menos acá en Chiapas, aunque si no mal recuerdo fue una huelga nacional. Sin embargo, en las tardes seguí trasladándome al centro de la ciudad, donde tomaba clases de inglés impartidas en un edificio de la UNACH.
Iba en la secundaria cuando un paro docente nos mandó a muchos alumnos a casa, al menos acá en Chiapas, aunque si no mal recuerdo fue una huelga nacional. Sin embargo, en las tardes seguí trasladándome al centro de la ciudad, donde tomaba clases de inglés impartidas en un edificio de la UNACH.
Una de esas tardes, al salir
de clases, debí atravesar el parque central de Tuxtla, para después buscar un
transporte colectivo que me acercara a mi casa. En el camino vi un tumulto,
escuché gritos, silbidos y risas, e imprudente me acerqué a ver de qué se
trataba.
Rodeado por cientos de
maestros había dos hombres con zapatos de vestir, shorts de basquetbol,
playeras blancas de algodón, rapados y con pintura encima. Uno de los rapados
se quejaba molesto de que les hicieran eso.
Le pregunté a alguien cerca
de mí qué había pasado, y me respondieron que se trataba de maestros “charros”
que llegaron a provocar a los maestros huelguistas, y en respuesta les dieron
ese castigo físico.
Recuerdo muy bien que esa
persona sólo mencionó lo “físico”, tal vez porque no consideró o pretendió
olvidarse de mencionar las heridas emocionales que les significaría a esos dos
señores, por muchos años, el escarnio vivido esa tarde.
Yo era un adolescente no muy
conforme con mi realidad —quizá como la gran mayoría de los adolescentes—,
sentía cierta aversión por algunos de mis maestros y hasta les tenía tirria a
un par de prefectos en la escuela. No obstante esa escena me removió las
entrañas, y todavía puedo evocar la tristeza y compasión que me provocaron esos
dos hombres y sus familias, porque pensé —y de verdad, así lo recuerdo— que a
sus hijos, esposas, padres, amigos, no les habría gustado estar en mi lugar,
presenciando un castigo multitudinario y humillante.
Durante mucho tiempo me pregunté cómo podía
sentir placer una persona que parada en un instante de poder —cualquiera que
éste sea y de donde quiera que provenga—, lo utilizara para aprovechar la
debilidad de otro ser humano y lastimarle el alma.
Con seguridad era muy
ingenuo, y esa ingenuidad me acompañó un buen trecho de vida, porque tardé en
comprender que el placer está en la posibilidad de dominio, en la emoción de
sentirse superior, en el gusto irracional y salvaje de pasar por la dignidad de
ese otro que es distinto a mí porque lo hice valer menos.
Sin embargo, casi al mismo
tiempo también entendí que quien humilla en realidad se sobaja, muestra las
malas entrañas de que está hecho, destapa ante el mundo y ante sí mismo sus
complejos de inferioridad —que quiere remontar haciendo mofa de otros—, los
traumas y angustias que les genera saberse con un espíritu mezquino y débil, una
limitada capacidad cerebral que les impide usar la razón y la palabra para
convencer y, definitivamente, se convierten en un ejemplo de involución humana.
No importa si es un
gobernante cacheteando a un subordinado que —creyéndose peón de una finca
chiapaneca del siglo pasado— sólo baja la cabeza, si se trata de un pueblo
haciendo bailar como monitos de organilleros a personajes políticos odiados por
muchos, u organizaciones que aprovechándose de saberse en masa rapan a maestros
adultos y a maestras de la tercera edad, todos aprovecharon su momento de poder
para mostrar sin complejos sus almas y desquitarse del dolor de sus traumas a
través de la burla obscena, que no resuelve conflictos, no conlleva ningún
beneficio y en cambio siembra rencores.
Algunos, sólo algunos de
ellos recibirán su castigo, por ejemplo ese gobernante que cacheteó, después se
dejó ridículamente cachetear por el ofendido, y se humilló a sí mismo al montar
una escena que nadie creyó; aquel joven flaco de camiseta amarilla que rapó a
los maestros ya está siendo amenazado en las redes sociales, y no dudo que se
esté escondiendo acobardado y temeroso de las repercusiones que tendrán para él
sus actos sin sentido. La gente de Chenalhó, en cambio, no creo que tenga
miedo, ellos quizá puedan decir que devolvieron una de las muchas burlas que
han recibido históricamente, sin embargo pudieron mostrar mayor grandeza para
alcanzar sus objetivos.
Como
dije antes, sólo algunos de los que humillan recibirán un castigo por sus
actos, sin embargo, lo más difícil para ellos ocurrirá en el día a día, porque
no les queda de otra que soportar su alma pusilánime, que en vez de arremeter
contra el destino para ser mejores, se aprovecha de las condiciones de los
débiles que encuentra en su camino, a cambio de un miserable instante de
satisfacción aparente.
Hasta
la próxima.
Foto: Aristegui Noticias. https://goo.gl/images/5gR6HR
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