Cotidianidades... 131
Cotidianidades…
Hace unos días estuve revisando la página del Consejo de la Judicatura Federal, pues ya que tenemos una oficina de este organismo en Tuxtla Gutiérrez, quise averiguar cuál era su función, más allá de que tiene un nombre que puede impresionar.
Hace unos días estuve revisando la página del Consejo de la Judicatura Federal, pues ya que tenemos una oficina de este organismo en Tuxtla Gutiérrez, quise averiguar cuál era su función, más allá de que tiene un nombre que puede impresionar.
Resulta que ellos, entre
otras actividades, deben vigilar la disciplina y el funcionamiento de los Juzgados
de Distrito y Tribunales de Circuito, así como estar atentos a la “objetividad,
honestidad, profesionalismo e independencia de sus integrantes, a fin de
coadyuvar a que la sociedad reciba justicia pronta, completa, gratuita e
imparcial”. Como quien dice, son bien picudos los que ahí trabajan para eso de
impartir justicia y, al mismo tiempo, tienen una alta responsabilidad social.
Mis dudas nacieron porque
hace algunos días estuve en una de las calles que llevan a dicha institución
acá en Chiapas. Es una cerrada de no más de cien metros, cuyo último destino
posible es, precisamente, la Judicatura Federal (o al menos así lo anuncia un
letrero verde), y quise saber “qué’s que hacía” esa gente que ahí labora
—incluso sábados y domingos—, porque por esta calle pasan como si se tratara de
una pequeña pista de carrera, sin importarles que los vecinos o los hijos de
los vecinos puedan estar caminando o peor aún, jugando en ella (Ya saben que
hay padres irresponsables que sacan a sus hijos a hacer ejercicio, en lugar de
tenerlos encerrados con las tabletas o los videojuegos).
En un mundo ideal, uno
esperaría que quienes trabajan en el ámbito de la justicia, y mejor aún,
aquellos que se dedican a vigilar que la justicia se aplique, fueron un poco
más conscientes de lo que esa palabra significa así como del papel que juegan
ante la sociedad que, por cierto, los mantiene.
De esta manera, en lugar de
bloquear el garaje de los vecinos o aventarles el auto como si la vida del
planeta estuviera en juego, esperaríamos de ellos una actitud respetuosa,
consciente, e incluso, sería ideal tuvieran la inteligencia para comprender
que, a menos que alcancen la velocidad de la luz, no van a ganar muchos
segundos acelerando al máximo su auto en los últimos cien metros, y en cambio pueden
ocasionar una desgracia en la vida de familias que tienen viviendo ahí varias
décadas.
Señores y Señoras que
trabajan en la Judicatura Federal en Chiapas, si quieren llegar rápido,
levántense más temprano o apliquen aquel adagio de “despacio que voy de prisa”,
pero no quieran amagar a quienes viven cerca de su trabajo con sus autos (que
suelen estar grandotes y bonitos, ni quien se los niegue), que de ningún modo
esperamos que impacten —literalmente— en nuestras vidas.
Esa noche, después de haber
esquivado a uno de estos bólidos, en parte en broma en parte en serio, quienes
ahí estábamos nos preguntábamos que si con esa prepotencia actuaba una persona
que trabaja en el ámbito de la justicia, ¿cómo lo haría alguien que estuviera
un poco más lejos de conceptos como moralidad, respeto y bien común?
Tristemente la respuesta la
tuvimos dos días después.
La mañana del 22 de enero, en
Tuxtla Gutiérrez nos levantamos con la noticia de que la joven Paola Sánchez
Figueroa murió atropellada. Al parecer, en la madrugada de ese día una
camioneta impactó con su auto, ella se bajó a ver el daño —¿y quizá a
reclamar?, no lo sé—. El conductor de la camioneta, con tal de no pagar el golpe,
arrolló a esta joven y la mató.
¿Qué debe tener en la cabeza
una persona para preferir matar a detenerse a pagar su culpa o el golpe a otro
auto? ¿Qué sentimientos puede tener alguien así? ¿A poco tan grande es la
sensación de poder que da el manejar una camioneta? ¿En serio un auto de muchos
caballos de fuerza los hace sentir tan invulnerables y todopoderosos, como para
decidir el destino de los demás?
Sobre esta triste, terrible
noticia, no sé más que quien le haya dado seguimiento a través de los medios y
redes sociales, aunque también coincido con quienes ahí expresan que tal vez —sólo
tal vez— se aplique la justicia, si quien mató a Paola no está bien agarrado a
un brazo que le asegure la impunidad.
Mientras esperamos
resultados, les pido a los dueños de camionetas poderosas y a quienes trabajan
en la Judicatura Federal en Chiapas, que tengan cuidado a la hora de acelerar,
que recuerden que la vida cuando se va ya no tiene caminos de regreso, y que si
tan poderosos se sienten al volante, usen ese poder para ser amables y
funcionales en su trabajo, no para sacar sus histerias y amedrentar a los
peatones “echando lámina”, porque pueden terminar dejando a familias huérfanas
y sumergidas en el dolor, y esas pérdidas, todos los sabemos, son irreparables.
Hasta la próxima.
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